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Volver a los ’90, de la mano del Indio

Visceral, desde el alma, así se vivió la noche del Indio en Tandil. El anunció que descolocó a todos, la fiesta que duró casi tres horas y el regreso, en medio de lo que queda después de que metés a 220 mil personas en una ciudad con 110 mil habitantes.

Indio
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Se escucha la carne transpirar, crujir sobre el fuego que crece y crece. Faltan horas nomás para que Carlos Alberto Solari nos deleite con su música, genere ese ambiente sagrado que las misas tienen. Feligreses ansiosos copan la ciudad de Tandil, un páramo industrial en el corazón de la provincia de Buenos Aires.

Un lugar arrasado por un pueblo nómade que se instala  48 horas en ese lugar, come, duerme, caga y rockea ahí, convierte ese lugar en su casa por ese lapso de tiempo, arremete con todo pero sonríe, es un pueblo feliz, no destruye sino que consume y sigue, hacia dónde lo lleven.

Más de 200 mil personas se depositan en un lugar dónde viven 110 mil, el lugar entra en un jolgorio obligado, empieza la música y hay que bailar, el lugareño que no quiere participar igual lo hace. La minoría activa el fastidio y la mayoría divide su intención entre el goce de recibir al astro mezclado con aquel que provee servicios a los visitantes que van desde una cerveza fría y salvadora a una ducha caliente reparadora. La ciudad acepta las condiciones de la invasión.

Las miles de parrillas improvisadas en cualquier lado indican que hay que alimentarse, o hacer dinero, o ambas. La música uniforme copa todo el lugar, sería un intento fútil el tratar de escuchar otra cosa, el ambiente solo acepta eso y no paga con violencia la transgresión sino con indiferencia, las melodías de ese teatro dionisio salen de una única garganta.

[su_pullquote]Y cuando pasé será cómo todo lo que marca al mundo a fuego, alguien preguntará “¿Y vos? ¿Dónde estabas cuándo el Indio se despidió?” y muchos dirán que fueron, y será otro hito, cómo el día que debutó Maradona. [/su_pullquote]

Remeras en venta con mantras, remeras de los que caminan con mantras, remeras que son revoleadas con mantras. Es menester entender que no sólo se trata de la canción, que no es solo rock and roll espanta abuelas, allí se esconde un lenguaje, un código, una suerte de testamento intímo. Muchas veces no es lo que dice, sino cómo lo dice. Algo en ese modo hace que entre en sus cabezas, en sus remeras, en su piel y nunca más se vaya de allí.

Las calles que conforman la colectora están sobre pobladas, también lo está la ruta por primera vez en la historia del rock de Tandil. Alguien hizo que se corte la ruta, y no por incidentes ni protestas. Solo para poder circular, para poder vivir, para desatar una inmensa alegría contenida por la espera, es la hora de verlo. Es la hora de la verdad.

El Indio bailó con esos movimientos que le son tan propios. (Gus Arrellaga)
El Indio bailó con esos movimientos que le son tan propios. (Gus Arrellaga)

Las inmensas marejadas de gente avanzan lentamente por las normales calles que rodean al hipódromo de la ciudad, un barrio normal que de repente recibe una oleada de desconocidos en estado de extásis, cantando, agitando remeras, estandartes y banderas, algún osado tira pirotecnia y las canciones son uniformes. Nada de lo que se canta es improvisado, se canta por el pasado, por el presente y el futuro “Soy redondo hasta que me muera”, “Solo te pido que se vuelvan a juntar” y “Teque Teque toca toca” no paran de repetirse. La gente toma el último envión de jarana antes de la suelta de adrenalina. Después solo vendrá el hipnotismo que el artista genera, todo lo demás dejará de existir, será un aliciente para lo único que importa.

Que toque el Indio y todo el año es carnaval.

El hipódromo no resistió la cantidad de gente y un lugar que se mostraba infinito de repente quedó colmado como si fuese una simple cancha de fútbol 5, cómo si llenar semejante espacio fuese cosa de todos los días. No lo es, ni lo será. Estamos ante el recital pago de más convocatoria en la historia del rock argentino, 230 mil asistentes en un lugar que no toleraba un alfiler más.

