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Otra prueba de la resurrección celeste

Las selecciones de Uruguay no convencen desde su filosofía pero, cimentado en el proyecto de Oscar Tabárez, han regresado a los primeros planos. El fútbol de la Banda Oriental retomó el protagonismo perdido hace cuatro décadas.

Las calles de Montevideo transmiten una tradición inconmensurable. Los espíritus del viejo CURCC y Nacional rondan en cada rincón de la capital, al igual que aquellos recuerdos de los primeros Campeonatos Uruguayos, que comenzaron a la par del Siglo XX. Uruguay emana fútbol por sus poros y hoy disfruta más que nunca, ya que ocupa los sitios de privilegio que alguna vez le pertenecieron.

Sidney, 16 de noviembre de 2005. Tras la victoria de Australia ante la Celeste en tiempo reglamentario (1-0, gol de Mark Bresciano), la serie de penales definió el boleto hacia Alemania. Darío Rodríguez y Marcelo Zalayeta fallaron para la visita; Mark Viduca marró su intento en el dueño de casa. La sentencia recayó en los pies de John Aloisi, quien batió la resistencia de Fabián Carini y consiguió los pasajes mundialistas para su selección. Seguramente sin saberlo, poco más de 80 mil almas presenciaron el último sinsabor del cuadro charrúa.

Ese trago amargo significó la salida de Jorge Fossati de la dirección técnica. Tiempo después, emblemas históricos como Álvaro Recoba y Paolo Montero también abandonaron la embarcación, que sufría otro golpe al orgullo antaño conseguido. No obstante, esa caída resultó ser el punto de partida de un proceso exitoso en todas las categorías de las selecciones nacionales. Y allí apareció el proyecto de Oscar Tabárez, quien se hizo cargo del conjunto en 2006.

Con un pasado en la Selección absoluta (estuvo a sus órdenes en Italia ‘90) y antecedentes auspiciosos en Boca Juniors y Peñarol, conformó un once pragmático, que encontraba en Diego Forlán y Luis Suárez las dosis perfectas de juego y gol. Cimentado en el liderazgo de Diego Lugano y una medular combativa, cuya cuota de creación radica en el Cebolla Cristian Rodríguez. Su fútbol no atrae, repele a los amantes del buen juego. Pero el convencimiento posibilitó que la escuadra alcance las semifinales de la última Copa del Mundo y Confederaciones, además de erigirse en el monarca vigente de América.

El mensaje de Tabárez echó raíces en los gurrumines orientales, hoy entreverados en la finalísima del Mundial Sub 20. En dicha instancia enfrentarán a Francia y buscarán alzar ese trofeo que Argentina ha sabido conquistar en seis oportunidades. Así, estos muchachos comandados por la base del elenco que perdió la Copa Sub 17 en 2011 querrán empardar su cuenta con el destino. Giorgian De Arrascaeta, Nicolás López y Diego Laxalt, entre otros, mantienen desvelados por estas horas a más de 3 millones de personas.

Las bases de este utilitario juvenil uruguayo se apoyan en la fructífera cantera de Defensor Sporting, habitual protagonista de los certámenes uruguayos. Media docena de jugadores surgidos de las entrañas del cuadro de Parque Rodó integran el plantel comandado por Juan Verzeri. Asimismo, las formativas de Peñarol y Danubio también han aportado jugadores a la causa (cuatro y dos, respectivamente).

“La Sub 20 juega mal. No me convence como está dirigida. La veo jugando muy individual o al pelotazo. Hay buenos jugadores, pero juega mal, no me gusta”, había afirmado la gloria uruguaya Alcides Ghiggia, uno de los artífices del legendario Maracanazo de 1950, antes del Sudamericano disputado en Mendoza. Y más allá de haber tomado la iniciativa en determinados pasajes del torneo, el equipo de Verzeri casi siempre ha optado por abroquelarse en su defensa y edificar su estructura desde el área. Una medida que provoca desconcierto al contemplar el material humano de la plantilla.

La idiosincrasia de estos seleccionados uruguayos se contrapone con la estética y la virtuosidad. Seguramente, allí persiste su faz más discutible. Pero la solidez de un modo de trabajo ha permitido romper las cadenas del ostracismo, que mantuvo cautivo a Uruguay por más de cuatro décadas.