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Arsenal y el legado maldito de Don Julio

Tras la muerte de Grondona, el equipo de Sarandí parecería que cayó en un legado maldito. Aquel equipo acostumbrado a ganar y jugar copas internacionales, se ve con chances de descender por primera vez, de la Primera División.

La muerte de Julio Humberto Grondona llevó a grandes cambios en la estructura y organización de la AFA. Después de 35 años donde fue la cabeza de una asociación de fútbol y mano derecha del presidente de la FIFA, Joseph Blatter, “Don Julio” falleció dejando un legado pesado al fútbol argentino. El organismo llegó a un punto tal en el que llegó a estar vacío, obligando que una junta elegida por la FIFA (la Comisión Normalizadora) lleve las riendas mientras la Justicia, de la mano de la jueza María Servini de Cubría, investiga a fondo que llevó a la debacle. Sin embargo, hubo un club en particular que se vio afectado, un club reconocido por sus propios hinchas como un “club de barrio” que vivió en los últimos años tiempos de vacas gordas, con participaciones internacionales e incluso títulos dentro del país y a lo largo de este continente y el asiático. Arsenal de Sarandí fue el club que brilló ante los ojos atónitos de los aficionados, pero que desde la muerte de su fundador, comenzó a caer en un legado maldito.

Grondona fue el padre de la criatura, el fundador del primer club de fútbol que tendría Sarandí. Previamente, “Don Julio” había tenido una experiencia como presidente de su querido Independiente. Durante los primeros diez años de su Arsenal en Primera, el club cosechó lo que pocas instituciones de su mismo calibre (o prácticamente ninguna), puede alardear. Una Copa Sudamericana en 2007; la Suruga Bank en 2008; el Clausura y la Supercopa Argentina en 2012 y la Copa Argentina en 2013. Además, el Arse participó en copas internacionales en ocho de los últimos 12 años.

Su deceso ocurrió el 30 de julio de 2014, unas semanas después de la final del mundo entre Argentina y Alemania, en Brasil. A partir de allí, algo cambió. Si bien aquel primer campeonato estuvo a la altura de lo esperable para las pretensiones y el plantel que tenía el club, la baja en el rendimiento futbolístico se empezó a notar. Ya sin Gustavo Alfaro, el entrenador más exitoso en la historia del Arse, Martín Palermo había tomado las riendas del equipo en el último tramo del torno Final 2014 con un saldo positivo de dos victorias, un empate y una derrota, pero con una temprana eliminación de la Copa Libertadores, en manos de Nacional de Paraguay, que sería uno de los finalistas de aquella edición, ganada por San Lorenzo. Enfocado en lograr una nueva participación internacional, el equipo de Palermo hizo un aceptable campeonato con dos puntos bien marcados: la fortaleza como local, arma imprescindible durante todos estos años para el equipo, y el bajo rendimiento afuera de casa. En Sarandí, recién perdió en la última jornada, consiguiendo antes sendos triunfos y empatando con los equipos grandes que visitaron el Sur: River, San Lorenzo e Independiente. En cambio, como visitante, logró sumar puntos en las últimas dos fechas, con victorias ante Newell’s y Atlético Rafaela. El equipo terminó noveno, sin convencer en el juego, particularmente el defensivo, pero sacando puntos gracias a tres de sus figuras, Emilio Zelaya, Ramiro Carrera, y el uruguayo Brahian Alemán, que se convirtió en el centro del juego del Arse.
En el 2015, nació el híbrido pensado por Grondona antes de morir. Se puso en marcha el torneo de 30 equipos, con la subida de 10 clubes de la B Nacional, algunos de ellos debutantes en Primera, y otros con planteles que necesitaban sumar experiencia y nombres para no pelear el descenso. Parecía difícil que alguno de los que venían de la máxima categoría descendiera, y eso se confirmó a lo largo del campeonato, ya que fueron los recién ascendidos quienes estuvieron en la parte baja de la tabla de promedios. Eso les permitía a los demás equipos pensar en sumar puntos para engrosar los promedios de las próximas temporadas, y clasificar a alguna copa internacional. Sin embargo, el final de año tuvo un balance para nada deseado en Sarandí. La lógica salida de Alemán tras su gran temporada (se marchó al Barcelona de Ecuador), denotó que sin él, el equipo no tenía juego y terminó apresuradamente el ciclo de Palermo. El Titán duró hasta la décima fecha. No daba para más, por rendimientos colectivos e individuales, pero especialmente por los resultados: una victoria, ante Newell’s, tres empates y seis derrotas, de las cuales la mitad fueron contra recién ascendidos (Huracán; Aldosivi, con quién perdió 0-3 de local, y Sarmiento, el último encuentro que tuvo a Palermo en el banco).

