“¿Cuánta gente hubo?”, era la pregunta cuando la madrugada del domingo nos esperaba con los brazos abiertos y las calles repletas. Como los colectivos, que pasaban y pasaban y no frenaban. Paraban solamente cuando la ruta se congestionaba. Un viaje que dura dos horas máximo de Santa María a Córdoba, se hacía en cuatro o cinco.
En el domingo se notaba que haría más calor que el sábado. La terminal de la capital cordobesa, abarrotada de gente, demostraba que el calor humano sería igual al del sábado. Hay caras de sueño, hay bostezos por doquier, hay anécdotas de la noche anterior, están quienes aseguran que no vuelven más “por tanto bardo” y están los que se les ríen. Nunca tanta gente se juntó en el Aeródromo de Santa María de Punilla, haciendo que se gaste una banda de tiempo en buscar la comida, en vez de usar ese tiempo viendo bandas. Debe ser que un banquete musical de semejante tamaño trae consigo esos detalles.
Al bajar del colectivo, casi como un milagro, el cansancio no está, la fatiga se va y el cuerpo entra en una sintonía con lo que pasa a unos metros de allí. Será la montaña, serán las sierras cordobesas que funcionen como un energizante natural o será solamente el Cosquín Rock, el responsable de que comience ese milagro.
Nos vimos en el pogo
Porque Cosquín es eso, un milagro donde confluyen varias cosas: Sentimientos, experiencias, anécdotas, relaciones, gustos y géneros. Están quienes ya le sacan el “Rock” para hablar solamente del “Cosquín”. Como si ya se supiera que este festival atraviesa gentes, edades, maneras de ver y de sentir lo mismo: La música.
En una primera jornada donde la gente llegó desde bien temprano y hablamos de gente en cantidades, que antes sólo se veían después de las 19 hs., pero la distribución de los artistas que más gente mueven en la grilla, las ganas de recorrer el Festival y la impaciencia por llegar hicieron que el río fuese de personas.
Cosquín es la vuelta, el volver. Cada vez que alguien se va del “CR” es un hasta luego, hasta el próximo febrero para volver a hacer esas horas de viajes; esas horas de fila; esas horas en el Aeródromo, allí donde mucha gente siente que vuela. También es volver al ritual, una peregrinación casi por inercia que hace menos pesado el sol y menos frío el frescor de la montaña, si las banderas se mueven desde bien temprano, con bandas como La Chancha Muda, para ir in crescendo al pasar las horas y terminar con Ciro y los Persas, La Vela Puerca y Las Pelotas casi con un manto que no dejaba ver, pero sí sentir. Volver, sí. Fue la vuelta de Usted Señálemelo, después de cuatro años y del parte de sus miembros. Bajo la montaña su Nuevo comienzo fue canción y con ella los cientos que los esperaron con ansias.
Cosquín es el pogo y fue uno de 200 mil personas, que saltaron, se abrazaron y hasta descargaron broncas. Porque Cosquín es el caos también. Esas colas interminables para comprar un ticket; para canjear el ticket; para devolverlo. Es la espera lenta y amarga, mientras se suceden en el escenario los artistas que se fueron a ver. Son los precios elevados, la espera que desespera y que sólo se calma con momentos elevados, únicos, que cada persona siente cuando se deja llevar por la música.
Algo de vos llega hasta mí
Cosquín es familia. Son más de dos décadas de rock, donde los jóvenes tuvieron hijos y ellos ahora son quienes asisten y quienes cantan, como Manu Martínez que se subió antes de que Ciro lo hiciera en la noche del domingo.
También Wayra Iglesias, que el sábado hizo su debut en el Festival, más precisamente en la Casita del Blues. Ella, más precisamente, es la hija de Tete, bajista de La Renga quien subió a cantar con ella y acompañado por su hermano Jorge, El Tanque, en la batería. Cosquín es Familia, como Mónica de más de 60, que fue con sus hijas Flor y Milagros, quienes mamaron de chicas todo esto y se encontraron en el predio a Catriel Ciavarella. “Ella es mi hermana menor, que cuando empezó a escuchar música le hice conocerte y desde allí empezó a tocar la batería”. Había un cartel a lo lejos que decía: “No es temblor es el pogo”. Pero en ese momento para Florencia no era el pogo, era temblar de la emoción.
Cosquín es la hermandad hecha música. Un abrazo de un amigo que lleva al otro, a su hermano de la vida, por primera vez al Festival. Este último, Benjamín, quedará “molido”: Las piernas no resisten tanto con el paso del tiempo como los lazos. Sellar amistades bajo la luna serrana, es mucho más poderoso que cualquier otra cosa.
Inclusive si Giannina que llega desde Uruguay, aparece en medio de la muchedumbre para un abrazo rioplatense, que no se olvida. O como Lila Downs que canta con su amor mexicano, a las mujeres que luchan y a los desaparecidos. Cosquín es rock y como tal debe ser memoria, lucha y resistencia. Y además vanguardia y cambio de paradigma. Por eso está bien que Trueno suene bien fuerte y que se siga ocupando la ley de cupo femenino.
Cosquín es la fiesta y el festejo: En las fiestas Bresh y Katana, y en las que de a grupos se armaban con cualquier banda, ya sean Las Pastillas, No Te Va Gustar o La Delio Valdéz que hizo bailar a propios y extraños. Pero sobre todo en las pantallas cuando Ciro le cantó a la Selección, quien “No dejaron atrás lo que soñaban”; en la camiseta celeste y blanca con tres estrellas que Juanse se encargó de lucir y un “10” enorme en la espalda.
Cosquín es para siempre, como Messi y Cía. Como ese coro en las canchas y en el predio, cuando sonó el Himno Nacional Argentino interpretado por Airbag -que la volvieron a romper- con un “Pato” Sardelli a la cabeza que dijo: “Brindo por ustedes y por nosotros, por este hermoso país que lo hace la gente, no los políticos”. Al igual que el Festival. Porque el Cosquín es gente y es pueblo.
De alguna forma de eso se trata vivir
Cosquín es furia con Ca7riel y Paco Amoroso , y ternura con la Orquesta Sinfónica de Villa María y “La Jose” o Josefina Guevara Cangemi quien acompañó a Ciro en Canción de cuna; Cosquín es la libertad que celebró la banda colombiana Monsieur Periné y los enojos de quienes vieron acortados los shows de su bandas por cuestiones de tiempo; Cosquín es el tiempo que no pasa y engrandece a un León Gieco que sube de invitado y es la confirmación de que algunas bandas van tan rápido en ascenso, que necesitan más espacio en el escenario central como Bandalos Chinos; es la aplanadora de Mollo y Cía y la delicadeza de Aristimuño.
Podemos decir muchas cosas de Cosquín y definirlo de mil maneras. Tal vez el mejor resumen sea el recital de Fito Páez (¡Qué bueno que estuvo!). Porque Cosquín es “El Amor Después Del Amor”. Es amar después de tantos festivales; es conectarse con tu persona favorita, que está en otra parte del predio, cuando suena esa canción que cae “como un rayo”. Es Fito entregado a la gente en cuerpo y alma. Porque Cosquín es la entrega total del artista. Cosquín es el recuerdo, para rememorar que Cerati una vez describió su “amor amarillo”…
…Y es mirarlo a Páez vestido de un impecable amarillo escuchándolo tocar, cantar y disfrutar ser parte de “la tribu” y acordarse de lo que escribió Gustavo: “Hay algo en el aire/ Un detalle infinito/ Y quiero que dure para siempre/ Para siempre”. Eso es Cosquín Rock.
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