Archivo

Allá en la marcha y acá nomás

El 3 de junio de 2015 se recordará como una jornada histórica en Argentina. Las mujeres salieron a pedir que no las maltraten, a que alguien las proteja, a decirle basta a los femicidios y a la violencia de género. Lo que no sabía es que esa violencia se manifestaba más cerca de lo que pensaba. Lo que no sabía es que a mi alrededor había tanto para decir.

En principio quería ir a cubrir la marcha, recolectar testimonios de mujeres que habían sido víctimas de violencia de género. Sabía que allí, en el Congreso, iba a conseguir información y me sorprendería con historias, probablemente ese día muchas se animarían a hablar. Veía todo lejano: “allá”, “ese” día, “esas” mujeres.

Comenzamos a conversar con amigas y compañeras de trabajo sobre quiénes irían, dónde nos encontraríamos y demás. Les comenté que quería hacer una nota sobre el tema y por curiosidad les pregunté qué significaba para ellas la violencia de género. De a poco todas fueron dando su opinión y encontré similitudes: “Un aprovechamiento negativo de la condición de género del otro ya sea hombre o mujer”; “Una degradación constante de la otra persona que va matando tu autoestima poco a poco como si fuese trabajo de hormiga. Que te hace sentir mínima, inútil, incapaz; “Pensar a la mujer como un objeto de consumo ofrecido. Me di unos minutos para reflexionar cuan presente vivíamos esto en el día a día.

20150603_200324Las situaciones de violencia no pasan solo por lo físico y se ejercen en todos los ámbitos de nuestra vida y, en gran cantidad de ocasiones, son apoyadas y fomentadas por los grandes medios de comunicación con su doble discurso y por la publicidad donde se cosifica a la mujer o se la pone en un rol de inferioridad constante.  Cito a mi amiga Barbi, estudiante de psicopedagogía de la Universidad de San Martín que en pleno debate acotó: “El discurso de la mujer objeto nos atraviesa de tal forma que nos hace desear parecernos a esas mujeres de las revistas, parecernos a esos estereotipos y despreciar nuestro cuerpo si no se asemeja, sentirnos mal si ¨no tenemos levante¨, criticar a nuestra amiga por lo rápida que es o lo seductora que se viste. La violencia está en todos lados, en distintos grados, desde un comentario a un femicidio pero presente siempre”. Lo anoté. Tenía razón, algo mal estamos haciendo.

Seguí leyendo artículos y datos estadísticos sobre la violencia hacia mujeres y por las dudas intenté un poquito más con mi entorno. “Perdón que las joda de nuevo, pero de curiosa me pregunto si ustedes alguna vez vivieron una situación de violencia. La que quiera contar bienvenida sea”, les mandé por distintos lados a amigas, allegadas, familiares de distintos ámbitos, de distintas edades. En pocas horas tuve respuestas que bastaron para no tener que buscar testimonios por fuera. Todo eso que vi tan lejano estaba más cerca de lo que creía. Atravesaba a mis vínculos y me atravesó a mi alguna vez.

Las mujeres salieron a decir "¡Basta!"
Las mujeres salieron a decir “¡Basta!”

Melina. 25 años. Caballito.

“Hubo situaciones en mi infancia que me marcaron para siempre. Mi viejo tenía la gran capacidad de enseñarme los dientes con furia cuando algo no le parecía. Eso me inmovilizaba; era más allá de saber que se venía una paliza, me generaba pánico. Era no saber qué hacer, si seguir, si confrontar, si quedarme en el molde. Otro hecho que me marcó fue a los 12 años, cuando quise salir de una pileta del club al que iba y me encontré con tres pibes que me acorralaron en una esquina. Me tocaron toda, solo recuerdo tener como doscientas manos y yo intentando sacar algunas, siempre tenía otras sobre el cuerpo. Fue una situación muy fea, y quizás hasta no tenían pensado que pase más de ahí, simplemente vieron una chica con curvas y dijeron ‘vamos a joder a la pendeja’. Me sentí muy vulnerable, no entendía como alguien de la nada podía tener ese acceso sin mi consentimiento. Hoy ya no me callo y si me tengo que defender lo hago”.

