El fútbol se ha vuelto una disciplina cada vez más frenética, donde al igual que en los otros deportes se evoluciona permanentemente intentando achicar el margen de error. Sin embargo, esta búsqueda mucha veces juega en contra de la belleza del espectáculo, que en sus días decisivos regala encuentros deslucidos, más luchados que jugados, donde el miedo a perder crea una atmósfera de nerviosismo que condiciona una clara escasez de emociones.
Las últimas finales entre países son una clara muestra de ello: ni las de los Mundiales 2010 y 2014, las Copas América 2015 y 2016 y el reciente duelo entre Francia y Portugal arrojaron goles en los 90 minutos. Hay una salvedad: sólo las dos de Copa América llegaron a los penales, lo que no quita que todas sean el reflejo de un fútbol cada vez más físico y veloz donde no todos atacan pero los once defienden. Y ahí vale hacer una salvedad: si esto se ve cada vez más en los partidos, que atente contra el espectáculo no quita que los equipos no lo hagan para sacar provecho. Las tácticas a veces fallan, pero nadie hace repetidamente lo que no le conviene.
Esta forma de juego, si bien ayuda a formar futbolistas más completos, ha llevado de a poco a un emparejamiento en rivales con diferencias técnicas históricas. Es raro que Argentina se enfrente a Chile y no le gane, pero en 240 minutos casi no pudo dominarla y las pocas chances que le generó no las aprovechó. Ojo, también es cierto que esta Roja es la mejor de la historia y que ya nadie podrá subestimarla con la chapa del pasado.
A España y Holanda les costó muchísimo generar el juego asociado que mostraron en Sudáfrica cuando jugaron la final; ni hablar a Alemania, que llegaba mucho más descansada y con más certezas que Argentina en 2014, pero sólo fue superior en el tiempo suplementario y hasta pudo perderlo tranquilamente antes de la prórroga. Francia era local, jugó mejor y tuvo las más claras en los dos tiempos de 45, pero se cayó en el extra y cargará para siempre con la cruz de haberlo perdido en casa. Eso también sucede: el fútbol actual tampoco es condescendiente con los favoritos ni con los que hicieron mejor las cosas. Quizá la injusticia y los desenlaces inesperados lo hacen tan lindo.
El año pasado, la Copa Africana de Naciones también terminó sin goles entre Ghana y Costa de Marfil. Es la tercera que termina así de las últimas seis, mientras que las restantes tuvieron sólo un grito cada una. En 2011, la Copa Asiática también tuvo su única emoción en el alargue. Y el peor karma lo tiene Argentina: lleva siete finales perdidas y cuatro seguidas sin anotar. ¿Qué está pasando?
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