Los Millonarios ya no son los magnates del fútbol argentino, tampoco ostentan ser una entidad lírica, ganadora y poderosa como la de décadas pasadas y a la que cualquier futbolista hacía lo que sea para vestir su camiseta blanca con una banda roja atravesada. Los nefastos manejos dirigenciales llevaron al club al peor momento y, en el regreso a Primera, sigue padeciendo ciertas situaciones, las cuales fueron causantes de la pérdida de categoría. River incorporó a Teófilo Gutiérrez, al que todavía no puede usufructuar porque no tiene el transfer: dicho documento no llega ya que Cruz Azul espera el giro de dólares, pero los de Núñez no tienen manera de justificar ante AFIP el abono de las divisas norteamericanas.
Daniel Passarella se equivocó en la mayoría de sus decisiones, perjudicando permanentemente a la institución. El incipiente Torneo Inicial marca que River perdió su primer partido 1 a 0 ante un recién ascendido y este escenario tiene un porqué. La escasez de refuerzos cubre la imagen, y los problemas contractuales de Teo y Jonathan Fabbro abrochan con un moño la cuestión. A Cerro Porteño le deben abonar el préstamo para que mande el transfer del ex Boca, pero AFIP debe autorizar al club para que pueda girar ese dinero (litigio parecido al del colombiano). La entidad más ganadora de campeonatos locales no tiene sustento para justificar ese accionar, y lo más llamativo es que recibió dinero de los préstamos de Ezequiel Cirigliano y Leandro González Pírez, lo que vislumbra que habría efectivo para pagar.
Ramón Díaz tiene la necesidad imperiosa de que se integren dos delanteros más a la plantilla, Rodrigo Mora, que ya acordó su vínculo, y Gabriel Hauche. El jugador de Racing es muy caro y desde la dirigencia lo descartaron. El caso del uruguayo es inusitado y vale remarcarlo porque hasta hace un par de meses estaba en el banco, no jugaba y cuando regresó a Europa nadie le pidió o lo sedujo para que se quedara. Vuelve a través de un trueque con Rogelio Funes Mori, en el que le quedan dos millones de euros al club, pero que le podría haber quedado más si el charrúa nunca se hubiese ido. Estas circunstancias contrariadas generan malestar y un desmedro a la paciencia del entrenador e hinchas. Todos estos inconvenientes se generan porque el presidente nunca trabaja mancomunadamente con su séquito y piensa que tiene respuestas y soluciones para lo que sea.
River, desde su vuelta a Primera, no tuvo un plantel de tanta jerarquía como el que disputó el Nacional B; eso denota la desidia y desdén de Daniel Passarella para, al menos, equilibrar en nombres la calidad del equipo. Se fueron Fernando Cavenaghi y Alejandro Domínguez, separados por el presidente, también emigró Lucas Ocampos y Martín Aguirre estaba en un nivel superlativo (hoy en reserva por la rotura de ligamentos). David Trezeguet fue apartado por el técnico y, un jugador que dio todo por la entidad millonaria en el peor momento, se tuvo que ir por la puerta de atrás. Más allá de los malos tratos y del frecuente desmán del Kaiser, el defecto sustancial es que nunca se renovó el equipo a la altura de las circunstancias. Eso es lo que más le importa al simpatizante, lo que más lo irrita y saca de sus cabales.
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