Punto De Vista

¿Quién piensa en Homero?

El no tiene la culpa. Por supuesto. Tiene apenas 7 meses. Es un bebé y ve a su padre mucho menos de lo que un bebé de su edad lo hace. Su padre es músico. Es cantante. Y es el ex líder de una banda de Rock, Callejeros, que el país que lo vio nacer demonizó hasta el cansancio. “Asesinos hijos de puta” fue lo más suave que sectores, claramente identificados, le dijeron.

Algunos por interés, otros por mera maldad, otros por que la ola venía para ese lado y otros englobados –pero no salvados- en la más terrible ignorancia. Esa que no es sólo no saber, sino que es no saber lo grave que es no saber. Puede sonar a trabalenguas. Relean. Desconocer Cromañón es grave. Pero desconocerlo aún sin saber la gravedad que eso conlleva, es aún peor. Y eso sigue pasando. Esa es la gran lucha que se tiene que librar y ganar.

En el marco de los que saben, los que no saben y los que creen saber, se está tejiendo una nueva y tremenda injusticia. Más que injusticia, lisa y llanamente, una violación a los derechos humanos. Así, como suena. Una violación a los derechos humanos. El país donde Homero nació ya enterró al peor violador en serie de los DDHH, afortunadamente. Pero siguen pasando cosas que nos retrotraen a esa época. No sólo la tortura y la desaparición de personas es violar los derechos humanos. Un derecho humano es la salud. Y en este caos se está ultrajando.

La Corte Suprema de Justicia hizo la de Poncio Pilato. Firmó un dictamen en el cual sentenció que la decisión sobre si Patricio Santos Fontanet –el papá de Homero- iba a ser trasladado o no, recaía en el TOC 24. Sí, el TOC 24 fue el que absolvió a la banda –incluido Pato, claro- luego de escuchar a más de 300 testigos. Sin embargo, hoy, parece opinar distinto. El TOC quiere a Pato en Ezeiza.

No importa cómo, no importa porqué, no importa de qué manera ni bajo que riesgos. No importa. Lo único que importa es coronar el ensañamiento. Hundir aún más el puñal sobre una espalda ya de por sí tajeada y lapidada. Es lo que parte de la sociedad, que asiste a este momento como si de un Coliseo Romano se tratara y Pato estuviera entre los leones, exige. Clama. Pide. Y solicita. Sangre. Más sangre, más morbo, más dolor, más tortura. Más. Nada alcanza. Nunca es suficiente. ¿Alguna vez será suficiente?

Homero, el hijo de Pato, apenas ve a su padre cuando junto a su madre, Estefanía Miguel, lo van a visitar a la clínica psiquiátrica donde está internado. Clínica psiquiátrica no es Spa. Internado no es alojado. Diferencias. Matices. Palabras que cambian el significado y el significante. Hay que dejar caer las vendas de los ojos. Hay que empezar a ver. La balanza, peligrosamente, se desbalancea. Tambalea. Es un péndulo delante de los ojos de una sociedad que, por momentos, no parece entender qué es Justicia y no parece importarle quien no.

Hay una jueza recusada por “parcialidad”, a nadie le importa. En ningún lado sale. Hay un fallo favorable a una funcionaria pública para que pueda criar su bebé. Y nadie se indigna. Esa funcionaria hizo oídos sordos u ojos ciegos y no frenó, como correspondía, la habilitación de Cromañón. Algo que, de haber sucedido, nada hubiese pasado porque, sin la habilitación, ni siquiera los Rolling Stones podían tocar ahí. Pero no importó.

Ahora, cuando la misma Justicia actúa de manera peligrosa, nadie dice nada. Todos aplauden. “Por fin”, “Era hora”, “Vamos”. Todas satisfacciones, alegría porque un tipo, que es INOCENTE, la está pasando como el culo y la va a pasar aún peor. Alegría porque un tipo que lo único que hacia era cantar en una banda, se expone a una interrupción de un tratamiento que lo mantiene estabilizado y no con su vida en riesgo. Algo que nadie se atreve a garantizar. ¿Quién se hace cargo si Patricio sufre una descompensación en su traslado? ¿Si se descompensa en la cárcel? Si hasta le pasa lo peor...¿Quién responde? ¿Quién? ¿A alguien le importa la vida de Pato, un ser humano? ¿A alguien le importa que Homero no tenga a su papá? ¿A alguien?

