Todos vimos películas de carretera. Existen clásicos como Thelma y Louise, Mad Max o Easy Rider. En nuestro país, este subgénero comenzó a aparecer a fines de los noventa y comienzos del 2000, en parte gracias a concursos que intentaban fomentar que se deje de filmar tanto en las partes céntricas de Capital Federal. En estos últimos años nacieron películas como Historias Mínimas, Las Acacias e Historias Extraordinarias, grandes road movies dramáticas nacionales. También se pudieron ver en cine en estos últimos dos años, Pistas para Volver a Casa y Como Funcionan Casi Todas las Cosas.
Mario On Tour ingresa en este subgénero, pero con el agregado de tener más humor que las últimas mencionadas. Poco a poco aquello que sólo veíamos en el cine de afuera, lo podemos ver manifestado en el cine local, y con nuestros costumbrismos que hacen a dichas obras aún más diferentes y disfrutables. Al mismo tiempo, es obligatorio destacar el altísimo nivel que está teniendo el cine argentino en estos últimos años.
Ya metiéndonos de lleno en la película, Mario (Mike Amigorena) se dedica a cantar por encargo canciones de Sandro en fiestas de mala muerte y extrañas bodas para poder vivir, y cuenta con la ayuda de su manager y amigo Oso, encarnado por Iair Said (“Eléctrica”). Su madre acaba de fallecer. No está contento con su vida ni con su presente, valga la redundancia, y principalmente se reprocha tener una nula relación con su hijo. El permiso de su ex pareja, madre de su hijo, con quien hoy también está distanciado, hace que Mario se lleve a su hijo a un viaje de carretera donde intentará como sea recomponer esa relación, a pesar de la comprensible apatía que le dispara el menor.
Amigorena brilla sobre el escenario, realizando una imitación de Sandro que despierta admiración. La diferencia entre su imagen al cantar y su andar mundano es tan notoria que duele. Ahí reside su punto más alto: La paternidad ejemplar que no existió, la que pudo existir y la que podría existir. Lo sentimental está presente, pero no se subraya de forma cliché. Se manejan diálogos cortos, miradas delatoras y escenas sin voz que nos ayudan a comprender qué están viviendo estos personajes, sin que necesariamente lo expresen con palabras.
Pablo Stigliani, quien tiene en su haber “Bolishopping”, escribió y dirigió la película feel-good nacional del año. Producida por S+M Cine, termina siendo un pecado no verla si queremos tener visto lo mejor del 2017.
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