Cuando se habla mirando la historia del rock Argentino aparecen en el imaginario un listado de bandas, artistas y discos para enumerar. Los Abuelos de la Nada, Soda Stereo. Luis Alberto Spinetta, Charly García, Gustavo Cerati. Por enumerar tan sólo algunos de forma arbitraria entre tantos que entrarían en este listado. Muchos de los grandes compositores del rock ya no están físicamente, pero dejaron plasmado una vasta cantidad de piezas musicales para escuchar por la eternidad. Nunca morirá su música, ni tampoco ellos en sus canciones.
Fito Páez, participe de aquella Troba Rosarina de Baglietto y otros tantos, pertenece a esta historia del nuestro rock. Una hermosa máquina humana de crear discos desde principios de los ’80 con temas que supieron abrazar los corazones del colectivo nacional. Sigue la rueda mágica, sigue girando su música al lado del camino y sigue cumpliendo años con sus discos.
Desde el piano supo transformar las teclas blancas y negras en una paleta de miles de colores para componer sus canciones. Usó el instrumento como herramienta para traer de algún lugar del éter, melodías que suenan como si siempre hubiesen estado allí sonando. Ahora este piano permanece a oscuras en el escenario cuando la gente terminaba de acomodarse y las luces se apagan.
De traje gris y gafas negras aparece Rodolfo Páez caminando hacia su asiento frente a las teclas. En solitario comienza a solear algunas notas y entona la melodía de “La casa desaparecida”. Tras un largo letargo de solo-piano, zapada y repetición de estribillo, suena ahora una radio antigua cuando se hace sentir un tango que funciona como puente al inicio del tema “Giros”.
Así dio inicio a la puesta en vivo del disco editado en 1985, que si las cuentas serían exactas se estarían festejando los 31 años del mismo. Segundo en la lista de su discografía de más de 20. Respetando el orden desde el primer tema hasta el último, hicieron sonar unas versiones tocadas por una banda ajustada hasta el último detalle en arreglos musicales y con un sonido actualizado. “Taquicardia” y “11 y 6”, desde los primeros temas alzaron la nostalgia y el coreo entre el público.
Dando pié a Fabi Cantilo para subir al escenario, comenta: “Sin ella, este tema nunca hubiera existido” y hacen juntos “Yo vengo a ofrecer mi corazón”. Siguiendo con los temas del disco hasta el final, “Cable a tierra” llevó a más de uno entre el público a pensar en abrazarse, para que “Decisiones apresuradas” retrotraiga la imagen del viejo sonido del rock ochentoso.
Con paso firme se fueron los 9 temas del disco Giros. La noche seguía, Fito seguía inquieto arriba del escenario entre el piano y de pié al micrófono con guitarra en mano. Un bombo constante mete suspenso junto al bajo cuando una guitarra distorsionada aparece lentamente hasta que la cuenta de la batería da inicio a “Rock and Roll Revolution” y pegadito “Yo te amo”.
Cambiando el orden de estos dos, un antes y después en su reciente etapa discográfica, amor y desamor. La lista de temas que se avecinaba traía una catarata de clásicos por doquier y Fito agitaba “Siguen muy sentaditos y esto se va a descontrolar che… vamos que la música no nació para morir”.
Luego de esa sentencia sonaron “La rueda mágica”, el electrizante de “Naturaleza sangre”, “Gente sin swing” mechándolo con el riff del tema “Fanky” de Charly García, como una especie de puente para pasar a “Al lado del camino” y “Tumbas de la gloria”. Fabi Cantilo seguía dando sus apariciones y tuvo su espacio para hacer “Payaso”, uno de los temas que incluye su último trabajo.
Pisando ya el final del primero de los dos shows que dio en el Gran Rivadavia (éste del viernes 29 y el sábado 30), siguen saliendo de forma inagotable los clásicos de su repertorio. “Polaroid de locura ordinaria”, pasó de forma rápida y agitadora para que “Ciudad de pobres corazones” levante de las sillas a muchos de los presentes para agitar el rock. Dejando a la sala de pié en el final del tema, abandonan el escenario para un breve receso. Con Fabi otra vez sobre el escenario el único timbre femenino desde la voz hacen “Brillante sobre el mic”, para que algunos quizás abran en sus recuerdos imágenes donde reiterativamente ésta canción se supo colar.
La fiesta comenzaba abrir el clima del final cuando tocan “A rodar mi vida” y se agitan los trapos por el aire como suele hacerse cada vez que este tema suena en vivo. Bajo esa electricidad tocan “Mariposa Tecknicolor”, un clásico de la década del ‘90 que incluye el disco Circo Beat (1994).
Ya cerrando entonces el show suena “Dale alegría a mi corazón” y entre un coro unánime de toda la sala Fito celebra diciendo “Gracias a todos por dejarme hacer esto, de verdad, enciendan las luces, vamos a mirarnos las caras y cantar”. Así entonces siguió la gente cantando en a capella cuando los músicos se acomodaron en fila al frente del escenario, mientras Fito dirigía con sus manos y arengaba la repetición una y otra vez del estribillo hasta agotarlo en un cálido final donde todos cantaron juntos.
El escenario ya estaba vacío, las luces encendidas y los plomos retirando ya algunos instrumentos, pero la gente seguía casi intacta en sus lugares pidiendo más temas. No iba a ser posible y lentamente se fue desalojando el salón. Afuera, en la antesala del teatro un último coro espontaneo entre la gente despedía la noche antes de irse a casa al canto de: “Vamos a volver, vamos a volver”. Marcando un grito político, un abrazo popular.
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