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Los clubes ante el poder privado

Por intermedio del argentino Andrés Fassi, el mexicano Carlos Slim y el Grupo Pachuca desean comprar a Talleres de Córdoba, uno de los clubes más tradicionales del interior. Sin embargo, la idiosincrasia social de los clubes en Argentina es muy diferente a la visión utilitaria de los grandes empresarios.

En determinados sitios del globo, el sector privado avanza vorazmente. Busca arrasar y engullir aquello que halla a su paso. No le importa la tradición ni el sentido de pertenencia. Su norte es fijo e irrenunciable: agotar cualquier vía existente para aumentar el caudal de ingresos. El fútbol no escapa a esa realidad inmediata y se ha convertido en un ambiente ideal para algunos empresarios, quienes usufructúan su esencia sin miramientos.

Los casos paradigmáticos encuentran su epicentro en la península arábiga. Allí, donde gobiernan las refinerías de petróleo. Allí, donde convive la calurosa soledad del desierto con inmensos rascacielos. Ese punto de contacto entre la pobreza de muchos y la riqueza de pocos. El poder de los jeques ha adquirido unos cuantos clubes de fútbol, que ahora actúan como meras empresas. Sin embargo, en el norte de Latinoamérica también existe una coyuntura similar.

En México, gran parte de las entidades cambian de nombre o ciudad si se obtienen resultados negativos o las finanzas arrojan números tan rojos como la bandera soviética. Al igual que las franquicias de la NBA. El dominio general recae sobre el poderoso Grupo Televisa, que no sólo se limita a aglutinar medios de comunicación. Va más allá. También es propietario del Club América -uno de los cuadros mexicanos más reconocidos y laureados-, el Necaxa y el majestuoso estadio Azteca. A pesar de la imponente presencia de la compañía dirigida por Emilio Azcárraga Jean, la escena cuenta con otros actores interesantes. En ese contexto emerge Carlos Slim, uno de los humanos más ricos del mundo y accionista de cuatro equipos: Pachuca, León, Estudiantes Tecos y Real Oviedo (Segunda B de España).

Rostro visible del Grupo Carso, Slim es referencia ineludible en sectores como infraestructura, construcción y comunicaciones. Y en los últimos tiempos ha colocado su mirada sobre esa bella damisela que rueda sobre el césped, engalanada con un fino vestido de cuero. Según el sitio Medio Tiempo, el hombre de negocios de ascendencia libanesa y Jesús Martínez Patiño (presidente del Grupo Pachuca) buscarán expandirse en Sudamérica. En Colombia, América de Cali y Millonarios se erigieron como posibles objetivos. Asimismo, en Argentina nació la posibilidad de comprar a Talleres de Córdoba a través de Andrés Fassi, inversionista nacido en la misma tierra que el conjunto de Barrio Jardín y mano derecha de Martínez Patiño.

Pero en este rincón del mundo la idiosincrasia de los clubes es diametralmente opuesta a la visión utilitaria de estos magnates. Más allá de muchos desfalques dirigenciales y algunos casos de gerenciamiento (empresas que aportan dinero para sustentar la vida administrativa de las instituciones), el ADN se mantiene inalterable. Cada entidad -desde la más humilde a la más poderosa- busca funcionar como un ‘segundo hogar’, en el que los socios puedan disfrutar no sólo del deporte sino también de actividades culturales y de esparcimiento.

De acuerdo a la Asociación del Fútbol Argentino, los clubes afiliados a la misma deben mantenerse como Asociaciones Civiles sin fines de lucro. El inciso c) del artículo 6 del estatuto de la casa madre del balompié doméstico establece esa regla. Ante este panorama, la posibilidad de convertir a la T en una Sociedad Anónima Deportiva quedaría desterrada, siempre y cuando deseen seguir participando en torneos de AFA (algo sumamente probable).

Empero, el dinero posee la nefasta capacidad de torcer cualquier norma. Ha sucedido siempre, desde los tiempos más remotos a la actualidad. Por ello, los asociados albiazules deberán aferrarse al club de sus vidas, que ahora busca resucitar con su reciente regreso al Nacional B. Además, y en caso de adueñarse de Talleres, estos y otros empresarios seguramente buscarán seguir avanzando en estos lares. De ser así, la naturaleza original de los clubes argentinos viraría de manera definitiva e irreversible.

Las instituciones no deben tener accionistas, son de los socios. Y éstos deben comprometerse y cuidar su lugar. No basta únicamente con 90 minutos de aliento o improperios todos los fines de semana.