En el marco de una “mini gira” por Buenos Aires, que incluyó las zonas sur y oeste de la ciudad, la cooperativa de trabajo, artística y cultural Agarrate Catalina, presentó una síntesis ¿y continuidad? del espectáculo “La involución de las especies”. Cabe la aclaración, por lo que se vio y por lo que destacaron: hay una [intención de] mezcla de los últimos tres espectáculos con que salieron en carnaval, con una perspectiva que unifique los criterios, sea complementaria del pasado y el presente, y enriquezca el futuro. Así, primero el teatro abierto; presentación, popurrí / salpicón y cuplé; y antes de la retirada, un recital de los recitados, porque hay motivos para festejar.

Decíamos, continuidad, porque empezaron por el principio y el final: hablando de la transición. Lo interesante, precisamente, es que digamos esto -hablemos de transición- y no sepamos exactamente, ni cuándo es el principio, ni cuándo es el final. ¿Es el retorno de la democracia, punto y aparte, de lobos aulladores a la luna del tinglado? ¿Es haber perdido el rumbo hace algunos años, como criaturas discordantes de la fauna? ¿O es ahora, suerte que cambiamos y “no vuelven más”, pero al revés? [De fondo media el escenario un corazón que mira (con el ojo entreabierto en el centro) con alas de mariposa y un reloj en tiempo real].

A teatro lleno, no hay temor en describir los signos de época, que van del amor al odio, de izquierda a derecha, con todas las contradicciones que cualquier grieta permite; las que fueron cruzadas y las que no -por eso es un concierto de vagabundos que nadie suele escuchar-. La Catalina advierte que quizás, nos acostumbramos demasiado al “si pensás distinto, no tenés razón” (o esa película repetida, de tirarle la pelota al otro). Y con esto no queremos decir (no es nuestra intención) que sean equivalentes las responsabilidades. Porque no, la realidad no es equivalente y mucho menos las responsabilidades. Sí, pretendemos -como entendemos que la murga quiso transmitir- salir del blanco y negro, del bien y el mal, de todo lo maniqueo que empioja y empasta y embarra la cancha, que muchas veces nos lleva a ganar, pero también a perder. La lucha nuestra de cada día. Y porque la lucha, ante todo es lucha, es donde la teoría se enfrenta a la práctica, donde se ven los pingos. Ahí ocurre, que la rigidez de la ideología duele y al mismo tiempo, causa gracia, también. [De fondo media el escenario un barco de papel que naufraga entre alambres de púas].

El espectáculo muta donde la crítica se hace más que presente, protagonista, y la risa ensancha la cancha, en la grieta (y se vuelve sonrisa). Hay algo del objetivo que, con tanto esfuerzo que incluye armar un espectáculo de espectáculos, merece una vuelta de tuerca: eso que cualquier disconforme con la realidad llamaría “tibieza”, en lugar de habitar el extremo que transfiere culpas, es en realidad el ejercicio más complejo que existe. Pararse frente al espejo y hacer una autocrítica tan profunda que hasta nos provoquen risa las contradicciones del ser humano. Ver lo que somos, de frente mar’. El espíritu de la Catalina es ese: una gran fiesta de la comunicación. Y sus intérpretes, artífices de su propia historia, como cualquier hijo de vecino y vecina. Un pueblo hablándose a sí mismo con una agenda que se le parece. Una verdad directa y tangible, con todas sus contradicciones. Con lo que nos hace llorar y también reír. 

Durante años fueron defensores de causas perdidas. Demostraron que lo importante era la defensa, y que ninguna causa está perdida. Así se ganó el fin de semana pasado. Así ganamos todas y todos los habitantes de Latinoamérica, y del mundo. Y así llegamos el sábado todas las voluntades que colmamos el teatro (al carnaval de nuestros amores). Nos reímos, del amor y del odio, y de la involución de las especies de las que formamos parte. Sobre el final sobrevino cantarle a las raíces: al barrio donde uno se crió (Montevideo); a los inicios, el homenaje (El Umbral); a la identidad (Soy); a los instantes (la luz que nunca perdimos y la que nos falte); y a las vidas comunes. Donde alguien ríe y alguien lloró. Donde alguien canta y sobre todas las cosas: alguien amó. Porque aunque medie siempre la violencia (¡manga de hijos de puta, me dieron justo en el corazón!) siempre habrá una noche azul, con la melancolía de los días (El murguero oriental) y todo lo que nos curtió en el camino (El tiempo me enseñó -con los años se aprende menos de lo que se ignora-).

Probablemente cambiaron la lógica, adrede, como con el signo de época: no nos vamos para volver; queremos seguir de largo, para terminar todas y todos juntos. Un deseo estratégico. La calle es un viaje que comienza y un viaje que termina. ¿Por qué no invertir el orden? Más de uno sonreirá, al decir con cada verso, ahora, desde lo profundo de La Teja. Y es que la poesía es implacable. Y reírse, sobre todo, también.