“Tocame una canción/que soy pobre/ que soy rico/que no importa lo que soy”, dice “Che Música”, un tema alojado en el último disco de estudio hasta acá, de Brancaleone. Y esa frase simplifica a la perfección lo que arroja este viaje de 10 años. Siempre, la canción. Siempre la música se impuso a todos los vaivenes. Con distintos intérpretes, con estrellas que fueron cambiando, con formatos que llegaron para quedarse, otros que se sostienen en la nostalgia y otros que buscan revancha.
¿Qué pasó en estos 10 años a nivel musical? Siempre, una década, es un buen período de tiempo para englobar una época, sacar una tajada de nuestra historia. Algunos datos para un pantallazo: cuando empezó Rock And Ball, Eruca Sativa acababa de editar “La Carne” y recién hacia pie en Capital Federal, el Indio Solari lanzaba “El Perfume de la Tempestad”, Callejeros acababa de dar su último show, al igual que Los Piojos y Valentín Oliva, a quién hoy todos conoce como WOS tenía apenas 12 años.
Spotify sonaba más a película de ciencia ficción que a lo que hoy es, el vinilo seguía siendo un formato para coleccionistas y no un regreso como es hoy y el CD aún se vendía. Es más, todos los equipos de música tenían como mayor innovación la chance de reproducir MP3, pero ni hablar del Bluetooth o que un equipo pudiese no tener para escuchar discos físicos.
Son muchas las bandas que acompañaron estos años a Rock And Ball. Las que han crecido con el medio, las que han abandonado en algún punto del camino, las que se han consagrado e, incluso, los grupos que han surgido en estos años. De allí se llegó a una industria que se renovó con las nuevas tecnologías y la novedad de que la música podía ser consumida en formato audiovisual –gracias, YouTube- y que ya no era necesario sacar discos.
Las bandas, incluso el under, se amigaron más y más con la idea de hacer EPs o incluso, los viejos singles. Por motivos económicos en su mayoría e incluso artísticos ya hace unos años. Siempre fue más barato no sacar un disco físico que sacarlo, pero no siempre el público estuvo receptivo a que no saliera en ese formato, como hoy en día. ¿los temas están en Spotify? Listo, se pueden escuchar. Ahí quedan los nostálgicos, que añoran el olor del CD recién abierto y el libro con el “arte” del álbum, algo que también se sentía como un regalo del grupo hacia sus seguidores, o la pieza que terminaba de completar el rompecabezas. Hace unos años, no era sólo la música, también era el trabajo de la portada, el librito con sus respectivas letras. Eso redondeaba el concepto.
Hubo tres grandes épocas en estos años de música al palo. La primera, el “post-Cromañón”. Que se podría definir como la llegada de la conciencia al público en su gran mayoría, que no todo lo que se hacía en un recital de rock era del todo copado hacerlo. Las bandas tuvieron que lidiar con una nueva realidad que marcaba otras capacidades de los lugares, configurar otro aguante sin pirotecnia y negociar con menos “lo atamos con alambre”, algo que la industria permitía sin ningún problema. De pronto, las habilitaciones tuvieron que aparecer sí o sí. Al menos, los primeros años.
Quizás el segundo gran quiebre llegó cuando estallaron las denuncias por abusos dentro del rock, en el under y más arriba también. Rock And Ball eligió muy rápido un lado de la mecha. Lo cierto es que lo que pasó no fue más que lo que pasaba en otros ámbitos. La segunda perdida de la inocencia del rock, la muestra que el “todo vale” ya no iba y que los “códigos” no pueden englobar ciertas actitudes que, lisa y llanamente, son delitos. La caída del velo de los ojos de muchas pibas que, de pronto, cayeron en: “No, pará, esto fue abuso”. O que lo tenían silenciado hace años o que les costó mucho tiempo elaborar las palabras.
Las denuncias se multiplicaron, varias bandas cayeron en ellas y, luego, en la discontinuidad o el ostracismo, quedándoles como único refugio algún bar amigo un día de semana a la noche o un vivo de Instagram. Otras quedaron heridas. Otras perdieron público. Otras, insólitamente, siguieron adelante como si nada. En medio de denuncias cruzadas, de sommeliers de verdades reales o virtuales, el rock sufrió un segundo golpe muy grande. “Tu ídolo es un forro”, decía un sitio web que explotó por aquellos días. Y, bueno, tal vez sí. De hecho, aún, no lo es.
El tercer momento de quiebre de estos 10 años, tal vez, llegó con la explosión del trap y el rap. Cuando el crossover cumbia-rock empezaba a ser digerido por todas las partes, con Damas Gratis compartiendo escenario con Divididos, por ejemplo, aparecieron en el ámbito rockero dos nuevos géneros y toda la estructura se volvió a mover.
No sólo por su irrupción, nacida al calor de movimientos como El Quinto Escalón, que fueron las inferiores de hoy consagrados como el Duki o Ysy-A, sino porque la industria se volcó ahí. De pronto, nombres como los de ellos y también Cazzu, Khea, Ecko, Trueno y Wos ganaron espacio en los medios, contratos en las discográficas y lugares en los festivales otroras de rock (y algo de reggae, ska, metal y, últimamente, cumbia). ¿Quiénes son estos tipos?
El trap y el rap llegaban para terciar y amenazaban cada uno de los espacios del rock. Pibes jóvenes, con empuje y cosas para decir, que fueron criados al calor de un tiempo político macrista que fue un atentado a la cultura. Ese grupo le ganó gran parte del tablero a un rock que sigue devorando a Charly García, Indio Solari, Gustavo Cerati, Fito Páez, Andrés Calamaro y al que le cuesta encontrar sucesores, nuevas carasque puedan ser los “herederos” de esa popularidad. Ni hablar cuando a Wos se le ocurrió samplear la guitarra de “Luzbelito” para uno de los temas de su único disco “Caravana”. Ahí, de pronto, todo tuvo sentido. El hecho que Cazzu compartiera escenario con Los Gardelitos fue otro aporte o el mismo Wos con Ciro y Los Persas en una entrañable versión de “Pistolas”.
Nota al pie: “Caravana” hubiese sido el disco más vendido del año pero no se editó en CD, sino que se consigue únicamente de manera física en vinilo. Sí, el formato que volvió “acuna” al artista nuevo que llegó para redefinir la industria. Toda una parábola de lo que es la música. De por qué las canciones son las únicas que sobreviven. Pase lo que pase.