Increíble, insólito, repudiable, doloroso, muy doloroso. El descenso no terminó. River no termina de digerir lo que le pasó. No cae. No entiende que ya es cosa juzgada que a partir de ahora es momento de tirar todos para adelante del Gigante y levantarlo del piso.
El Monumental está detenido en el tiempo. En Figueroa Alcorta y Udaondo todavía es 26 de junio. Todavía está instalada la locura, todavía se oyen los ecos de un descenso que fue el corolario de décadas de desmanejo, de vejar el patrimonio del club, de pisotear la gloriosa Banda roja. Pero ojalá el descenso hubiese sido lo peor.
La locura y la irracionalidad se apoderan de cada centímetro cuadrado del club. Los socios escupen y vomitan su dolor e indignación en cada reunión que realiza la CD o los representantes de socios. Díficil no entenderlos, claro. Su indignación sale de esa manera, catársis. En definitiva, a quienes insultan les cabe el rótulo “responsables“.
Otra vez los patrulleros coparon las veredas del Monumental. Los insultos, gritos y amenazas de la última reunión se materializaron de la peor manera. Un representante de socios suplente oficialista, de nombre Marcelo Fattori apuñaló a un socio del club, José Serio. Y serio es lo que pasó. El club, en un comunicado de prensa que dio a conocer pasadas las 22 horas, anunció:
De acuerdo con testimonios, otro grupo de socios identificados con la oposición al oficialismo se aproximó al lugar manifestando actitudes agresivas con el primer grupo. En esas circunstancias se produjo el enfrentamiento entre dos de los socios, uno de los cuales, del grupo de futsal, le infligió al otro una herida cortante.
¡Basta! Los hinchas de River piden piedad, que se deje de derramar sangre, que se deje de hurgar en un descenso que no por doler como duele pierde realidad. River descendió. Nada de lo que pase ahora lo hará volver mágicamente a la “A”. ¿Hay que buscar responsables? Sí. ¿Hay que castigarlos en el marco de la ley? Por supuesto. ¿Esa búsqueda debe ser inquebrantable? Claro. Hasta ahí todo bien, el tema es que en River, lisa y llanamente, todo se fue al carajo.
Lo que pasó hoy reviste una gravedad inusitada. José está bien. Herido. Y Marcelo quedó detenido. La comisaría 51º actuó rápido. Ahora…no es que hubo una pelea de bandas, no es que se agarró la barra, no es que hubo un robo, un atentado o una emboscada. Un hincha de River hirió a otro. Repito: un hincha de River hirió a otro.
Suena inverosímil. Opositores o no. Passarellistas o no. Los dos son hinchas de River. Comparten la misma pasión. ¿Porque se agreden? Porque en River hoy solamente habita la locura. La cordura quedó allá lejos y hace tiempo. Hace cerca de dos meses. Todo se desmadró el 26 de junio pasadas las 17 horas cuando River perdió la categoría. Lo que nadie sabía era que el “Millo” también había perdido la cordura.
No, no se confundan. No se trata de la Libia de Muammar Gaddafi. Pese a todo, River es un club de fútbol. Algunos se olvidaron y transformaron la vida institucional de River en una guerra de “unitarios” y “federales“. No sólo que no hay grises, si no que las diferencias parecen dirimirse como sea. Todos son River. Todos comparten la pasión por el club. Ninguno lo quiere ver en la lona, donde está hoy. Al menos eso indica el sentido común. Claro, eso en River se perdió hace un buen rato. River es locura. River es anarquía. River duele. Y cómo.
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