Por Marcela Garavano
Empezar por el final. Porque ante la irremplazable experiencia de los cuerpos entregados en el campo de algún predio, el Indio Solari fue capaz de erizarnos la piel, otra vez. Porque ante la soledad que contagian las pantallas, trajo palabras nuevas para hacernos abrazar a la distancia entre mensajes que anhelaban amores y encuentros. Porque ante la fría lejanía de lo remoto, convidó melodías llenas de nostalgias para dejarnos con el corazón palpable y conmovido, ahí entre las manos. Y porque en el devenir de una noche memorable, engalanado, nos dejó otra certeza: ese hombre seguirá cantando.
La libertad es fiebre
“Rompimos ticketek”, escribió alguien en Twitter apenas pasadas las 21 hrs. Y es que la plataforma de streaming de la principal ticketeadora argentina colapsó. “Vamos y no se empujen, ni pisoteen que este temblor ya va a parar”, se leía como arenga para las manos ansiosas que refrescaban pantallas con accesos negados y un show no disponible, una y otra vez. La ansiedad en las redes. Un comunicado de la Banda alertando sobre los problemas técnicos. El agite digital. Los mensajes de la empresa pidiendo disculpas. La noche avanzando. La espera. La procesión sin piernas, ni caminos. Los livings, las cocinas, los parlantes, los televisores, las bebidas, los estímulos. La ansiedad. La resignación. Entonces, la liberación. La entrega. Un salto colectivo a los molinetes de Ticketek.
A las 23.45 la decisión de convertir un show para algunxs en la fiesta de muchxs se transmitió por YouTube. A los pájaros y una cuenta regresiva entre los sonidos de la calma en las tierras que dejó la tempestad. Damas y caballeros, Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado.
Donde el barro se hizo cruel
Epecuén es una cicatriz, un rezago, un resabio, una memoria, un lugar de la provincia de Buenos Aires donde permanecen las ruinas que dejó la inundación que lo azotó. Dicen que las aguas de la laguna homónima curan. Dicen que por eso fue una Villa termal famosa. Dicen, también, que elegir a Epecuén como lugar del show fue una sincronía entre el Indio y la banda.
En el tiempo entre el día y la noche, entre el sol en el horizonte y la luna erguida, Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado montaron un show sin precedentes en ese lugar que no se parece a nada. Las imágenes de esos paisajes empantanados e indescriptibles acompañaron las canciones que nos llevan a lugares firmes. Los sonidos enmarcados en la memoria del tiempo surgieron de aquellos barros para afirmar que después del temporal puede sobrevenir la esperanza.
El show de la linda fe sonriente
Poco queda de aquellos músicos desconocidos que acompañaron el regreso del Indio Solari al ruedo como meros talentos individuales. Los Fundamentalistas confirman con el paso del tiempo y las horas de shows que son una banda sólida, una retaguardia firme, un equipo consolidado que despliega plena su potencia con los temas propios, y que acompaña con corazón aquellos de los que les toca custodiar el legado.
La tríada de los leales, ese núcleo sonoro de la banda que son Gaspar Benegas, Baltasar Comotto y Pablo Sbaraglia, escolta con talento y visceralidad sensible un centro de escenario vacío, como en suspenso, por el que por momentos se atreven a caminar, pero que dejan intacto, latente.
La deliciosa presencia de las chicas, las mieles en las voces de Luciana Palacios y Deborah Dixon brillaron anoche en “Por qué será que no me quiere Dios”, en la sensual “Piba de Blockbuster” y con la combinación de sus matices cuando cantaron la emotiva “Una rata muerta entre los geranios”. Deborah, como buena heroína de estos líos, le puso voz al clásico “Héroe del Whisky”, y entre bocanadas y gestos frescos hizo más livianos los momentos donde hay una voz que nos falta.
Sergio Colombo y Miguel Tallarita, la dupla de los vientos soltó letras y sonidos y Fernando Nalé volvió a sorprender como vocalista cuando sumó su voz en “Un poco de amor francés”. La batería, un lugar emblemático de la banda, estuvo al mando de Ramiro López Naguil. Es que el centro del escenario vacío también trae otra ausencia, la de la fuerza arrolladora del querido Martín Carrizo.
La lista de temas tuvo exquisiteces para todos los gustos. De los clásicos, “La parabellum del buen psicópata” hizo circular una onomatopeya colectiva; “Juguetes Perdidos” desparramó lágrimas enviadas por mensajes de WhatsApp; “Semen up” nos hizo bailar con la cadencia del deseo y movimos el culito convidando el rockanrol del país de esa siempre fiel “Mariposa Pontiac”. Las palpitaciones de los corazones que revoloteaban en los pechos agitados subieron con los inéditos, ese regalo invalorable, porque son esas canciones que se tararean con sorpresa e incredulidad al tiempo del descubrimiento, como sucedió con “Rock de las abejas”, “Qué mal celo”, “Pura suerte” y “Un tal Brigitte Bardot”.
Con “Flight 951” comienza a decantar el final, así nos acostumbraron. Permanecía aún intacto el anhelo central de nuestra espera. “Prepárense que se cae todo”, comentó Gaspar Benegas después de anunciar que llegaban dos canciones nuevas. Entonces las imágenes trajeron al heraldo de las noticias frescas y el Indio empezó a cantar.
Habrá canciones
Traído en pantallas desde la profundidad virtual de un negro mar (o de una inmensa laguna) Solari hace brotar con canciones su registro único de ver el mundo y andar la vida. En su voz se permean las sensaciones que nos escoltan; en su música, la banda de sonidos de nuestros trayectos más íntimos.
La melodía de “Encuentro con un ángel amateur” instala en el medio del pecho una melancolía que no se va después de la primera escucha, se hace más honda. Pero también deja anidada en la sutileza de su cantar engalanado la emoción como posibilidad, el amor como horizonte, la palabra como trascendencia. Hacen uso de las despedidas quienes tienen que irse a algún lugar, y si algo dejó claro el Indio Solari este sábado de abril es que su decir se imprime en los lugares donde emerge el amor, en la profundidad de las almas que cobijan lo que oyen, en el único lugar donde habita un para siempre. Por eso no haremos lugar a la humildad del hidalgo para admitir sus hazañas, no podemos hacerlo con alguien que embellece la resistencia, alguien que nos ha regalado la más potente de las armas: un tesoro de canciones capaces de ganarle al tiempo, de sortear distancias, de gambetear odios y amainar dolores.
Cuando la muerte, esa tonta, nos anda buscando y mientras su acecho se televisa, necesitamos sembrar lechos fértiles para espantar los miedos que inundan. Lo que el Indio y sus canciones traen desde la memoria latente de las tempestades se vuelve un antídoto frente al agobio, una belleza intacta en medio de lodazales de odio. Entre las soledades y los encierros, nos ayuda a reconciliarnos con la oscuridad, nos invita a recorrer los caminos sinuosos que dejan llenos de surcos los tiempos tempestivos, nos hace paliar el anhelo de los abrazos a través de su presencia distante y nos brinda en su esfuerzo la certeza de que la lealtad es recíproca y nuestro amor, colectivo. Y también, por razones que se vuelven inexplicables, nos ayuda a redimirnos, porque en una noche de un mundo indescriptible, nos recuerda que además de vinos maliciosos todavía nos quedan alegrías, logrando que, incluso con nuestras penas, podamos bailar.
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