Aguafuertes de Cuarentena, Vol I

El Pela de Branca, Martín Dufou, nos regala su arte en forma de homenaje a Roberto Arlt.

Desde que empezó la #cuarentena me puse a acomodar viejos y queridos libros, así tropecé con Aguafuerte Porteñas (Roberto Arlt) mi escritor preferido desde que recuerdo haber elegido qué leer.
Así que a modo de ejercicio para mí, y a manera de homenaje para él, he decidido escribir diariamente mis propias ¨Aguafuertes de la Cuarentena¨.
Espero que las disfruten.


Arqueología de #Cuarentena (Basado en el dibujo de Ricky Tunez – Dedicado a Ina y Chiruso)

Hemos descubierto con gran sorpresa este aparato ¨cocina¨.

Y eso que estaba ahí nomás, en ese ambiente azulejado y pequeño, junto a la heladera donde mantenemos frías las cervezas y vigentes las sobras del delivery nuestro de cada día.

Cosa de locos! Gira usted una de sus cinco perillas blancas y ¨TSSSS¨ sale gas, que al entrar en contacto con un fósforo encendido hace fuego. Para nosotros ha sido el descubrimiento del año, si coloca una cacerola sobre ese fuego puede fabricar cualquiera de los platillos que habitualmente llegan a casa en motito o bicicleta, pero con grandes diferencias, a saber:

El perfume del morfi comienza despacito, suave como un vientito que va despeinando el apetito de todos. No como esas pizzas impertinentes que entran a la casa y prepotean al Poet más pintado, ni bien uno abre la caja. No.

Los gurises se acercan al escuchar un primer hervor, o algo crepitando en la sartén y comienzan a preguntar con esa curiosidad transparente ¿Qué comeremos hoy? Y no importa la respuesta que reciban, siempre es celebrada con fervor patriótico, casi le diría.

Todas las comidas que se vienen sucediendo utilizando este método culminan en un aplauso, que tiene como destinatario al que haya estado liado entre cuchilla, tabla e ingredientes.

El único problema se suscita cuando hay que lavar los platos, eso también lo habíamos olvidado. Pero lo solucionamos con una hojita de laurel cuando comemos algo con tuco, o con un chinchón durante la sobremesa.

Y no me va a creer, pero ya uno se da cuenta de quién hizo la milanesa, o las tostadas… Como si el aparato tuviera un algoritmo que deduce al usuario y le hiciera ¨Copiar y Pegar¨ cada ¨receta¨ (Así se le llama a las instrucciones con los pasos detallados para preparar una comida). Parece cosa de mandinga.

De todas las muchas cosas que hemos descubierto en la casa, definitivamente este aparato ¨cocina¨, es el más fenomenal.

Todavía no podemos entender cómo prescindimos de él durante tantos años, y mucho menos entender cómo fuimos capaces de confiarle nuestro marroco diario a una combinación de números impresos con cuestionable calidad sobre un imán.

Hoy me desperté con un dolor punzante en el Alma-gro.
Mi cuore los extraña, muchachos de la Barra-cas.
Añora las sutiles miradas melancólicas y aquéllas risas de cascaBel-grano.
Les juro, mis compadres que en ciertos momentos en que la tristeza me aChaca-rita, afanaría un Caballito para ir a su encuentro y juntos, detonar nuestra conversación anárquica en alguna pizzería, o quitarle el sombrero a una Palermo de chino en algún Parque-Chas y brindar hasta que beodo se confunda con Boedo. Ah Re-tiro.
Los necesito, se han vuelto fundacionales para la Constitución de mis estrepitosos nuevos recuerdos.
Mis pulmones de #cuarentena necesitan inflarse con esos Buenos Aires que sólo tienen nuestras noches delirantes.
Quisiera darle un beso en La Boca a mi novia, abrazar fuerte a los nenes y abandonar La Paternal por un rato. Calzarme en los oídos los Liniers y subir a un escenario a llorar por un micrófono todos los abrazos postergados.
Y acá sigo encerrau y lejos… Escuchando Gardel y mirando como las horas paSan Cristóbal y los días paSan Telmo. Mientras rememoro, cada vez con menor precisión, la última vez que los Vi-lla Crespo.
Mi nostalgia los reclaMa-taderos.
A ustedes, Compadres. Y a cada uno de los reos Barrios Porteños que pateamos juntos.

El que aumenta los precios
El último círculo del infierno del Dante y todos sus habitantes esperan a este coso, malandrín de la peor calaña imaginable.
Cuando apenas asomó el hocico la tragedia, sus caninos crecieron unos cinco milímetros y su apetito por el papel impreso en la Casa de la Moneda, se infló con la misma velocidad que los globos con helio que venden en las ferias que deambulan por los pueblos.
Tiene bien presente esa debilidad llamada ¨sensibilidad social¨, la fue atrofiando adrede a través de un deliberado camino de miserias y bajezas innumerables, que comenzaron con un ¨vuelto mal dado¨ y llevaron al cénit su regocijo cuando realizó el expendio de alguna leche vencida o un vino picado.
No podemos esperar menos de su especie en estos momentos donde el terror, aceitado por la prensa, nos obliga a caer en sus garras miserables, por la cuestión de la cercanía.
Cuando su mano escribe un nombre en la libreta, el desprevenido corre peor suerte que si es apuntado por Death Note: Es la condena a una deuda in eternum.
Y cobra lo que su alocada imaginación le sugiere y no existe Defensor del Pueblo que aparezca de imprevisto a reprenderlo… Al menos no conozco a nadie que haya presenciado esa escena.
Acecha a los clientes como las leonas a los antílopes en África, con sus dos ojos profundos y fríos, como ese mismo hielo que ofrece y ese baqueteado freezer de pozo donde lo alberga… Esta única escena agita en el encofrado de su pecho a su corazón duro como el pan de ayer, y que él muy suelto de cuerpo, vende como si fuera de hoy.

Unas últimas palabras pendencieras se misturan con las puntas de mis dedos cada noche, mientras teje entre mis ojos las últimas ramitas de su nido el pájaro más lánguido y fatal: el sueño de cuarentena.
Unas últimas palabras pendencieras asoman como chillones brotes cimarrones, entre el rastrojo seco de un cuadro pelaú por inmensas y ruidosas máquinas agrícolas. Cómo temen a ese pájaro… Y aún así, como le gritan!
Unas últimas palabras pendencieras, se abultan de a minúsculas esquirlas delirantes, e intentan convencerme que no es aún tarde… Aún no es tarde, para esculpir con sus letras revelaciones.
Y viera usted… Con cuánta fe bombea mi cuore magma de plaquetas! Abombao y todo por el letargo de la radiofonía…
Y con qué mañas de arriero mi cerebro rebenquea pa´ acentuarlas y empujarlas hasta un orden que considere aceptable…
Siempre y cada unas de las noches de la cuarentena, me lancean unas últimas palabras pendencieras.
Y me rasco el balero hasta que sangra y me doy cuenta que no… Que no es sangre, sino vino. Vino de un vaso que se achica cada noche… Si hasta hay veces que me morfo el cuento de que es aire… AIRE! Esto que flota entre la exhalación de tantos cigarros mal fumados.
Entonces allá, como a dos leguas, siento el bramido de una locomotora que me dice: Andá a dormir, Martín. Ya debe ser muy tarde… Son las últimas palabras… Y pendencieras.