Hace más de treinta años, cuando el punk y el rock pesado decidieron hacer el amor, tuvieron un revolucionario y rebelde hijo llamado grunge. A los pocos meses ya caminaba, pero tardó algunos años en mantenerse de pie. No le gustaba mucho mostrarse al gran público: solo tocaba para la familia y algunos amigos (la cultura under).
Hasta que vinieron unos señores de traje y le prometieron ir a las escuelas más caras, los espejos de mil colores y, por supuesto, todo el dinero del planeta. La única condición era resignar gran parte de la creatividad y ponerla al servicio de las empresas distribuidoras de ese talento invalorable (¿poca cosa, no?).
Así y todo, el joven grunge brilló con luz propia, hizo millones de nuevos amigos y soportó la presión externa de sacar buenas calificaciones en todos sus exámenes. La vida de un niño prodigio está llena de espinas en su recorrido hacia el éxito. Aprobó casi todas las pruebas, siguió todas las órdenes de su padrastro y hasta recibió su constante abuso. ¿Por qué el destino no le devolvía algo de paz mental, felicidad y vitalidad a una criatura que sufría golpe tras golpe?
Aunque no lo crean, así fue la vida de Kurt Donald Cobain. Si quieren un cuento de hadas, vayan a Disney. Ya pasaron 28 años del deceso del líder de Nirvana y sigue sonando el impacto profundo como aquella tarde del 5 de abril de 1994. ¿Por qué? ¿Por qué él? Dio mucho más de lo que recibió y como toda persona atormentada, tampoco pudo lidiar con el demonio interior.
Como si fuera una burla del destino, otro exponente del rock alternativo de Seattle también se fue al cielo en esta fecha. Corría el año 2002, cuando Layne Staley fue derrotado por las dos diablas que reinaron casi toda su vida: la heroína y la cocaína. Alejado de Alice in Chains y sumido en una crisis existencia sin retorno (años atrás, había fallecido su novia), sufrió una sobredosis.
Lo único que nos da de bueno la muerte es el tiempo para aportar valor en vida y trascender una vez que el corazón dice Stop. Y, afortunadamente, es el caso de estos dos norteamericanos nacidos en 1967 (sí, otra coincidencia más). Kurt se convirtió en el líder indiscutible de toda una generación, esa que rondaba los veinti-pico de edad cuando explotó en todo el mundo el Grunge. Ya lo dijo Dave Grohl, baterista del trío de Seattle: “cambiaría toda mi fortuna y mi fama por tener a Kurt vivo”.
Layne fue otro gigante inmerso en un mar de pirañas corporativas. Oscuro, auto-destructor y sensible, el oriundo de Kirkland (Washington), es citado como una de las voces más desgarradoras del rock a lo largo de toda la historia del mismo. Basta con escuchar “Would?”, “The Rooster” o “No Excuses” para sentir de cerca el espíritu de Staley.
Hoy, 5 de abril, se cumple un nuevo aniversario de la pronta partida de Staley y del suicidio de Cobain. La fecha llega, además, a poco de la muerte de Taylor Hawkins, batero de Foo Fighters, una banda que además de ser liderada por Grohl, indudablemente, se regía por el espíritu grunge, aunque con mucha menos oscuridad. En días dónde los nuevos ritmos empiezan a copar la parada, vale bien marcar el 5 de abril como el día que murió el Grunge e, indudablemente, hubo un punto de inflexión en la historia moderna del rock o de lo que algunos de nosotros entendemos como tal.
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