Ocurre pocas, pero las hay, esas veces que no sabés qué traje, qué vestido, qué remera por más cortada y gastada, qué calzado, qué ruina y qué cara ponerte. Dale campeón, vamos Los Piojos. No hay distinción, ni parece ser. Es. Podría ser la síntesis y final de este relato, tranquilamente. Pero ningún ritual termina sin empezar. La vida es tanto más difícil cuando te criaste con una banda de sonido que es un eterno retorno y así mismo esa una que se renueva, a sí misma. Tanto te dieron, jugadores y artífices; tanto les pediste. Y después de tanto rezo, te lo devolvieron: como sea, treinta y seis o quince años después. Quien sienta esta camiseta me va a entender perfecto. Porque para nosotros no pasa: no pasó el tiempo. La pasión siempre queda y es nuestra mejor gambeta, nuestro mejor arreglo, nuestro mejor pogo. Y así sonamos.

En esta casa creemos profundamente en el pensamiento mágico. Entonces, tres. Siempre tres. No fue adrede, pero éste, del que hablo, es el tercer ritual de los propuestos, y no podemos menos que hacernos cargo. Hay señales. No son igual que otras veces, no vamos a mentir. Hay micros y autos y piernas. Hay choris y patys y sanguchazos. Hay mucho escabio de todos los colores. Hay ganas de que vengan de donde sea, los trapos necesarios que sean signados, las formas todas. Pero la peregrinación es diferente. Es más ordenado todo. No sé si me explico. ¿Yo? Si me preguntan a mí, es diferente. Estamos más grandes. Qué decirles. Pasaron muchos, pero muchos años. Y, aun así, con todo miércoles -que parece el día de los rezagados, aunque también el de los fanáticos, quién sabe cuál (y qué importa ¿cierto?)- parece el más nuestro de los nuestros. Debe ser la falta de costumbre, o que los huesos tiemblan el triple, gauchos. Porque sí: siempre tres.

Ustedes, igual que yo, saben que la angustia fue total estos años. Jugamos partidos imposibles y, de todas maneras, al final hubo recompensa. Hoy miércoles, también, es un partido. No hace de cancha el Diego Armando Maradona, sino de microclima. ¿Habrá esta vez, otra oportunidad? Somos todos una promesa. Y entonces brindamos, nos persignamos y abrazamos a nuestros seres queridos porque hay mañana (o porque lo queremos). Esa luz en la mirada: todo lo demás no es nada.

Para leer sobre listas y escenografías tienen, pila, fila y bocha, de medios. Ya lo saben. Si quisieran lo mismo es probable que no hubieran llegado a leer hasta acá. Y en ese caso me sentiré dichoso, porque transmití lo que quise; nadie quiere cuidar a la luz de marfil con sus contradicciones como yo: con todo lo que no te supo dar. No fue poca la espera, ni tampoco lo devuelto. Es que esperamos muchísimo: todos lo sabemos. Incluso la estrella sobre nosotros. Y gracias, Diegote. Siempre vos. Faltaba una falta de respeto al destino: que no te nos fueras nunca.

Yo no sé ustedes, pero yo sentí que este ritual fue distinto. Muchas veces nos olvidamos -porque Ciro nos hace olvidar- que Ciro es Andrés, antes que nada (y sobre todo). Andrés, como vos, como yo, es hijo de lo que más quiso, y desde ahí escribe, dice y canta. Es un quía que hace mucho tiempo descubrió, quiso, peleó por, antepuso, disputó, eligió y nos dio muchísimas alegrías. ¿Qué es lo que le pedimos, de más, después de todo eso? No encuentro mayor entrega que un llanto profundamente sentido, en el adiós eterno irresuelto que sí -cobra por nosotros-. ¿Quién prefieren que cobre? ¿El que te retoba las expensas, o el que retoba los sentimientos? No jodamos. Andrés Ciro, hijo, padre y amigo, en parte, somos todos y todas.

¿Cómo no va a hacer muchísimo dinero con eso también? ¿Cómo la banda de sonido de nuestras adolescencias no se lo va a merecer? ¿De verdad ustedes creen que la guita está hecha solo para los hijos de puta? ¿Cómo alguien que le dio/les dieron tantas alegrías a su público no se van a merecer comer y dormir, coger y cagar donde quieran? ¿Cómo no ir y volver? Pero de verdad se los pregunto. ¿Ustedes vieron lo que pasó en “Muy despacito”? El quía lloró, no solo por nosotros; lloró porque lo llamaba el viejo, antes que nada; abrió los ojos y cuando vio un estadio lleno, no dijo menos: boludos, ni aunque vayamos colgados del tren como racimos. La banda dijo: ¿vamos muriéndonos de a poco?

Ni con yerba de ayer secándose al sol; ni aunque rajemos los tamangos buscando ese mango que nos haga morfar. Los Piojos son tres, como nosotros. Al tercer día de su toque. Cuando cumplimos tres estrellas. Aunque al mundo nada le importe: yira, yira (¿han visto, que los aplausos van en tres, también?).

Fuimos agua deseando un mañana que nos haga cosquillas, siempre sonido sonriente, aunque fuera grande nuestra confusión. Con furia y sin freno, la bendición:

Andrés, vení por favor
acompañame un poquito
dice uno
solo dame una mano
muy despacito
sobre el abismo
volaré
sobre el abismo
volaré

Y claro: amanecer, deseando tu ritual. Mejor manera, mejor sentimiento, mejor momento posible. Les habló a todos (por primera vez, que yo haya visto, incluyéndose). Tan solo fue hablarle a Argentina, directamente. Pidió que cantemos todos. ¿Para qué no estemos solos? Infinito es el símbolo del piojo.

Seguramente se lo tatúe mucha gente como Andrés, antes que Ciro. Así no hay amargura y se va el dolor. Para que todo el mundo salte contento (porque allá afuera) hay un mundo cruel y una ciudad dormida y sin sueños. Estos Piojos no se parecen a los que dejaron de ser, ni a los que vaticinaron un negocio millonario. Se parecen a los que los corazones rotos pidieron durante décadas que los pedazos se vuelvan a juntar. Que Argentina vuelva a salir campeón. Vaya si vale la alegría más que la pena.

Hubo homenaje a Messi. También al Diego, siempre al Diego (que nos disculpen los mocosos nuevos, pero la pelota siempre al diez). Y con ellos a todos nosotros. Porque no la tocaron, pero la dijeron: los mocosos se trepan y se van hacia el sol, a buscar a sus. Yo me atrevo a decir a sus: ganas de seguir siendo campeones. Porque campeones somos. Y de ahí nadie nos mueve. El resto (y la suma) es el himno sonando de fondo: juremos con gloria morir. Ojalá. Y ojalá tengamos que dejar de decir ojalá.

Fotos de Nacho Piemonte PH