[su_pullquote align=”right”]Tengo una mala noticia, todos nos vamos a morir, el Indio también, pero lo que hizo, hace y hará por cada uno de los que amamos su obra, eso no morirá jamás. [/su_pullquote][/su_pullquote]

De repente cientos de miles de personas buscaban llenar un espacio que antes era llenado por 60 o 70 mil, en 2008. Poco más de 100 mil en 2010, y 120 mil en 2011. Esta vez casi se cuadriplicaba la cantidad que asistió las veces anteriores. Es un artista que no solo nunca pierde vigencia sino que incrementa su gente a mansalva, generación tras generación.

El lugar es un micro clima en sí mismo. Doce torres de sonido y varias pantallas Led daban la pauta de la dimensión demográfica de la convocatoria. La adrenalina de la gente cortaba la hermosa noche de la ciudad más ricotera del país.

Para aquellos que nunca fueron: los baños, la cantina y la venta de remeras oficiales se ubican a ambos costados, los baños improvisados suelen ser las extensas paredes que limitan el predio, sino habría record de riñones estallados cual Abuelo Simpson viajando con Homero.

[su_pullquote]El mismísimo Indio el que nos hizo volver a los 90. Basó su cancionero redondo en casi todos temas de aquellos años, algunos volvíamos a ser adolescentes, pequeños púberes, vírgenes, díscolos, inocentes. [/su_pullquote]

La idea de la cantina es que puedas comprar Fernet o Cerveza, por alguna loca razón vallan y ponen paredes a la cola del lugar lo que genera una suerte de mini muchedumbre que pelea por conseguir vasos de algo, vuelan billetes y pedidos, rezos para comprar. El que sale con dos vasos sufre los empujones de los que esperan llevarse un vaso de algo. Sin dudas pasar por ese mar de empujones con un vaso en cada brazo extendido es casi un milagro. Tanto es así que uno ayer perdió ambos vasos recién comprados cuándo el Indio salió al escenario antes de la hora pautada gracias a la gente tratando de huir de esa suerte de corralito causó una mini estámpida.

El líder salió y explicó que su salud peligra. Decidió no darle más de comer a los que viven de la vida ajena y cortó por lo sano. Estoy enfermo, estoy peleando, quiero rockear, acompáñenme. No más que eso, habló de la ida y venida de algunos de los miembros de su banda solista y prometió volver en unos minutos a hacer lo que querían que haga.

Solari disfrutó la noche como un ricotero más. (Gus Arrellaga)
Solari disfrutó la noche como un ricotero más. (Gus Arrellaga)

El llanto de algunos no se hizo esperar. Era muy fuerte. Ese hombre que dedicó horas y horas de su vida a escaparse de los flashes, de la gente que lo acosa y sobretodo que quiere saber detalles íntimos de su vida cómo  que lentes usa, cuánto calza, si mea de costado o le pone queso al guiso de lentejas; ese mismo ser decidió salir y aclarar, cómo puede hacer un jugador tras perder o ser expulsado. Ese hombre se cansó de que vivan de su sombra y les cagó el negocio a varios. El Indio, el inoxidable, está enfermo. La parca lo está buscando y cree que, tal vez, haciendo rock pueda gambetear a quién seguro ganará. Ese partido siempre lo tiene comprado.

Tengo una mala noticia, todos nos vamos a morir, el Indio también. Pero lo que hizo, hace y hará por cada uno de los que amamos su obra, eso no morirá jamás.

[su_pullquote align=”right”]El líder salió y explicó que su salud peligra, decidió no darle más de comer a los que viven de la vida ajena y cortó por lo sano, estoy enfermo, estoy peleando, quiero rockear, acompáñenme. [/su_pullquote]

Con una precisión de reloj suizo, salió con los Fundamentalistas del Aire Acondicionado a cortar con la tristeza, eligió un repertorio con particular mirada retro, la gente enloqueció con las menos ortodoxas melodías de su época redonda.

Uno de los mayores miedos para esta ocasión era la posibilidad que un gobierno de ultra derecha elija castigar aún más al rock, que lo que le prohibieron a La Renga decidan mostrarlo en otros términos a este movimiento. Había temor que la policía represiva volviese a meter a los asistentes en los ’90. En esas batallas campales interminables antes de entrar y al salir de cualquier recital de Patricio Rey y sus redonditos de ricota.