Cristina. 58 años. Villa del Parque.

Mi primer novio era violento, se enojaba mucho, me celaba, me iba a buscar a los cursos de sorpresa, me vigilaba, me hacía elegir entre mi familia y él, revoleaba cosas. Solía venir a mi casa cuando yo no había llegado, me revisaba los libros y mis cosas. Me llevó más de un año cortar, porque no sabía cómo decirle que no quería verlo más.  Corté y, tres meses después, le contaron que estaba en un café tomando algo con otro chico. Vino a mi casa, me pidió todas las cosas que él me había escrito y regalado, se las entregue, y él que practicaba taekwondo, me derribo de una trompada y salió corriendo. Lo volví a ver muchos años después, y ahora sigue cambiándose los perfiles de Facebook, mandando mensajes amenazadores y enojado porque no lo acepto como amigo”. 

Johanna. 25 años. Saavedra.

“Creo que tenía 22 años cuando salía con este flaco. No recuerdo un día donde no hubiese llorado en esa relación de 3 meses, que se sintieron como años interminables. Era una persona que me denigraba constantemente, que me hacía sentir que todo lo que era y hacía estaba mal, que era una persona horrible, y obviamente una “puta”. Era una puta por un tweet de hace meses, era una “puta” por tener un piercing en un pezón, era “una puta” porque en mi cumpleaños de hacía 2 años atrás estaba disfrazada con poca ropa. La manipulación no tenía limites, mentiras tras mentiras (hasta inventar la muerte de su madre) para atarme, para hacerme sentir pena. Un día abrí los ojos, y me cansé. Amenazó con suicidarse, al no dar respuestas ante sus suplicas comenzó a violentarse. Me zamarreó en la calle, y ahí fue cuando una mujer nos vio, paró a un patrullero y me advirtió que haga la denuncia, que sino después terminaría muerta. En ese momento me pareció demasiado para mi situación, pero la verdad es que no sé qué hubiese pasado si hoy estuviera cerca de esa persona. Todavía a veces sueño con él, que me lo cruzo y sigo sintiendo miedo. Lo que más me cuesta entender es cómo accedí a una relación de ese tipo, pienso en lo mal que estaría anímicamente. Para mi suerte no fue una relación más, sino que me ayudó a abrir mis ojos y hoy estoy muy segura de lo que quiero y lo que es bueno para mí, y sobre todo saludable. Le diría a la Johanna de ese entonces que no priorice a nadie, que se priorice a ella. Que no priorice el estar con alguien solo por no estar sola. Que se quiera, que no busque que la quieran y la aprobación del resto; para que te quieran hay que quererse y para quererse hay que conocer cuáles son los limites. Le diría que no lo piense dos veces antes de decir que no, que diga que no y basta”.

El acoso verbal callejero, los gritos e insultos de sus parejas, el alejarse de gente que le trataba de hacer ver lo que ellas no podían y el naturalizar situaciones de maltrato se repitieron en la mayoría de las historias que me contaron. Por eso creo que esta convocatoria que logró juntar más de 150.000 personas -solo en la Ciudad de Buenos Aires- puede ser el pie de inicio para un cambio verdadero.

Tal vez muchas mujeres ayer no se sintieron tan solas y supieron que hay mucha gente dispuesta a defenderlas; tal vez el comisario que manda a su casa a la señora que va a denunciar a su marido ahora lo piense dos veces; tal vez hay cosas sucediendo más cerca de lo que esperas y hay gente que se está animando a hablar, tal vez este grito nos despierte a todos como sociedad y nos convenza de que el cambio además de político debe ser cultural por eso hoy más que nunca debemos pedir #NiUnaMenos.

@Ciruelaaaa