Ni siquiera la llegada del “bombero” Ricardo Caruso Lombardi fue capaz de apagar el incendio que de a poco se desataba en Sarandí. El polémico entrenador se encontró con un vestuario golpeado al que le costaba levantarse, aún con las victorias. La eliminación de la Copa Argentina, días antes de su llegada, ante Guaraní Antonio Franco fue el golpe más duro que podían recibir, y lo que precipitó la salida de “FitoGonzález, el técnico interino que no tuvo la banca de los hinchas a pesar de ser muy querido en el club. Con Caruso al mando, los dirigentes apostaban a recuperar la confianza en sus jugadores y también la fortaleza de la localía. Pero los esfuerzos parecían nunca ser suficientes. Cuando Arsenal lograba ganar un partido, y parecía levantar, otro golpe sacudía al plantel. En su ciclo, pudo ganar seis partidos y empatar tres, pero perdió nueve, dejando a los del Viaducto como vigésimo octavo equipo de la tabla, entre 30. Muy bajo para un torneo en el que, como dijimos antes, los equipos pretendían aprovechar que habría 10 recién ascendidos peleando, en teoría, la parte baja de la tabla. Para colmo, Caruso menospreció la Copa Sudamericana, en el que el Arse se fue en primera ronda tras perder con Independiente, ya que entendía el técnico que el verdadero objetivo de su equipo, era sumar puntos para engrosar el promedio.

El punto más alto de estos dos años y medio sin Grondona, se dio en el primer semestre de 2016, a pesar de que en el verano parecía que nada iba a mejorar. Sergio Rondina fue quien tomó las riendas de un club en el que se iban muchos jugadores, y se traían otros tantos, a partir del desembarco de un grupo inversor representado por Cristian Bragarnik, que prometía fondos y jugadores a un club que necesitaba imperiosamente fondos. El “Huevo” tenía que empezar desde cero en su primera experiencia al frente de un equipo de Primera División (previamente había estado en la B Nacional, al mando de Villa Dálmine). Y le fue bastante mejor de lo que muchos se atrevían a imaginar en la previa del torneo. Con un equipo de poco nombre, pero mucha actitud, Arsenal logró pelear los primeros puestos de su Zona (sí, otra vez había cambiado el formato del torneo, para poder adaptarse al calendario europeo), hasta mitad de campeonato, en donde la regularidad de San Lorenzo y Godoy Cruz, pesaron más y fueron ellos quienes se debatieron la punta hasta la última fecha.

Con este breve antecedente de seis meses, las expectativas fueron muy grandes en el arranque del torneo actual. Pero otra vez, la realidad volvía a ser más dura que cualquier ilusión. Se fueron jugadores importantes como Federico Lértora, Mariano Barbieri y Ramiro Carrera, jugadores que fueron irremplazables, a pesar de que el club contó con 12 refuerzos, de menor o igual jerarquía de los que trajeron a principio de año. El juego bajó, el orden se perdió y la actitud mermó producto de los malos resultados iniciales. Nada levantó a este equipo que podría haber mantenido el rendimiento del semestre pasado para así no pasar sobresaltos con los promedios, teniendo en cuenta que descenderán a mitad de este año, cuatro equipos. Sin embargo el equipo no ganó, y en la novena fecha, Rondina presentó su renuncia después de solo haber sumado tres puntos sobre 27 en juego. Su sucesor fue Lucas Bernardi, ex entrenador de Newell’s en el que no había terminado de convencer, y por eso los hinchas de Arsenal miraban con desconfianza. A penas duró cinco fechas, aunque en la última logró conseguir la primera y única victoria del Viaducto en el semestre (a excepción de un triunfo por Copa Argentina ante Defensores de Belgrano), ante Vélez. Para sorpresa de muchos, tras ese partido, el entrenador renunció a su cargo y en la conferencia de prensa admitió que “el club pasa por un momento de dificultad en el que se necesitan redoblar esfuerzos y un apoyo incondicional, que no existía”, cerrando así su breve ciclo y aceptando, un par de días después, la vacante en el banco de Godoy Cruz.

Hoy el legado queda en familia. Los hijos de Don Julio son quienes quedaron a cargo del club, como si de una sociedad se tratase. Ricardo es, desde el 2001, el presidente de la institución, y en el último receso, nombró a su hermano, Humberto, como el entrenador para la segunda parte del campeonato. Ahora serán ellos quienes deban acabar con ese legado maldito y salvar al club de su padre de algo que, con él en vida, parecía lejano: que Arsenal no descienda, por primera vez en 14 años, de la máxima categoría del fútbol argentino.