Patricio, claro, es Pato Fontanet, el líder de Callejeros. Pero primero es Patricio, a secas. El amigo, el vecino de Villa Celina, el hijo de sus papás, el esposo de Estefanía y el papá de Homero. Es todo eso antes que el líder de Callejeros e incluso mucho antes del culpable de la tragedia no natural más grande de la República Argentina. De la que todos parecen quedar inmunes, tarde o temprano, por acción u omisión, menos Callejeros y todo lo que los rodea.

No se confundan. Pueden hasta creer que Pato y Callejeros son culpables, pero no pueden alegrarse por este atropello, este riesgo, esta violación a los derechos humanos. Este Pan y Circo barato que venden para que la Sociedad se contente con que “algo se hace”, “Alguien paga”, “Algo es algo”. No importa qué se hace, no importa quien paga, no importa definir el “algo”. Dame algo. Una punta de la que agarrarme para no aceptar la realidad, que se presenta, insoslayable, ante nuestros ojos. En Cromañón no hay Justicia. Ni cerca. Y, es posible, que no la haya jamás.

Es duro aceptar eso, entonces, dame algo. Dame sangre. Dame un cuerpo que patear. Dame una banda que demonizar. Dame alguien a quien odiar. De esa lotería, de esos dados que arrojaron la Justicia, aquellos que hicieron de su dolor venganza y varios medios, Patricio Santos Fontanet y sus compañeros de Callejeros sacaron todos los números. Y, parece, que aún no cobraron el premio mayor.

Paremos la pelota. Le pese a quien le pese, los ocho integrantes de Callejeros también son sobrevivientes y, en un país normal, deberían ser querellantes y deberían marchar junto a los padres clamando por Justicia. Pidiendo que el Estado y quienes orquestaron esa trampa mortal paguen. Pero esto no es un país normal.

Nadie se detiene a pensar en la vida de Pato y la de los chicos. La que no tiene que ver con Callejeros y el rock. La que se compone de la comida con la vieja los domingos, las caricias de sus mujeres y el llanto de sus hijos cuando algo les duele. Nadie. No importa. ¿A quien le importaría? Es una historia que no vende. Pero es real. Tan real como que el traslado de Patricio Santos Fontanet en estas condiciones es un atropello, un acto vil, cobarde y riesgoso. No lo hagan por Pato. No lo hagan por Callejeros. No lo hagan, ni siquiera, por los sobrevivientes. Háganlo por Homero. ¿Qué culpa tiene él?

El no tiene la culpa. Por supuesto. Tiene apenas 7 meses. Es un bebé y ve a su padre mucho menos de lo que un bebé de su edad lo hace. Su padre es músico. Es cantante. Y es el ex líder de una banda de Rock, Callejeros, que el país que lo vio nacer demonizó hasta el cansancio. “Asesinos hijos de puta” fue lo más suave que sectores, claramente identificados, le dijeron.

Algunos por interés, otros por mera maldad, otros por que la ola venía para ese lado y otros englobados –pero no salvados- en la más terrible ignorancia. Esa que no es sólo no saber, sino que es no saber lo grave que es no saber. Puede sonar a trabalenguas. Relean. Desconocer Cromañón es grave. Pero desconocerlo aún sin saber la gravedad que eso conlleva, es aún peor. Y eso sigue pasando. Esa es la gran lucha que se tiene que librar y ganar.

En el marco de los que saben, los que no saben y los que creen saber, se está tejiendo una nueva y tremenda injusticia. Más que injusticia, lisa y llanamente, una violación a los derechos humanos. Así, como suena. Una violación a los derechos humanos. El país donde Homero nació ya enterró al peor violador en serie de los DDHH, afortunadamente. Pero siguen pasando cosas que nos retrotraen a esa época. No sólo la tortura y la desaparición de personas es violar los derechos humanos. Un derecho humano es la salud. Y en este caos se está ultrajando.

La Corte Suprema de Justicia hizo la de Poncio Pilato. Firmó un dictamen en el cual sentenció que la decisión sobre si Patricio Santos Fontanet –el papá de Homero- iba a ser trasladado o no, recaía en el TOC 24. Sí, el TOC 24 fue el que absolvió a la banda –incluido Pato, claro- luego de escuchar a más de 300 testigos. Sin embargo, hoy, parece opinar distinto. El TOC quiere a Pato en Ezeiza.

No importa cómo, no importa porqué, no importa de qué manera ni bajo que riesgos. No importa. Lo único que importa es coronar el ensañamiento. Hundir aún más el puñal sobre una espalda ya de por sí tajeada y lapidada. Es lo que parte de la sociedad, que asiste a este momento como si de un Coliseo Romano se tratara y Pato estuviera entre los leones, exige. Clama. Pide. Y solicita. Sangre. Más sangre, más morbo, más dolor, más tortura. Más. Nada alcanza. Nunca es suficiente. ¿Alguna vez será suficiente?

