Hacer esto es cualquier cosa menos algo sencillo. Principalmente porque en el afán o las ganas de querer analizar correctamente semejante obra pueden pasar dos cosas: o bien que la libre interpretación termine por tomarme y todo quede en un desvarío que nada tenga que ver con ella; o bien que dicha obra me termine comiendo. Pero en tanto buen tino y fuentes eficientemente implementadas, aspiro a un trabajo bien hecho, que despierte ideas y comentarios en quienes lo absorban. Por cierto, este no pretende ser, en absoluto, el análisis definitivo del disco, porque de lo contrario implicaría no haber entendido nada de la magnánima obra que voy a presentar: “Artaud“.
El disco editado en 1973 y compuesto enteramente por Luis Alberto Spinetta con el tiempo fue transformándose en un objeto de culto pero no en un sentido oculto hacia una determinada cantidad de gente, sino en aquel de algo que dispone de una calidad altísima y a la vez es de fácil acceso. Sería una obra bisagra para su autor, que se ganaría el respeto definitivo dentro de toda la comunidad musical por si alguna quedaba al respecto.
Podemos tomar a “Artaud” en términos generales como una obra ‘dual’. Se construye y se destruye, arma pero rompe, y afirma cuando niega. Todo funciona conceptualmente a partir del grito final: Artaud es, de punta a punta, un grito de libertad. Anti represivo, anti fascista, contra todos los males de este mundo. El por qué (que no es ninguna obviedad), el cómo y el a qué, es lo que veremos a continuación.
Como de costumbre, comencemos por contextualizar de qué venía el mundo en 1973. Es curioso, aunque también lógico, contemplar cómo surgían distintas respuestas a lo que acontece en el planeta, que entre más violento se ponía, con más contestaciones acababa. En el plano internacional, se había producido el ‘Bloody Sunday’ [Domingo Sangriento] en Irlanda (con 13 muertos) y la Masacre de Munich en la XX edición de los Juegos Olímpicos.
Del otro lado del océano, la Universidad del Salvador era intervenida y Ecuador se veía sometida a una dictadura militar –que se encadenaría más tarde con una más feroz, la de Chile. Más acá, el retiro de la “Revolución Argentina” (que nada tuvo ni de Revolución, ni de Argentina) había dejado, entre otras cosas, la Masacre de Trelew como saldo a cuestas. La lucha armada en Ezeiza por el regreso de Perón entre las dos facciones del peronismo tira abajo la primavera camporista, y eso sin contar la lucha guerrillera que ya venían ejerciendo el ERP y Montoneros contra los militares de aquel momento.
Yendo a una índole más musical, el Rock se cansaría de sacar discos buenos: Quadrophenia, de los Who; Selling England by a pound [Vendiendo Inglaterra por una libra] de Génesis; Goat Head Soup [Sopa de cabeza de cabra], de los Rolling Stones; Houses of the Holy [Casas de los Santos], de Led Zeppelin; y el insuperable Dark Side of the Moon [El Lado oscuro de la Luna], de Pink Floyd, entre otros. En estas tierras, mientras tanto, amanecían los primeros LPs –homónimos- de León Gieco y Tanguito; Litto Nebbia volvía a demostrar quién era el jefe con Muerte en la Catedral; Color Humano la descocía con sus volúmenes II y III; Sui Géneris confirmaba su liderazgo con Confesiones de Invierno y Pappo le haría un monumento a la guitarra con Pappo’s Blues Vol. III.
Nuestro Rock Nacional, aunque se piense lo contrario, no era el fenómeno masivo que es hoy en día. Cuesta imaginarlo, pero muchas cosas no han sabido ser valoradas en su tiempo y forma. Y tal cosa pasó con Artaud, incluso antes de su existencia. La vida de Pescado Rabioso estaba arañando su fin a pesar de haber sacado dos discos demoledores en 1972. Desatormentándonos y Pescado 2 habían marcado una clara evolución y distancia compositiva en lo que se refiere específicamente a Spinetta, si bien había tenido serias colaboraciones por parte de Cutaia, Lebón, Frascino y Amaya.
En el primer vinilo había un sonido más progresivo, desarrollado, con muchos más teclados encima. En el segundo, el sonido se “almendrizó”, como luego declararía el Flaco. Ahora bien, L.A.S. estaba empezando a pensar en una música más armada y arreglada –lo que más tarde sería el bebé de Invisible. Pero no hubo espacio para ello en Pescado: llegó la separación después de una función en un teatro, producto de los desgastes, recitales constantes, falta de ganas de ensayar y la nueva música que proponía Luis que no llegaba a encajar.
En palabras del propio Amaya: “Él empezó a perfilarse para otro lugar, una mano más arreglada tipo lo que después fue Invisible. A lo último escribía un tema y yo no lo entendía; estaba leyendo mucho a Artaud, Rimbaud. Primero se fue Cutaia, después David y después yo. El Flaco se quedó solo, sentado en una butaca de la sala Planeta, se sintió abandonado porque quería seguir tocando con Pescado, y me dijo que no iba a tocar nunca más conmigo. Como se quedó solo […] grabó Artaud con los temas que tenía para Pescado Rabioso; cuando escuché Artaud me quería matar”.
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