Existe una realidad que fue abordada, más aún el último tiempo, en todos los países y culturas del mundo: el rol de la mujer en la actualidad y cómo a veces pasa totalmente desapercibido.
No existe un solo modelo de mujer, como tampoco existe una sola tarea a desarrollar por las mismas. Esto aplica a la sabiduría, al lenguaje, a las etnias y a todo lo que pueda representar una descripción a nivel personal.
Pero… ¿por qué nos cuestionamos esto?
En cuanto a la cuestión de género en el mercado laboral, luego de analizar la situación sobre su participación, estructura y salarios, se encontró como diferencia más marcada entre hombres y mujeres la de participar o no en su mercado. En América Latina, 4 de cada 10 trabajadores son mujeres, con una brecha salarial del 22%, número emitido por un informe del Banco de Desarrollo.
Entre los dos factores que se repiten ante esta irregularidad se encontró: por un lado a las mujeres que conviven con sus parejas, y por otro lado, las que tienen menor educación formal, haciendo que las primeras tengan más posibilidad de empleo y las segundas, menos. Lamentablemente, –y por mucho que le pese a algunos leer esto– no quiere decir que la mujer no trabaje, si no que lo hacen en actividades domésticas, en sus casas, no retribuidas económicamente.
Por lo mencionado anteriormente, la cultura de Latinoamérica y el mundo ha desarrollado numerosas manifestaciones y marchas con la mujer como protagonista, siendo las voces de cientos de miles, con el fin de erradicar una cultura patriarcal que, aunque nos falten años de batalla, de a poco y con mucha consciencia se ha ido problematizando.
Se ha dicho que la mujer tenía que servir al hombre en el hogar, que era una pata fundamental para el funcionamiento de una familia y que debía ser madre, esposa, buena cocinera, ama de casa con todas las actividades que eso conlleva y -como si fuera poco- festejar por ello. Como si no sirviera para algo más. Como si no pudiera negarse al mandato que le otorgó quién sabe quién, hace quién sabe cuanto tiempo.
Sin ir más lejos, en términos de coronavirus, pandemia y cuarentena, un sin fin de videos circularon dentro del marco ‘ahora si podemos vivir mejor’ donde formando una especie de ‘humorada’ los realizadores de estas bromas de mal gusto, en su mayoría padres varones que junto a sus hijos, ataban a la mamá con el lema ‘al fin se calla esta mujer y podemos ser felices, ja ja’. Toda una nefasta teoría patriarcal, regalada con moño y papel celofán a un montón de niñes, que teniendo la oportunidad de crecer con la cabeza completamente revolucionada, en pleno 2020 las redes siguen siendo un detonante de condiciones machistas.
Porque además de ser todo esto, la mujer también debe aprender a callar.
El Siglo XXI tiene felizmente numerosos intentos de mujeres libres y empoderadas, determinantes y desafiándose a sí mismas constantemente, desafiando los cánones de belleza impuestos por la sociedad, construyendo día a día las elecciones ante la ropa que se usa y el porqué de vestirla. Fomenta el cambio constante ante las demandas naturales: ¿y si nos quedamos 24 o 48hs de brazos cruzados sin hacer nada? ¿Está mal si no me quiero depilar? ¿Cuál es el problema del ‘no’ por respuesta?
Son varias las cuentas a favor de la deconstruccion, en términos de género y conductas patriarcales, que han realizado encuestas preguntando este tipo de cuestiones. La gran mayoría de las mujeres cambió completamente sus hábitos dentro del hogar. ¿Qué significa? Que todavía tenemos mucho que aprender.
‘Nuestro trabajo es muy valioso y es político, lo hagamos por gusto; y es importante que seamos nosotras las que le demos esa dimensión, las que dejemos de creer que lo hacemos porque nos viene con la vagina o porque nos corresponde. Lo hacemos porque nos educaron para hacerlo gratuitamente. Y está muy bien y nos encanta hacerlo si lo hacemos con gusto, como cualquier otro trabajo que nos pueda gustar, pero eso no le quita el valor ni la importancia ni -mucho menos su carácter político.’
Lala Pasquinelli artista visual, activista, comunicadora, escritora, y fundadora del movimiento ‘mujeres que no fueron tapa’ en Instagram.
No existe un único modo de ser mujer, no se nace con algo mágico ni con el toque de una varita, ponen a las mujeres ese espacio, las humillan, las recuerdan más por ser flacas o lindas que por la intelectualidad. Obligan y oprimen a solo decir lo que quede bonito escuchar. Las tapas de revista de moda, las películas, las obras de teatro: la mujer siendo objeto de una sociedad con tanto estereotipo dando vueltas es una calesita sin sortija, ni premio. La cultura de la escasez, de la dieta, del culto a la extrema delgadez. El modelo de cuerpo único, el estándar de belleza que mata, el consumo de las vidas mismas.
El día que no se detengan a pensar que debería ser ‘nadie menos’, vamos a sentir que -quizás- algo de todo el camino recorrido no fue en vano.
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