Ball

Fin de un buen ciclo sin corona

La gestión de Gerardo Martino al frente de la Selección navegó en la irregularidad, pero a fin de cuentas, redondeó un decente desempeño. Con un equipo sólido, formado y en la curva creciente, fue víctima de la necesidad de títulos.

Tras la gesta con tintes épicos que comandó Alejandro Sabella y que concluyó con la derrota en la final del Mundial de Brasil 2014 frente a Alemania, el verdugo intercontinental, Gerardo Martino se hizo cargo de la Selección Argentina en un contexto que parecía prometedor, con un subcampeonato mundial luego de 26 años sin llegar a semifinales de la cita máxima del fútbol.

Luego del fallecimiento de Julio Humberto Grondona, el Tata –el preferido de Don Julio- fue electo para comandar al conjunto nacional. El ex entrenador de Newell’s fue mirado de reojo por gran parte de los hinchas desde el minuto cero. Debió superar obstáculos deportivos, confusiones propias, mochilas de bielsismo prejuicioso, lesiones y renovaciones. Y cuando mejor estaba la Selección, la anarquía que se apoderó de AFA lo obligó a decir basta.

En el plano futbolístico, los aciertos de Martino son más que los defectos. Los desajustes defensivos tan criticados durante todo el ciclo de Sabella, fueron subsanados. Apostó al recambio en ese aspecto, pero paulatinamente. Solo Marcos Rojo permaneció en ambas eras. Después, Zabaleta le dejó su lugar a Mercado –uno de los puntos más altos de la gestión del Tata- y Demichelis a Otamendi. Apareció Funes Mori, salió Garay. Roncaglia, Cuesta, Maidana y Vangioni, desbancaron a los cuestionados Campagnaro, Basanta y Fernández. Milton Casco fue un experimento con saldo negativo –y muy criticado- en la breve etapa de Martino.

Los números avalan al Tata: 74% de efectividad, con 19 victorias, siete empates y solo tres derrotas. Sin embargo, las dos finales perdidas ante Chile por penales fueron un lastre difícil de sobrellevar. Esto sumado a la poca convicción que tuvo en el planteo en la edición de 2015 y a las extremas precauciones (diez contra diez) que hubo en 2016.

Otro de los sustentos más importantes de la gestión Martino fue la de resolver la Messi-dependencia. Logró congeniar un equipo basado en las capacidades técnicas compatibles al servicio del conjunto antes que al individual. El mejor caso es el de Éver Banega y Javier Pastore. A excepción de la doble fecha (Ecuador-Paraguay) inicial, donde no contó con Messi por una severa lesión ligamentaria, Martino fue formando un equipo sólido y con un funcionamiento aceitado, como ante Brasil y Colombia.

Post Mundial y Copa América 2015, se exigía renovación. Y el Tata le dio muchos minutos a Lamela y Gaitán; Otamendi, Mercado y Funes Mori son un acierto exclusivo de él; Kranevitter, Dybala y Correa dieron sus primeros pasos con él; Vangioni, Maidana, Cuesta y Más, fueron sus experimentos.

Saturado por la incapacidad que hay en Viamonte y la poca colaboración de los dirigentes para armar la lista para los Juegos Olímpicos, el Tata –por honestidad y seriedad- dio un paso al costado. En los libros aparecerá como el técnico que llevó a Argentina a dos finales de Copa América y las perdió. No importa que sea la mejor generación de Chile en la historia ni que tengan un culto del trabajo hace diez años. Las perdió. Y eso, en un país que habla de gloria y laureles pero no los cosecha hace 23 años, es imperdonable. La herencia de Martino le servirá a la Selección para seguir creciendo. Si es que la AFA y sus directivos la dejan, claro.