A Maradona le pegaron una patada en el culo y lo mandaron de Fiorito a París. A Diego nadie lo aconsejó para bien y tampoco le enseñaron a ser lo que fue. Nadie le enseñó a ser Maradona, tuvo que aprender solo, porque era diferente a sus hermanos, porque a él lo compararon con D10S. Maradona no se la creyó, lo obligaron a que sea así, porque de La Paternal pasó a La Boca y de allí se fue directamente a Europa sin pasaje de vuelta y con una obligación: ser Maradona.
En Barcelona no lo dejaron ser, pero le pegaron como si fuera. Se enfermó, lo lesionaron, sin embargo fue campeón y convirtió el mejor gol de la historia del Derby español. En España conoció la droga, fue en la Copa del Mundo de 1982 y por más de que lo juzguen por eso, el único que perdió en esa lucha fue él. “Si no hubiera tomado cocaína qué jugador hubiera sido”, afirmó el Diez en más de una oportunidad.
En Italia se transformó en Rey y nadie le explicó cómo era eso. Los napolitanos lo adoptaron como suyo y fue el representante del sur de Italia en cada partido frente a las grandes potencias: se arrodilló el Milan, el Inter y hasta la Juventus, todos ante los pies del Maestro. ¿Qué culpa tenía él de hacer respetar a un pueblo solo con la pelota de fútbol? Maradona fue héroe en el sur y villano en el norte, pero así dio una lección cada fin de semana y separó aún más a Italia, porque en 1990 los napolitanos hinchaban por Argentina.
“Más devastadora que la cocaína es la exitoína. Los análisis de sangre, no detectan esa droga”, escribió Eduardo Galeano y tiene razón. A Maradona nadie lo ayudo, tuvo que ir solo contra todos y cuando alguien se la acercó ya era tarde, porque el villero de Fiorito ya tenía nombre y apellido, y además ya había hecho famoso a una ciudad del Sur de Italia y más famoso todavía a un país que termina en el fin del mundo. Maradona nos dio ese apellido que hoy nos enorgullece con Messi, solo que él llego treinta años antes.
En Sevilla no encontró su silla y en Rosario estuvo cerca de volver a ser feliz, porque volvió a sentir de cerca la pasión más allá de su corto paso por Newell’s. En Australia, Alfio Basile le dio la oportunidad de volver a ser y en Estados Unidos volvió a caer. La duda será existencial para todos: ¿le hicieron la cama? –Nadie lo sabe-. Solo se puede afirmar que en 1994 le volvieron a soltar la mano.
Volvió a Boca para despedirse en Nuñez, en la cancha de River jugó su último partido oficial pero en La Bombonera tuvo su merecido homenaje. “Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha”, será la frase eterna de Diego, la que lo hace aún más grande, porque lo dijo en su segunda casa, ante los ojos de millones de personas en todo el mundo y dándole la espalda a Pelé, el tercer mejor jugador de la historia.
La Habana, Cuba, fue su otro lugar, allí fue a jugar al golf y, supuestamente, a curarse de su adicción. En Montevideo volvió el cabeza dura y muchos lo idolatran por eso: “La tenes adentro. Chupala”. Un Maradona autentico, sin pelos en la lengua. Todo estaban esperando que caiga pero no calló.
Por ser Maradona le fue muy bien y por ser Maradona también le fue mal. Él creyó que en Sudáfrica iba a ser Campeón del mundo como técnico por ser Maradona, no fue así y se volvió a su casa con la derrota más dura de su carrera, un 0-4 que fue peor que el 6-1 en Bolivia. Alemania había pisoteado a Maradona, como en 1990 con un penal que todavía seguimos discutiendo.
En Emiratos Árabes Diego encontró la paz que necesita pero que al mismo tiempo no quiere. Maradona es ruido y él no puede vivir sin ruido. La figura de Messi lo opacó a nivel mundial y terminó exiliado a casi catorce mil kilómetros de Buenos Aires. Hoy es 30 de octubre y se lo recuerda por su cumpleaños, pero mañana será otro día.
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