Desde aquel día en que Diego Maradona -cuando era DT de la Selección- fue consultado sobre Carlitos Tévez y lo catalogó como “el jugador del pueblo”, el nivel del Apache en Argentina no es el que todos buscan de él. Nadie duda que Tévez tiene las condiciones técnicas para ser un jugador con un potencial enorme; de hecho, lo ha demostrado en todos los equipos en los que ha jugado. Pero en la Selección, el asunto no es igual desde que la sociedad hizo propia esa frase sencilla y común que Diego lanzó por lo linda que resulta por sí sola.
Un jugador, por más sufrido y triunfador que sea, no puede ser el reflejo de un país entero, ni siquiera el mismo Maradona. Que Tévez haya triunfado ante la adversidad no lo hace reflejo de nada, y menos aun puede hacerlo representante de una sociedad entera, donde existen personas cuyas posiciones sociales son enteramente disímiles a las que vivió el Apache, hasta que su talento lo sacó de la pobreza. Por lo tanto, Tévez podrá representar a los pobres que salieron de su condición a través del fútbol, o a los que ante la ausencia de recursos ven en él la posibilidad de salir adelante; pero nada tiene ni tendrá que ver con la gente de clase media y/o alta.
Tan personal se ha tomado Carlitos el mote de “jugador que representa a todos” (aunque el pueblo no son todos), que llegó a confundir su función dentro de la cancha. Como delantero habilidoso, gambeteador y goleador, lo que el hincha le exige es, justamente, eso: habilidad, gambeta y gol. Los aplausos que se gana en cada sacrificio que hace corriendo a los defensores rivales y trabando hasta con la cabeza, terminan ensuciando su nivel.
A partir de ahí, Tévez deviene en un jugador embarullado, desprolijo, más preocupado en marcar, chocar y sacrificarse que en gambetear y asistir, que son sus verdadera funciones. También se lo notó un tanto individualista en estos dos partidos de Copa América, como queriendo ser el abanderado de Argentina, pero eso quizás se deba más al inentendible planteo de Batista que hace jugar mal a todos que a él mismo.
Los hinchas tampoco ayudan. A un delantero no se le puede festejar lo mismo que al volante central o a los defensores. Ovacionarlo cuando se tira a barrer sólo ayuda a la confusión, para que tanto Carlos como los hinchas y el equipo entero entren en un círculo vicioso. Y sino, mírenlo a Lavezzi, casi el calco del horiundo del barrio Ejército de los Andes, vulgarmente conocido como Fuerte Apache.
Ojo, tampoco hay que ser injustos. Si algo hay que reconocerle a Carlitos, es que deja todo adentro de la cancha y siempre. No por pedirle que ponga más énfasis en su verdadera función hay que dejar de valorarle su entrega, que muchas veces es la vergüenza de un equipo que no sabe a qué juega. Su humildad, calidez y sencillez le proporcionan un cariño prácticamente unánime. Porque el es así. Carlitos se hace querer. Es uno más en cualquier contexto, jamás hace gala de su condición de crack ni de nuevo rico. Pero se lo cuestiona porque se sabe que puede rendir más de lo que está rindiendo, ya que, valga la redundancia, condiciones le sobran como lo demostró en Boca, Brasil o Inglaterra. ¡Vamos, Apache!
Su golazo en Sudáfrica ante México. Ese día hizo dos.
Comentarios