“Gracias por venir. Sabemos lo difícil que es ir a ver bandas. Les pedimos que lo sigan haciendo. Es muy importante. Si quieren a la música, la tienen que defender”.

Comentar en una cobertura de show que hacía frío, que era fin de mes, que llovía, o que la noche “estaba cerrada”, suele hacerse para dimensionar, contextualizar el evento, aunque la utilidad de aquel recurso no esté comprobada. Es, en todo caso, una aseveración periodística de que tal cronista estuvo verdaderamente en el evento mencionado.

Pero en la fecha compartida por Todo Aparenta Normal y Octafonic del viernes 28 de julio, la frase, dicha por Nicolás Alfieri cobra aún más sentido cuando se tienen en cuenta los factores climáticos y hasta económicos en los que se dio la fecha.

Poco dinero, muchas propuestas musicales en la ciudad, un clima que acobarda. Excusas verdaderas que podría tener dar el público para guardarse, aunque a pesar de esos obstáculos, estuvo allí.

La intención de dispersarse, bailar, cantar, la idea de que el fin de semana empiece diferente. Cuales sean sus razones, todo edifica la defensa de la música.

Pasadas las 20.45 Todo aparenta Normal salió a escena con un 80% de la audiencia ya dentro del Teatro Vorterix, lo que da un panorama de público compartido. Tras una intro corta que le da fuerza épica al show. largó “Canción del desaprendiz”, uno de los nuevos clásicos del disco más reciente de la banda.

El inicio tuvo algunos problemas de sonido, bastante pobre, que no salía para los monitores pero sí para la audiencia, algo bastante común en Vorterix, pero que fue mejorando con el pasar de las canciones.

Tras el primer tema, de actitud rockera, llegaron los cambios de energía que obviamente tenía que ver con llevar un setlist más acotado. De “Aquelarre”, con sus palabras sueltas y guitarras suaves, TAN pasaba a “Jinete”, con más fuerza aunque todavía en la línea melódica, luego el interludio de Equinoccio, para poder sorprender nuevamente con “Porno rock”, la más agresiva de la noche para el cuarteto formado por Alfieri, Barzan y Koleff.

Tras la primera sección, vendrían dos de los temas más trascendentales del cuarteto, ambos con una estructura mentirosa de balada pero que guardan una contundencia devastadora. “Como un faro”, la más cantada de la noche gracias a sus líneas “tripulante en la simpleza, los caminos del corazón, hoy por hoy”, o “Dejo las deidades, los espejismos, y todo eso que no me haga bien, puedo amanecer, Siempre alerta pero sin enmudecer” y la final “Fuego al fuego, dije todo sin hablar. Y que sea, lo que sea, pero en nuestra ley y ninguna más”, coreadas con fuerza por sus seguidores.

La parte lírica le dejó paso a la instrumental y el juego de luces conspiró para enceguecer al público, obligando a correr la vista o cerrar los ojos para que el sentido del oído tome el poder del cuerpo y no sea doblegado por lo que había que ver. Dónde o cómo enfocar la atención es una tarea que todos deberíamos aprender. Mientras tanto, el extenso solo de Nicolás hacía que las orejas se transformen en propios satélites para captar cada nota y sentimiento que salía de los amplificadores.

“Vamos al sur”, dijo el cantante, presentando de esta manera “Traful”, canción que tiene su reciente videoclip filmado en la ciudad neuquina que le da nombre, una belleza natural que se esconde en invierno tras el frío y la nieve pero que al florecer supera cada lugar.

Increíblemente, un lugar que hace alusión a la Patagonia parece abrigar con su compañía al sonar en manos voz y corazón del grupo. Tanto es lo que sostiene ese puñado de acordes y frases, que el tema se solidifica en el público que canta a capella la línea final “y algo mío se quedó en Traful”.

Con la obligada ciclotimia musical, la escalada -en viaje de montaña, a esta altura- nos llevó a “Detener el tiempo”, para luego pasar por la significativa “Romper un misterio” y más tarde “Agazapado”, que produjo el clásico pogo de sus recitales.

El ricotero riff de “Calendario” comenzó a escribir el final de la historia para Todo Aparenta Normal en aquella noche de viernes, pero que no se iría sin antes tocar “La dicha de los cobardes” para despedirse con el “no soy sensatez, soy sentimiento, los que piensan siempre van detrás” como descripción que celebra perfectamente con la idea, propuesta y ¿función? De la banda. Nuevo saludo de agradecimiento y a descansar a la espera de Octafonic.

Entre cerveza y cerveza, encuentro de amigos y ansiedad musical, dentro de Vorterix cualquiera se podía topar con músicos que había ido como público. Una encapuchada Lula Bertoldi -pareja de Nicolás Sorín– de Eruca Sativa junto a su amiga la folclorista Bruja Salguero, por otro lado Ignacia, y el baterista Agu Romanelli, fueron algunos de los colegas que fueron a disfrutar de la fecha doble, gesto que guarda un sentido de camaradería que ayuda a crecer la escena.

Las mil caras de Octafonic

A las 22.30 se abrió el telón nuevamente y los músicos de Octafonic comenzaron a ubicarse en sus respectivos lugares, en un escenario-laberinto en el que monitores, cables, fierros, y estructuras que para el resto puede parecer caos, en el grupo creado por Sorín funciona para interpretar la música de la mejor manera.

