La noche de Pete Doherty en el Teatro Vorterix el viernes fue entrar y transportarse a algún suburbio londinense lleno de “argentinitos british” al más puro estilo Hooligans, en algunos casos y con mucha cultura sobre ese otro mundo, dándole a ver con sus clichés y vestimentas.
Más allá de que el público argentino se caracteriza por ese fervor y pasión que lleva consigo y tiene esa cultura de aguante futbolera con el ole ole ole, en este nuevo recital no solo estuvo el clásico cántico que se hace con todas las bandas, sino que minutos previos a que el artista saliera a escena, ¡un grupo de freakys empezó a cantar “Peter va a salir campeón! Peter va a salir campeón”.
Ahí fue donde estos chicos sacaron el verdadero argentino que llevan adentro, por más que algunos de ellos odien su cultura nacional.
El teatro estaba bastante colmado, abundaban las cervezas y mucho humo de cigarrillos para refugiarse del frío que corría esa noche. Todos obviamente con tapados, mucha chaqueta de cuero, barbas y chalinas. Entre toda esa gente, se podía ver a muchas personalidades conocidas dentro del rock como Stuka de Los Violadores, que miraba a Pete con devoción. Como así también, se encontraban reconocidos periodistas de rock.
Era una noche en la que de alguna manera teníamos que estar todos después de lo que fue el año pasado para el cantante conocer este nuevo país. Muchos fueron con la esperanza de que Doherty ya había empezado una nueva etapa en su vida y donde había bajado mil cambios, pero creo que al final todo sigue igual, la esencia no se pierde.
Hacía mucho calor en el ambiente y a medida que pasaron las horas, y eso era por el fuego interior que tenía ese público por verlo y estar ahí. Terminó saliendo a escena casi a las nueve y media, treinta minutos después de lo pautado.
Arrancó la noche muy tranquilo, con total presencia. Bien vestido, con traje, como todo señorito inglés, y linda arrogancia. El público tuvo también esa elegancia, media frívola, porque no salto en ese primer impacto, sino que escuchó y trato de cantar con él y sumergirse en la música. En los primeros temas se vio esa línea bien marcada de rock británico.
La canción que eligió para iniciar el show fue “I Don’t love anyone (but you’re not just anyone)”, el corte angelical del disco “Hamburg Demonstrations”, que salió el año pasado, con la banda ubicada de manera muy particular, como casi intimista, como si se encontraran en medio de un ensayo.
Él en el medio saludando con su sonrisa pícara, al costado el joven guitarrista con su cara pálida y luminosa, al lado y atrás de este, el bajista, al lado la japonesa amigable tan simpática que se encarga de los violines y después del otro lado una extraña y extravagante jovencita de corte carre tocando los teclados. Atrás, como siempre el baterista.
Él, muy inglés, y tranquilo de saco y corbata. Lo que siguió a ese primer tema fue un clásico de su primer disco “Grace Wasterland” de 2009, llamado “Last of The English Roses”, donde la gente coreó ese estribillo pegadizo hasta después de finalizada la canción. El show iba poniéndose caliente, pero el público estaba muy tranquilo y respetuoso.
La banda durante el show mostró dotes experimentales muy intimistas entre ellos como si estuvieran en su sala, al más puro poder de una típica banda de garaje neoyorquina. No les importaba si sonaban vacíos o llenos. Hubo momentos gloriosos que el sonido se puso un poco más poderoso, pero en sí, durante la mayoría del show no se vio sonando muy llena que digamos.
Pero ese error y esa cosa ruidosa es lo que al fin y al cabo muchas veces hace el rock, porque la actitud estaba y fue muy fuerte, y por sobre todas las cosas muy fuerte el respeto del público hacia Peter. La gente, a pesar de todo lo quiere, le banca cualquier cosa, es un público fiel que lo tiene como un amigo más en su grupo pareciera.
El show, ya en menos de la mitad, se pondría un poco más caliente y fue llenándolo con temas de sus dos discos y algo muy poco de su antigua banda The Libertines. Tocó poco más de una hora hasta que llegó el momento de despedirse, cosa que nadie quería. Pero, igualmente, nadie se fue.
Como nadie se iba y después de haber hecho eso durante más de hora, parecía que todo había terminado, pero a los 12 minutos, el británico volvió solo con su guitarra acústica para hacer una versión solo de “What a weister de The Libertines y la gente coreo con muchísima felicidad, ya la empatía entre escenario y público estaba muy fervorosa.
En este recital hay que aclarar, que, por parte del público, siempre se vio un muy buen ambiente, muy tranquilo. Había mucha gente, pero no había desorden, había mucho respeto y empatía y la barra no paraba de dar cervezas.
Ya la euforia en ese momento estaba un poco más desatada que anteriormente y la banda ya iba sonando un poco más poderosa, porque tenía eso, de zapar e improvisar sin ensayo y armando por momentos alguna que otra atmósfera colgada, pero también de sonar muy fuerte repentinamente.
Ya para el final en medio de los bises metió algún fragmento del himno del brit pop “Don’t Look Back In Anger” de Oasis, durante la cancipon “Killamangiro” de su reciente banda Babyshambles, para luego hacer el tan punk y rockero “Fuck Forever” para ya coronar la noche.
Ya hacia el final se vieron los dotes de estrella de rock que rompe todo por parte de Peter. Primero tiró a la gente el pie de su micrófono, que en el transcurso de la canción, el manager se acercó al público para pedirle que lo devolvieran, algo a lo que no le hicieron caso.
De esta secuencia, Pete se entretenía riéndose de la situación. Ya después recién finalizado el show, cerca de las once y media y despidiendo amorosamente a la gente y los argentinos a él, Doherty no tuvo mejor idea que redoblar la apuesta y lanzar hacia el público su guitarra acústica grandota, la cual agarró un grupito de fans. Pero al instante bajó el asistente enorme que tiene el cantante a pelear por la devolución de la guitarra.
En medio de todo ese caos y pre batalla campal, el asistente logra obtener la guitarra y sube al escenario. Peter se la saca y, entre risas, la vuelve a tirar nuevamente. Conclusión, esto termina como tomada de pelo hacia su asistente y con un argentino pidiendo permiso entre la multitud, llevando su nueva guitarra consigo.
Ahora de tan enamorado que quedó el año pasado, cuando pisó este país por primera vez en su carrera, hizo una gira dedicada hacia este parte del mundo. Comenzó el miércoles 24 de mayo en Sao Pablo, Brasil, le siguió el viernes 26 en Buenos Aires en el Teatro Vorterix del barrio porteño de Colegiales, luego paso el sábado 27 por Rosario, y ahora queda el 29 en Montevideo y el 30 en Santiago.
Por Marcos Coletto
Fotos de Cecilia Martin Photography
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