Desde su última aparición en un escenario, allá en Olavarría, con el montaje final de los medios sobre los incidentes de esa noche, el Indio Solari sembró incertidumbre sobre su regreso. Al tiempo, supimos que el silencio público se estaba transformando en canciones.
Entonces, comenzaron a llegar fragmentos de novedades en las letras de su biógrafo, en canales alternativos de información. Primero la tapa. Una imagen en las redes. Una foto en blanco y negro, de una pareja serena. Un hombre al que el Indio se le parece, una mujer elegante que mira con amor. Sus padres. Resabios de una historia que trae nostalgias a la vista. Una invitación a imaginar las canciones que, por fin, llegaron.
Lo que cada unx encontró en el disco no podría ser (des)escrito. Pero de todas las devoluciones que circularon, la más certera fue: emoción, mucha, vinculada quizá con la espera, con la sorpresa, con el alivio de que este hombre siga apostando a la belleza de sus melodías, al pulso de su rock, a la contundencia de sus letras para regalar modos siempre legítimos para mirar y habitar el mundo. Pero el mundo al que llegan estas canciones asiste a un cambio profundo, sostenido, traccionado por la lucha del movimiento de mujeres. Son tiempos, entonces, en los que las mujeres repensamos, miramos de nuevo, deconstruimos a nuestros referentes en todos los frentes. Por eso decidimos abrir la caja sonora y estética del Ruiseñor para ver qué nos trae Solari.
El viernes 27 de julio las disquerías del país albergaron a cientos de miles de personas que se le rieron a las estadísticas que cuentan que el cd es un formato obsoleto, y lo que queda es apostar al vivo. Cuando el vivo es más anhelo e incertidumbre que un acto inminente, el disco es refugio. Poseerlo, un deseo, más o menos accesible, incuestionable para todos y todas los que juntaron peso a peso, financiaron con las tarjetas, empeñaron los restos de salario de un mes que se despedía.
Con el disco en mano, el fervor ante el objet, la ansiedad de hacerlo propio con la mirada, con la escucha. La portada que ya habíamos visto abre paso un disco de imagen sobria, poblado de fotos en blanco y negro de quienes sabremos son personas que han inspirado a Solari en su vivir. Entre ellas, seis mujeres son perpetuadas por el Indio en el arte del disco
La primera mujer que aparece en la tapa del disco es Celina Estelita Choy, su madre. Aquella mujer a la que dedicó su concierto a modo de despedida en abril de 2008 en Jesús María, Córdoba, días después de su partida.
Siguen los retratos de mujeres artistas. Jaqueline Du Pré, violonchelista británica y legendaria intérprete, cuya carrera terminó abrupta y prontamente cuando a los 28 años le detectaron una feroz esclerosis múltiple que terminaría con su vida. Una joven Billie Holiday cierra los ojos y canta con una de las voces memorables de la historia de jazz. Una artista que pudo cantar sus dolores, sus padecimientos y las oscuridades por las que transitó para convertirlas en infinitas canciones que trascendieron su época. La belleza de Marina Vlady traspasa la imagen en blanco y negro. Una hermosa actriz francesa de orígenes rusos, reconocida y premiada en los años sesenta, dirigida por Godard y Orson Welles.
Solari, que ya nos habló sobre hacer la revolución con una canción de amor, nos muestra aquí a mujeres vinculadas a las luchas por cambiar órdenes establecidos. Dolores Ibárruri, conocida como “La Pasionaria”, fue una política española, dirigente del Partido Comunista de España y de la Unión de Mujeres Antifascistas. Sus ideales aunaron la lucha del proletariado (heredada de la revolución bolchevique) y por los derechos de las mujeres, sobre las que sostuvo como estandarte que “sean de la condición que sean, son libres para elegir su destino».
La otra mujer argentina que aparece en las fotos del Ruiseñor es Eva Duarte de Perón. La dirigente política que fue declarada oficialmente “Jefa Espiritual de la Nación”, en 1952. Impulsó y logró la sanción la ley de sufragio femenino y fue ferviente defensora de los derechos sociales y laborales de argentinos y argentinas. Evita es en la historia argentina referente de la lucha por los derechos de lxs desclasadxs, lxs desfavorecidxs.