Allí no habían samplers ni nada pregrabado, todo suena en vivo y en directo, incluso las palabras repetidas del cantante en “Welcome to life”, primer tema de la lista en donde saluda al público y pide las entradas “hello tickets please” para luego invitarlos a que se acerquen “Everyone close to me” con la voz alienígena en la que los otros instrumentos comienzan a entrar en calor con largas y pesadas notas, en especial en los vientos y sintetizadores.

Una entrada perfecta que ira preparando al público para el sinfín de secciones musicales y cruces de instrumentos que tendrá el show.

Si TAN nos replantea el desaprender, Octafonic nos propone desestructurar. O estructurar sin definiciones dogmáticas. Como evidencia, el segundo tema Plastic se vale de un ritmo amorfo edificado de diferentes melodías que van desde el rock y el jazz técnico para crear una especie de swing con una base bailable.

Ponerlo en palabras suena complejo, pero de la cabeza de Nicolás, quien compuso este y los demás temas del primer disco de la banda, todo surge tan natural que en la interpretación suena, no tanto como yuxtaposición sino más como un equilibrio de fuerzas.

“God” y “Love” bajaron la intensidad pero manteniendo el bombo fuerte, que resonaba más por el pañuelo verde de la campaña por el Aborto seguro libre y gratuito que ya es parte de la escenografía de muchas bandas nacionales.

“Rain” volvía a poner la atención en los vientos, que en la función del 28 estuvo recargada. Además de Francisco Huici y Leo Paganini en los habituales saxos, se agregaron trombón y trompeta para completar la línea de metales y hacer feliz al director que se divertía especialmente dirigiendo los arreglos endemoniados del brass.

El baile volvió con “Physical” y ya entrando en la segunda parte de la lista de temas sonó “Sativa”, con su electro funk sexy, que promueve con su melodía pegadiza que el rock deje de tener ese nefasto miedo al pop.

Pero como de licuados le gusta hablar al líder del grupo, toda la distensión se acabó cuando comenzó a sonar “Mini buda” una de las composiciones más pesadas y curiosamente más cuidadas del grupo.

La  velada comenzaba a exigir que se pida la cuenta para partir, pero antes había espacio para darlo todo con el postre. “Monster” y esa caminata a la par entre voz y teclado que abre el camino para una de las secciones de vientos más gancheras del álbum debut de Octafonic.

Pero como todo esto se trata de capas, esos arreglos que están al frente pasan rápidamente a ser un colchón para un solo de guitarra que hace circular un aire más roquero.

Tras un falso final con solo de batería de Piazza, ovacionado por el público, los demás integrantes desaparecieron y volvieron al escenario para comenzar, a través del ritmo propuesto por el Chino, una especie de improvisación que mutó en el final de “Monster” cuando ya muchos habían olvidado qué era lo último que había tocado el grupo.

Octafonic es siempre una experiencia. Como las grandes pinturas, obras de teatro o sinfonías. Verlos en vivo es siempre encontrar un gran detalle. Uno más en su lista de innumerables . En un mundo de música acartonada y facilista, perderse en la delicadeza y lo grotesco de sus arreglos, contradictorios conviven intensamente, es liberador.

El detalle -inabarcable para cualquier crítica o cobertura que pueda hacerse de su show- como ladrillo en cada canción que tocan simplifica en notas, acordes, o armonías, lo que tardaría en decirse 100 años. Así de perfecta es la música. Y eso mismo honra el octeto.

“Over” y el bajo stoner de “Wheels” sirvieron como prólogo del desenlace, que vendría con una versión extendida de “What” para liberar los demonios de la semana y exorcizar el alma con música a puro grito.

“Ya que estamos acá…” dijo Sorín cuando los integrantes de Todo Aparenta Normal se sumaban al escenario para el final. Comenzó a sonar el piano y la melodía de “Hey Bulldog” fue reconocida por todo el teatro inmediatamente, para terminar el concierto a pura fiesta beatle.

Sabemos lo difícil que es ir a ver bandas. Les pedimos que lo sigan haciendo. Es muy importante. Si quieren a la música, la tienen que defender”.

La frase vuelve a resonar con más importancia cuando el show ya concluyó. En los tiempos que corren, este show significa un acto de resistencia. Una fecha anunciada con poca anticipación para bandas convocantes dentro de la escena pero que por propuesta no tienen una difusión masiva, se transforma en un símbolo de la defensa de la música. Lo que se entiende puramente como música, alejado de todo ese andamiaje caníbal de la industria.

Y afortunadamente, el aguante no es unilateral: Los que están abajo del escenario bancan la música a modo de inversión doble. Para su vida y para que el que está sobre el escenario pueda seguir haciéndolo.

Los de arriba, honrando lo invertido y no solo ofreciendo un entretenimiento sino, más importante, lo mejor y más puro de su ser. Defienden la música desde sus tripas. Eso se necesita. Valientes que se vayan del 4×4. Canciones “como un faro”.

El respeto al tradicionalismo del rock es lo que más lo destruye. Desaprender, deconstruir y defender se logra atravesando límites, saltando el cerco, viendo qué hay más allá.

Fotos por Ojo De Pez