Es jueves 18 de julio, pleno invierno, nueve de la noche, y adentro de Niceto Club la gente aguarda bajo una penumbra rosa que parece entibiar el lugar, pero lo que entibia el lugar es la misma gente, convocada por una misma razón: ver el show de Nico Sorín Octeto.

Sin aviso ni presentaciones, sobre la tarima que está al fondo se abre el telón, y luces blancas y anaranjadas dejan entrever partes del escenario, los músicos que llegan y se posicionan frente al público, sonrientes, presentándose junto al sonido de sus instrumentos.

De izquierda a derecha vemos a Noe Sinkunas en piano, Marco Cabezas con marimba y vibráfono, Aldana Arguen en guitarra, Rodrigo Gómez en batería, Federico Santisteban con el bandoneón, Franco Fontanarrosa en bajo y Nico Sorín en teclado. Juntos arman una melodía que no puede ser clasificada en un sólo género musical, combinación de tango, heavy metal, reggae y rock que descoloca a la nueva audiencia.

Tras un preludio intenso, hipnótico, Sorín pregunta quiénes fueron a verlos más de cinco veces y se alzan muchas manos, entonces se sabe que cuando termine el recital, uno se va a ir con ganas de volver por más. También explica que el show es un homenaje al mítico Astor Piazzolla y su álbum de 1977 grabado en el Olympia de París, un teatro con la acústica perfecta para grabar actuaciones en vivo.

Y sigue la música. Suena Libertango, Meditango, Zita, Adiós Nonino, en sintonía con un show de luces que logra envolver al público de tal manera que los ojos no pueden despegarse del espectáculo. Y la música conmueve el alma, y uno no sabe si viajó al pasado para presenciar la grandeza de esos épicos tangos argentinos que marcaron la historia, o si viajó al futuro para descubrir que la música es esta cosa sin límites, música libre y liberadora como ninguna otra.

Nicolás Sorín

Gigante, imponente, aparece tras la banda-orquesta la imagen de Piazzolla, y por los parlantes comienza a sonar el poema que da inicio a Balada para un loco. “Te reís, pero solo vos me ves, porque los maniquíes me guiñan, los semáforos me dan tres luces celestes, y las naranjas del frutero de la esquina me tiran azahares. Vení, que así medio bailando y medio volando, me saco el melón para saludarte, te regalo una banderita y te digo…”

Los temas se superan unos a otros sin perder la atención del público, los géneros se fusionan y se pisan entre sí, te sumergen en una película de suspenso al mismo tiempo que en una película de locura y amor. Nico Sorín y la banda cierran la noche con Fuga y Misterio, otra canción de Piazzolla que, como Balada para un loco, no formó parte del álbum del 77, pero nos las regalan como despedida.

Y aplaudimos un poco atontados, y nos vamos sabiendo que otra noche vamos a volver por más.