Su presencia sobrevuela el disco y toma cuerpo en la letra de la canción “La oscuridad”, cuando dice: “Yo sé, dejé jirones de mi vida aquí. Mi cautelosa libertad, mi risa infiel” con una alusión directa a la recordada frase de Eva: “Yo no quise ni quiero nada para mí. Mi gloria es y será siempre el escudo de Perón y la bandera de mi pueblo. Y aunque deje en el camino jirones de mi vida, yo sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria“.
La llegada de “El Ruiseñor, el amor y la muerte” sacó al Indio del silencio, no sólo a través de la obra en sí misma, sino también desde su palabra en los medios. Este jueves brindó una entrevista exclusiva a FM La Patriada, Somos Radio, Redonditos de Abajo y La Garganta Poderosa, donde algunas de estas intuiciones sobre aquello que encontramos en el disco parecieron confirmarse.
Sobre las mujeres que aparecen en el arte y, en particular, la figura de Eva que imaginamos rotunda, afirmó “no está en la tapa porque están mis viejos”, rememorando después aquel encuentro en su temprana niñez cuando la líder política visitó la ciudad de su infancia.
Además, consultado sobre el movimiento feminista, la “revolución de las chicas”, sostuvo “me parece estupendo”, especificando que en sus letras la representación es siempre de una mujer, no de las mujeres en general. Aunque destacó la referencia al personaje femenino de la canción Ostende Hotel: “cuando dice (ella) ‘se preocupó mucho por mi cuando creí que era su dueño’, eso es un claro mensaje feminista”, dijo Solari.
Ahora bien, desde el nacimiento ricotero hasta la consolidación como solista del Indio, el público fue curtido para apropiarse de la obra y hacer, en un gesto libertario, lo que con ella deseara. Llorar en el campo polvoriento de un estadio, abrazarse, imaginar, purgar, armar el pogo más grande del mundo. Allí la potencia transformadora de la poesía, de la música, su capacidad de sembrar innumerables aprehensiones posibles.
Desde entonces, nunca fueron necesarios mediadores o intérpretes entre el artista y la obra, entre el Indio y sus canciones. Consultado en la entrevista sobre el por qué del título del disco, el Indio retoma este código implícito en relación a la obra “no está para ser entendido lo que yo escribo, sino para imaginar. Probablemente yo podría inventar una manera de explicar, porque tengo las respuestas, pero no quiero hacerlas públicas, porque acotan la posibilidad de que la gente imagine. A mi lo que me interesa es detonar la imaginación en la gente para que ellos imaginen, porque el territorio que están explotando es de ellos”. Entonces, esgrimir interpretaciones sobre cada canción, desgranar el contenido poético para analizar las referencias, tratar de acotar sentidos a palabras con tanta potencia, no es un gesto que nos animemos a aventurar aquí.
Pero desde lo visceral, lo que sí podemos decir es que el Indio con su lírica y con sus melodías lo hace otra vez. Genera un campo tan amplio, tan conmovedor que las posibilidades de reconocimiento en lo que dice son tan infinitas como reales. Va de un yo íntimo en el que resuena una apertura de sus vulnerabilidades, a la construcción de una identificación colectiva. Eso es Solari para muchxs.
Las canciones del “El Ruiseñor, el amor y la muerte” funcionan, otra vez, como una invitación a poner en juego nuestros propios mundos. Quizá “Pinturas de guerra” pueda hacernos rememorar batallas propias o ajenas; “La oscuridad” nos reviva derrotas que nuestras almas no soportaron; o con el “callejón” pueden llegarnos ganas profundas de cantar con amigxs; “El martillo de las brujas” puede darnos ganas fervorosas de romper el sistema; o quizá pensemos en un pibe que se inmola en Arabia o en el conurbano cuando canta al joven terrorista; o recordemos con amor las pibitas que fuimos con la Pequeña Mamba; o queramos escupirle a las clases pudientes el lema grabado a sangre de que “la moda no es vanguardia”; o solo deseemos bailar porque no hay infierno; o habitemos ciudades frías de héroes que no fueron; o recordemos los olores y colores de todos los hoteles como el Ostende donde bailamos, vimos cielos de mares que atesoramos y jugamos al amor; o quizá queramos darle un abrazo a nuestros propios amigos Panasonic, o estemos atentxs al alerta del final, sobre eso de que los tontos no descansan jamás.
Los matices de su rock, el arte del buen contar, su añejo y aún penetrante cantar vibran intactos en Solari. Un tipo que logra con la potencia versátil de su decir, decirnos.
Por Marcela Garavano
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