Cine

“Vice”: El trabajo que nadie quiere

Adam McKay continúa la exploración de su lado más políticamente explosivo y demuestra por qué es uno de los mejores directores del género.

Vice
Vice

Ser el vicepresidente es un cargo que todos asumen como meramente administrativo. No se toman decisiones ni tampoco se lo culpa al que está en ese cargo de nada. No solo es sabido, sino que es parte de aceptar ese mandato.

Por eso es importante entender que Vice, la nueva película de Adam McKay (Talladega Nights, The Big Short y The Other Guys), apunta precisamente a desenvolver el rol de Dick Cheney, quien fuera vicepresidente en el mandato de George W. Bush.

Hasta aquí, nada que no hayamos visto en decenas de películas sobre política e, inclusive, filmes biográficos varios.

La película no trata sobre la vida del vicepresidente ni de sus desventuras. Mucho menos sobre su éxito o rol como político. La intención del film es contarte de lo que es capaz una persona con tal de acumular poder.

La particular forma de filmar de Adam McKay empezó a ganar fuerza con The Big Short, aquella increíble película sobre la crisis inmobiliaria de 2008 en Estados Unidos. Su forma de contarla y explicarla hizo de la trama argumental un deleite cuando, en los papeles, estaba destinado a ser una utopía el solo hecho de animarse a explicar el fenómeno ocurrido.

Adam McKay, el padre de la criatura

Sin dudas la forma de contarla y los momentos que usa para jugar con ello hacen de Vice una de las mejores películas del género que podemos ver, inclusive sin saber de que se trata.

El largometraje muestra todos los hilos y hace de los momentos más álgidos un ejercicio enorme de cine, con sus enfoques, su música y las increíbles metáforas que definen cada momento como único y dan lugar a entender lo que está pasando sin rascarse la cabeza a cada rato.

Con un fantástico Steve Carell en el papel de Donald Rumsfeld, que le da un toque distintivo a un personaje que debería ser cómico, pero -sin dudas- es mostrado como cínico. Lo mismo para un George W. Bush tan idiota como cierto presidente latinoamericano muy bien logrado por la calidad de Sam Rockwell, quien logra plasmar toda la estupidez del hijo más imbécil de la dinastía Bush.

Por supuesto que todo gira alrededor del talento de Christian Bale, que no solo interpreta a Dick Cheney, sino que luce como tal. El que supo ser Batman con un estirpe súper atlético y también un escuálido trabajador en El Maquinista, ahora se mete en la piel de un cincuentón regordete y algo pelado que en nada se parece al actor. Lo mejor es que si después vemos fotos o vídeos del Dick Cheney real, quedaremos impactados y resultará difícil saber cuál es cuál.

Lynne Cheney (Amy Adams) y Dick Cheney (Christian Bale)

El elenco principal lo completan la cada vez más genial Amy Adams (Sharp objects), quien interpreta a Lynne Cheney, la esposa del vicepresidente, una mujer absolutamente adelantada a su época y responsable emocional de muchas de las decisiones del segundo mandatario.

La forma en que McKay hace transcurrir la trama con un exultante Christian Bale cabalgando cada escena, mejorando en cada metáfora y con un guión -también escrito por el director- que no falla, que tira y pega, que arriesga (y mucho), pero sale airoso y controversialmente exitoso del experimento.

Donald Rumsfeld (Steve Carell)

Lo mejor de Vice es el tono solemne con el que se suele reír de aquellas cosas que nadie se ríe y cómo entiende que los animales políticos no responden a nadie más que a ellos y sus intereses, y que el votante promedio es, por convencimiento, un idiota útil y nada más.

Para los norteamericanos, la película tiene muchos puntos difíciles y que les recordarán cosas muy cruentas para su nación, pero la forma en que está mostrado y explicado no deja margen a acusar de amarillista o efectista la visión del autor. Es más un ejercicio gigante sobre cómo funciona una metáfora más que un golpe bajo.

Por eso es clave ir a ver Vice en tiempos donde los políticos ya casi no pueden engañar diatónicamente a nadie y solo pueden esconderse tras sus votantes. La película nos lleva un paso más cerca de la verdad de una manera casi cándida y con un humor corrosivo pero no lo suficientemente brusco como para ser arrastrado a las puertas del abismo, por más que estemos allí hace años.