Para ellos, sin dudas ha sido un fin de año distinto. No puede ser de otro modo. Tiene que ser difícil haber vuelto al país con bombos y platillos y que, de golpe y porrazo, te avisen que se recorta presupuesto en el área y que habrá menos becas. Más complejo aún tiene que haber sido si creyeron, como la mayoría de los argentinos, que la inversión en ciencia iba a continuar, porque a pesar del cambio de gobierno el Ministro sigue en su cargo.
Esa continuidad, se suponía, marcaba un rumbo, una política de Estado. Una decisión estratégica de largo plazo consensuada entre todos los partidos políticos de avanzar en la formación de recursos humanos para la construcción de conocimiento científico. Eso, varios años después, nos permitiría generar prestigio para posicionar al país ante el mundo en discusiones globales, pero eso parece no ser suficiente para mantener la inversión. Sin embargo, también ayudaría a innovar para generar ventajas comparativas a la hora de comerciar con otros países, y esto sí habría que resaltarlo ante quienes toman las decisiones. No debería ser siquiera necesario que los científicos luchen para que el país invierta en ellos: es muy redituable hacerlo.
Un punto particularmente grave de la situación es el argumento que se usó para justificar la medida desde algún sector de la militancia oficialista (no desde el gobierno ni desde todos sus seguidores, muchos de los cuales no la ven con simpatía). Hubo quienes sostuvieron, sobre todo en Twitter, que mucha de la investigación realizada en el CONICET no es relevante, y apuntaron puntualmente a las ciencias sociales y humanidades. Lo hicieron poniendo como ejemplo, entre otras, una investigación sobre estereotipos en “El Rey León”. El razonamiento, entonces, concluye que a nadie puede importarle lo que inculcan los consumos culturales como bueno o malo a las personas desde niñas. Seguramente las decisiones posteriores de estos twitteros (que los fines de semana descansaban, según muestra El Gato y La Caja) no están condicionadas por lo que aprendieron cuando pequeños.
Más allá de la ironía, es posible que haya habido en estos años investigaciones militantes en el CONICET, puntualmente alabando las políticas públicas del gobierno anterior. Ese no es el ámbito: no es ciencia, y por tanto si se desea hacerlo no debe ser allí, y mucho menos cobrando dinero del Estado para eso. Sin embargo, eso no descalifica a las demás investigaciones, y mucho menos a las ciencias sociales y humanidades en general. Pensar que una investigación sólo se hace en un laboratorio con un tubo de ensayo y que si no apunta para curar el cáncer no sirve es reduccionista, y solo muestra el nivel de ignorancia de quien lo sostiene (o de quien tiene el poder para quitarle el financiamiento, lo que es peor).
La lucha de los investigadores ha dado resultado, y las 500 becas que estaban en juego serán prorrogadas un año más. El análisis político, en tanto, solo hace lugar a la sorpresa ante la postura de un Ministro que apuntó durante ocho años a un objetivo diferente que se creía consensuado. Aún más allá de eso, la preocupación y la sensación de alerta reina en la comunidad académica toda, que se puso firme para cuidar una de las pocas políticas de largo plazo que existen en el país.
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