Homero, el hijo de Pato, apenas ve a su padre cuando junto a su madre, Estefanía Miguel, lo van a visitar a la clínica psiquiátrica donde está internado. Clínica psiquiátrica no es Spa. Internado no es alojado. Diferencias. Matices. Palabras que cambian el significado y el significante. Hay que dejar caer las vendas de los ojos. Hay que empezar a ver. La balanza, peligrosamente, se desbalancea. Tambalea. Es un péndulo delante de los ojos de una sociedad que, por momentos, no parece entender qué es Justicia y no parece importarle quien no.

Hay una jueza recusada por “parcialidad”, a nadie le importa. En ningún lado sale. Hay un fallo favorable a una funcionaria pública para que pueda criar su bebé. Y nadie se indigna. Esa funcionaria hizo oídos sordos u ojos ciegos y no frenó, como correspondía, la habilitación de Cromañón. Algo que, de haber sucedido, nada hubiese pasado porque, sin la habilitación, ni siquiera los Rolling Stones podían tocar ahí. Pero no importó.

Ahora, cuando la misma Justicia actúa de manera peligrosa, nadie dice nada. Todos aplauden. “Por fin”, “Era hora”, “Vamos”. Todas satisfacciones, alegría porque un tipo, que es INOCENTE, la está pasando como el culo y la va a pasar aún peor. Alegría porque un tipo que lo único que hacia era cantar en una banda, se expone a una interrupción de un tratamiento que lo mantiene estabilizado y no con su vida en riesgo. Algo que nadie se atreve a garantizar. ¿Quién se hace cargo si Patricio sufre una descompensación en su traslado? ¿Si se descompensa en la cárcel? Si hasta le pasa lo peor…¿Quién responde? ¿Quién? ¿A alguien le importa la vida de Pato, un ser humano? ¿A alguien le importa que Homero no tenga a su papá? ¿A alguien?

Patricio, claro, es Pato Fontanet, el líder de Callejeros. Pero primero es Patricio, a secas. El amigo, el vecino de Villa Celina, el hijo de sus papás, el esposo de Estefanía y el papá de Homero. Es todo eso antes que el líder de Callejeros e incluso mucho antes del culpable de la tragedia no natural más grande de la República Argentina. De la que todos parecen quedar inmunes, tarde o temprano, por acción u omisión, menos Callejeros y todo lo que los rodea.

No se confundan. Pueden hasta creer que Pato y Callejeros son culpables, pero no pueden alegrarse por este atropello, este riesgo, esta violación a los derechos humanos. Este Pan y Circo barato que venden para que la Sociedad se contente con que “algo se hace”, “Alguien paga”, “Algo es algo”. No importa qué se hace, no importa quien paga, no importa definir el “algo”. Dame algo. Una punta de la que agarrarme para no aceptar la realidad, que se presenta, insoslayable, ante nuestros ojos. En Cromañón no hay Justicia. Ni cerca. Y, es posible, que no la haya jamás.

Es duro aceptar eso, entonces, dame algo. Dame sangre. Dame un cuerpo que patear. Dame una banda que demonizar. Dame alguien a quien odiar. De esa lotería, de esos dados que arrojaron la Justicia, aquellos que hicieron de su dolor venganza y varios medios, Patricio Santos Fontanet y sus compañeros de Callejeros sacaron todos los números. Y, parece, que aún no cobraron el premio mayor.

Paremos la pelota. Le pese a quien le pese, los ocho integrantes de Callejeros también son sobrevivientes y, en un país normal, deberían ser querellantes y deberían marchar junto a los padres clamando por Justicia. Pidiendo que el Estado y quienes orquestaron esa trampa mortal paguen. Pero esto no es un país normal.

Nadie se detiene a pensar en la vida de Pato y la de los chicos. La que no tiene que ver con Callejeros y el rock. La que se compone de la comida con la vieja los domingos, las caricias de sus mujeres y el llanto de sus hijos cuando algo les duele. Nadie. No importa. ¿A quien le importaría? Es una historia que no vende. Pero es real. Tan real como que el traslado de Patricio Santos Fontanet en estas condiciones es un atropello, un acto vil, cobarde y riesgoso. No lo hagan por Pato. No lo hagan por Callejeros. No lo hagan, ni siquiera, por los sobrevivientes. Háganlo por Homero. ¿Qué culpa tiene él?