Pero no, fue el mismísimo Indio el que los hizo volver a los 90. Tal vez cómo una forma de explicarles, de enseñarles, que pueden volver esos años, sí, pero no todo era malo. Algo brillaba, una pequeña grieta de luz resistía. Así fue que basó su cancionero redondo en casi todos temas de aquellos años y algunos volvieron a ser adolescentes, pequeños púberes, vírgenes, díscolos, inocentes.

[su_pullquote]Estamos ante el recital pago de más convocatoria en la historia del rock argentino, 230 mil asistentes en un lugar que no toleraba un alfiler más. [/su_pullquote]

Ese señor que había hecho llorar a miles confesando su enfermedad en vivo ahora incendiaba una multitud, sólo para verla arder. Sólo para sonreír. Tanto es así que decidió alargar su lista 3 temas más de lo habitual, y cambió (Atención) 12 de los 13 temas redondos que tocó. Clara señal de goce, de disfrute. Estaba construyendo la memoria emotiva de su obra para aquellos que no pudieron ser contemporáneos de ella. Ese señor sabe lo que hace con cada corazón al cuál su música hace latir más fuerte.

Habia planeado tocar “Barbazul vs el amor letal” pero la maldición que carga el tema (Ensayado para sonar en Junín 2011 fue dado de baja durante el show y también en San Luis 2008 se cortó porque arrojaban cosas) hizo que tras varios berrinches que venían de temas anteriores, el Indio decidiera cortar y retar a los que arrojaban zapatillas, pagando el costo de todo esto la versión del clásico ricotero. Una vez más se truncó el reo semental.

[su_pullquote align=”right”]Más de 200 mil personas se depositan en un lugar dónde viven 110 mil, el lugar entra en un jolgorio obligado. La minoría activa el fastidio y la mayoría divide su intención entre el goce de recibir al astro mezclado con aquel que provee servicios a los visitantes. La ciudad acepta las condiciones de la invasión. [/su_pullquote]

Y así se va extinguiendo una noche soñada. Los temas que nunca pensamos escuchar sonaron. Algunos himnos que siempre suenan fueron dejados de lado, ofensa para los novatos y  claro guiño para los viejos fieles.

El Indio hizo enloquecer a las huestes ricoteras una vez más. (Gus Arrellaga)
El Indio hizo enloquecer a las huestes ricoteras una vez más. (Gus Arrellaga)

La salida con fuegos de artificio fascinó a la multitud. Una clara estrategia para que una parte mire y la otra se vaya, mientras explota el cielo, evitando que se congestione de más. Pero esta noche no era así. Todo sonó a despedida, sonó a esperanza, dolió mucho y luego se curó. Esas luces y explosiones que surcaban el cielo ejemplificaban lo sucedido durante las ultimas 3 horas. Nadie se movía.

Salir del predio no fue fácil. Paso de hombre, un dron filmaba toda la gente desde el cielo, luego el paisaje de la mudanza, cientos de micros tapando las calles, todos calentando motores, miles de vendedores de bebida y comida expendiendo y surtiendo a hombres devastados por el ejercicio. Los útimos talles de remeras salen a menor precio. Todo se ralentiza, pero la paciencia es una nafta que se surte con felicidad, que sobraba y también melancolía.

Así pasó una noche inolvidable, de multitudes, de locura y rocanrol. De noticias tristes y muestras de carácter, de alegría y de bajón. Una vez más el Indio demostró que es el legado continuo de un tiempo que se va para nunca más volver, por lo menos no en esta forma, por lo menos no con estos medios, mucho menos con estas armas, pero estuvo, está y estará hasta que decida que no va más. Mientras eso no ocurra siempre el que viene es el último show.

Y cuando pasé, será cómo todo lo que marca al mundo a fuego. Alguien preguntará “¿Y vos? ¿Dónde estabas cuándo el Indio se despidió?” y muchos dirán que fueron, y será otro hito, cómo el día que debutó Maradona, cómo el día que velaron a  Perón, cómo el día que se recuperó la democracia en 1983.

Todos jurarán haber estado. Bueno, Rock ‘N Ball estuvo ahí.

Ladren lo que ladren los demás.