Hoy la mitad de la población argentina se despertó con un nuevo derecho: las mujeres y personas con cuerpos gestantes pueden decidir acerca de sus embarazos. Quienes quieran continuarlo, tienen como sustento la ley de los 1000 días. Quienes quieran realizar un aborto, tienen como apoyo la ley de interrupción voluntaria del embarazo.

Es impensado tratar de recopilar hace cuántos años el movimiento feminista argentino se moviliza por el acceso al aborto, pero podemos asegurar que es mucho antes de que el verbo “abortar” sea introducido en el diccionario de la Real Academia Española. Es que las prácticas sociales no están regidas por creencias, moralidades ni leyes. Con perchas, perejil, misoprostol o en una clínica, las mujeres decidieron sobre sus cuerpos, sus maternidades y poniendo en juego sus vidas. Hoy pueden decidirlo amparadas por el Estado y un sistema de salud público, cuidadas y acompañadas, en condiciones dignas para que no haya más muertes por abortos clandestinos.

No se puede negar la emoción de la situación histórica que vive hoy nuestro país. No solo por los 15 años de la Campaña por el aborto legal, seguro y gratuito, ni porque ya hubo un debate parlamentario en 2018 sobre el acceso a la interrupción voluntaria del embarazo. Es histórico porque es reparador, se sancionó una ley que avanza hacia la igualdad social entre hombres, mujeres, lesbianas, trans y travestis.

También es histórico porque es una conquista. A nadie se le ocurrió, de un día para el otro, que había que debatir una ley sobre maternidades deseadas. El acceso a la interrupción voluntaria del embarazo es un proyecto de ley que se materializó en una campaña propia, con un símbolo propio: el pañuelo. Ese pañuelo verde que se dejó ver por primera vez en 2003 y, desde entonces, ha acompañado cada causa feminista que se le antepuso en el camino. Ley agravante por vínculo, ley de identidad de género, cupo laboral, paridad de género, ley Micaela, de educación sexual integral, solo por nombrar algunas leyes que también necesitaron del apoyo del pueblo y del movimiento feminista.

La sanción de la IVE no sale de un repollo. Desde el primer #NiUnaMenos del 2015, que parece tan lejano, hubo cientos de movilizaciones multitudinarias cuya principal convocatoria era una problemática relacionada a la construcción de un país más libre y feminista. Las mujeres, lesbianas y trans decidieron salir a las calles para reclamar por sus derechos. En cada fecha eran más, lo que comenzó siendo una marcha en capital terminó replicandose en cada pueblo y ciudad del país. El #8M, #3J, #25N, cobraron una relevancia tal que hoy con solo nombrarlos así se entiende la importancia del día de la mujer trabajadora, del Ni Una Menos y del día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Hay un largo camino recorrido que hoy permite gritar a viva voz ¡es ley!

Durante el 2018, el debate en Congreso sentó las bases para que la sociedad tomara conciencia respecto al aborto. Los casi cuatro meses de exposición, tanto de parte del sector “pro-vida” como de militantes del acceso a la interrupción voluntaria del embarazo, sirvieron para acercar la problemática a todxs lxs argentinxs. La media sanción fue la demostración efectiva de que parte del arco político comprendía las necesidades de la sociedad, mientras que la negativa de Senadores dejó un sabor amargo respecto a lxs representantes de la misma.

Este año comenzó con la promesa del presidente de la Nación de que el proyecto de ley volvería a ser tratado en el Congreso, pero se dilató al comenzar el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio en todo el territorio argentino. En medio de una pandemia el acceso al aborto no aparecía como una problemática principal de salud pública. Sin embargo, las feministas no se guardaron y las redes se colmaron del reclamo que pedía aborto legal ya, #EsUrgente. Para noviembre empezó la rosca. Se redactó el proyecto, se extendieron las sesiones extraordinarias y en la primera quincena de diciembre obtuvimos, otra vez, media sanción.

Lo que llevó meses en 2018, en 2020 fueron semanas. Las exposiciones fueron cortas porque había una realidad de fondo: el debate ya estaba dado. De nada servían cuatro meses más donde se repitan los argumentos en contra, que desinforman, y los que están a favor que ya los conocemos. Los feminismos se organizaron en ambas fechas: vigilias, pañuelazos, pegatinas y tuitazos. Las doce horas de debate de la cámara de Senadores fueron acompañadas minuto a minuto tanto en las calles como en las casas, pendientes de lxs cinco indecisxs que podían darnos la sanción. A las 22.05 de la noche Lucila Crexell, senadora por el Movimiento Popular Neuquino, confirmó su voto positivo. Antes de que cambie de día ya teníamos las de ganar, acercándonos a los 37 votos necesarios para que la sanción.

La marea verde se llenó de emociones, cánticos y lágrimas a las 4.12 de la mañana del 30 de diciembre del 2020. No sabíamos cuándo sería tratado y de un mes para el otro, obtuvimos un nuevo derecho que nos permite decidir sobre nuestros cuerpos y nos hace ganar autonomía. Contra todo pronóstico, ese tratamiento rápido nos otorgó que en vísperas de un nuevo año podamos brindar porque tenemos un nuevo derecho que lo conquistamos tras años de militancia en las calles, en los barrios, en las aulas y en todos lados.

El aborto legal no es el final de ningún movimiento ni de ninguna lucha. Quedan muchos derechos por conquistar para que nuestro país sea un lugar más justo, libre y feminista. Esta victoria nos impulsa, demostrándonos que el movimiento feminista es ineludible.

Seguiremos haciendo historia hasta que todo sea como lo soñamos.