Con ese bolero inconfundible, de la autoría de Rodrigo Amarante, Narcos deja su huella en las producciones de Netflix. La co-producción colombiana-estadounidense (Netflix tiene una alianza con Gaumont International Television y con la productora colombiana Dynamo), no hace otra cosa que reafirmar la historia de Pablo Escobar: un narco latinoamericano, conocido como El Patrón del Mal, escapando del otro patrón de los males: Estados Unidos. El país del norte le pisó los talones y condicionó el accionar de Escobar y su tropa, como de Colombia misma, territorio que en la serie constantemente coquetea con esa línea de sumisión y emancipación respecto de los yanquis.
Hace días nomás salió el teaser de la esperada segunda temporada: el estreno será el 2 de septiembre. Según trascendió, y como es usual, tendrá la misma cantidad de capítulos que la primer temporada: 10. El corto video promocional no contiene información adicional, resulta innecesario teniendo en cuenta que está basado en una historia real, y que la cantidad de documentales, escritos y hasta la novela en la que se basa, (además del revuelo que causó en su época), han convertido la figura de Pablo Escobar en una figura popular.
Parece difícil no comparar Narcos con la novela enteramente colombiana “Pablo Escobar, el Patrón del Mal”. Además de la extensión (la novela son alrededor de 60 capítulos) y el formato, la estética y el abordaje difieren. La mano del cine estadounidense puede verse desde el casting: la elección de ciertos personajes con físicos más acordes a los cánones de belleza impuestos, es obvia, la atracción también está dada desde ese lado. La velocidad con la que avanza la historia es también la impronta del cine de acción del país del norte, la profundización de las situaciones está dada por hecho en la complicación que cuenta la historia y muestran las escenas: no hay una explicación ni una búsqueda, se ahorra minutos de filmación y apunta al impacto.
Narcos es un híbrido: la mitad de la serie plantea el desarrollo de la historia de Pablo Escobar, sus negocios y su familia. Esa mitad está representada con un diálogo en castellano. La otra mitad es la investigación policial, la DEA estadounidense (Drug Enforcement Administration), y la policía colombiana, que luego formarán El Bloque. En este segmento abunda el inglés. También es un híbrido cuando mezcla la forma de hacer cine yanqui, contrastando con los espectaculares paisajes de Colombia. Y a su vez, el lujo que ostenta Escobar y los suyos, esa forma latina de consumo que se inmiscuyó y a su vez moldea la cultura estadounidense. Alcohol, juego, mujeres, comida: la definición de la buena vida. Las mafias marginales que pelean por un lugar en el mundo, que nacieron en estratos relegados, no reniegan de su orígen pero tampoco lo aceptan.
La construcción de este Pablo Escobar, encarnado por el actor brasilero Wagner Moura, engloba a un sádico detrás de la apariencia de un hombre tranquilo. Un tipo calculador, frío, inteligente, pero a la vez se lo observa cometer atrocidades de una personalidad más pasional. Sin duda alguna, Moura lleva adelante el papel con excelencia y no deja ver grietas. Esas que demostró el Escobar verdadero cuando luego de años de negociación y persecución fue alcanzado por los grupos de inteligencia colombianos y estadounidenses.
Para la segunda temporada se espera el relato de la muerte de Pablo Escobar. Netflix recreó lo más exacto posible el escenario del deceso del narcotraficante.”Escobar tenía un fotógrafo con él y el agente Steve Murphy de la DEA tomó una cantidad enorme de fotos en el momento de su muerte”, trascendió a AFP el productor ejecutivo de la serie, Eric Newman. Claro está que cada detalle está pensado, y todo está dado para que la segunda temporada tenga los condimentos necesarios para volver a enamorar al público, y particularmente para conocer aún más sobre la vida del narco colombiano más conocido de la historia.
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