23:35 y nada. No sé, una vez, en un recital de La Franela en La Trastienda –lugar de la cita-, ante el total convencimiento de la dilación habitual que contemplan los recitales, tuve la idea de aparecer –como normalmente se hace- como media hora después de lo que se marcaba como hora inicial del suceso (el recital del ex piojoso Piti Fernández, o sea). Cuando llegué la cosa estaba más que empezada. Hombre que se quema con leche ve la vaca y llora: entonces fui 23:30, hora de inicio, puntual al boliche de San Telmo (¿o Montserrat?).
La Trastienda tiene como característica frecuente la de confeccionar recitales “tipo chorizos”, es decir, como las casas “tipo chorizo” de fines del siglo XIX. Una casa tras otra. Un show tras otro. Por ello la puntualidad. Pero allí, el viernes 8 abril de 2011, eran ya las 23:45 y nada.
Tomé nota mentalmente. Observé a la gente que iba a presenciar, de muy buen ánimo, a Los Pérez García, banda oriunda de los pagos de Aldo Bonzi y que tiene sus seguidores. Lo que fortifica aún más el encasillamiento chabón que se le puede hacer a Los Pérez García. Seguidores pasionales. Tomé nota: gente de zapas de lona y flequillito stone para las damiselas sonrientes.
Tipo 24 horas se corrió el pesado telón rojo del pequeño y acogedor escenario que se erige en La Trastienda. Luego salieron los pibes de la banda: 4 caños, percusión, teclado, guitarra líder, bajo y vocalista violero. Arrancó, entonces, el recital de los muchachos que la vienen yugando desde el año ’94.
Frases de letras: “Llorarás unas semanas, después te reirás con más ganas” “Media hora y sale el sol, no se aguanta este bajón, ya no hay nada en los cajones de esta amarga pasión” Sin duda, a través de los versos que se desparraman en el repertorio de Los Pérez García aparecen las tensiones, complejidades y alegrías propias del universo barrial de la luna nocturna y la cerveza en la esquina trascripta en el juego metafórico que plantea este tipo de poética que prende dentro de la subjetividad suburbana. No hay otra, el rock chabón fortificado con algún toque soul apareció en La Trastienda. Toque colorido sobre un género que parece repetirse sobre sí mismo pero que rescata toques novedosos, como en este caso, Los Pérez García.
Temas para rescatar: todos. Y esta apreciación va más allá de lo que pueda llegar a gustar personalmente a un cronista, lo importante de la función de ser testigo de un hecho y luego esbozarlo en forma de crónica es observar que pasó en el suceso. Y lo que pasó es que el feeling entre la banda y las 1000 personas que fueron a ver a Los Pérez García está dentro de una magnitud que contempla el enamoramiento entre ambos. El público –todos, o casi todos- cantaron con el corazón en la mano y a viva voz, uno y cada uno de los temas que la banda fue desglosando a través de la extensa performance que dio el grupo.
Fin del show. Satisfecho por ver gente satisfecha y no así con lo que se pudo apreciar con el saturado sonido que salía por los bafles de La Trastienda. Satisfecho también de poder verlo a Pablo Guerra, quién subió como invitado para tocar un par de temas después de tanto tiempo. Paré un taxi en la esquina de Balcarce y Venezuela, subí en él y de repente me doy cuenta de que el tema que suena dentro del auto corresponde a Los Piojos. Le doy la dirección, el tipo dice: “Ok”, arranca y se pone a cantar –con el corazón en la mano y a viva voz- “Guadalupe tiene sed, y no le queda ni un cospel”. Allí pienso: el rock chabón llegó para quedarse, para siempre. O, al menos, por mucho tiempo.
Aquí, un poco de Los Pérez García ¿Qué te parecen?
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