Talentoso. Rebelde. Problemático. Caprichoso. Irresponsable. Caradura. Polémico. Todas esas cualidades se encerraron en un pequeño cuerpo de 183 centímetros. Todo eso fue Allen Iverson. Todo, tuvo un por qué. Abandonado por su padre, con una madre que lo concibió con nada más que 15 años, su vida no fue para nada fácil en Hampton, Virginia, una de las ciudades más antiguas de Norteamérica, en la que el Ku Klux Klan tenía raíces y donde, como él mismo decía, “ser negro traía problemas”.
Jugar para ganar. Ganar para comer. Aquellas dos frases resumen los comienzos de Iverson en el baloncesto. No había lugar para disfrutar, había que vencer para poder cobrar dinero en los partidos que disputaba. La pobreza en la que estaba sumergido era tremenda. No había agua, electricidad ni gas. No había quizás comida para mañana. Catorce personas vivían en aquella casa, para tener un techo. Era la misma supervivencia por la que él justificaba la prisión de su padrastro por vender cocaína. “No podía soportar vernos vivir de esa manera. Salió a la calle e hizo lo que tenía que hacer”, confesó sobre Michael Freeman, años más tarde.
Con todas esas vivencias, difícil que la vida y el carácter del pequeño base fuera de película de Disney. Su historia es la de muchos jóvenes que encontraron en el deporte una salida hacia una vida mejor. Al principio, Iverson engañó a la pelota naranja con la ovalada marrón, como lo hizo el legendario John Havlicek. Es que su talento era tal que condujo el equipo de fútbol americano en el Instituto Bethel al título e inmediatamente al ser consultado por lo que iba a hacer, fue contundente: “Voy a conseguir otro campeonato pero en baloncesto, eso es todo”. Y lo logró. El periódico de Virginia, Daily Press, lo nombró mejor jugador en ambos deportes: “Tal vez es el mejor base de institutos de toda la nación”. Los promedios no dejaban mentir: 31,6 puntos por partido. Fueron los mejores números en toda la historia del básquet institucional. Bestial.
Iverson engañaba con su físico. La flacura de su cuerpo era inversamente proporcional a la magia, la agilidad y la capacidad para jugar ambos deportes. Era el chico de oro de Hampton, el que necesitaba canchas más grandes porque todos lo querían ver. Sin embargo cuando tenía 17 años y todo para triunfar en alguna Universidad del país, todo se oscureció. Era 1993. Era un 14 de febrero que poco tuvo de San Valentín para él y sus amigos. Había terminado una noche de 42 puntos en el campeonato estatal cuando hubo una pelea en un bowling entre él con sus amigos y un grupo de blancos que terminó con heridos, entre ellos una mujer. Y de ahí una grave acusación, ya que según testigos el joven Iverson le había pegado un sillazo a la misma. Fue detenido junto a tres compañeros suyos. Del otro bando, ningún acusado. Él negó todo y fue enjuiciado como un adulto. Algo que podía quedar en un juzgado de menores, se hizo público por su fama dentro de Hampton. “¿Qué clase de hombre sería para golpear a una mujer en la cabeza con una maldita silla? Podían haber dicho al menos que golpeé a algún maldito hombre”, dijo. El asunto se convirtió en una cuestión entre negros y blancos. Es que aquel adolescente bravo que solía insultar a sus entrenadores cuando algo no le gustaba significaba la esperanza para los negros, las chances de crecer y salir de allí.
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Dos semanas después, ganó el título estatal con Bethel. La 3 en su espalda ya era su número insignia. En julio llegó el momento del juicio. Y en el medio del mismo, un campus de Nike para promesas. “Fui para sacarme el juicio de la cabeza, ahí no me trataron como delincuente”, aseguró en aquel momento. El 8 de septiembre de 1993 se dio a conocer la sentencia: culpable de linchamiento colectivo, cinco años de prisión y diez en suspensión. Las lágrimas abordaron la sala. Douglas Wilder, gobernador de Virgina y el primer negro en serlo en Estados Unidos, le otorgó la libertad condicional tan solo cuatro meses después. Iverson solo dijo una palabra en su salida: “Gracias”.
La revancha llegó enseguida. El legendario entrenador de los Hoyas de la Universidad de Georgetown, John Thompson, no dudó en ir por él tras una charla con su madre. El hombre que había moldeado a Pat Ewing, Alonzo Mourning y Dikembe Mutombo tenía para él una beca y una advertencia: “Un lío y te vuelves a Hampton”. Allen tuvo un primer año muy bueno y un segundo excelente, siendo hasta el día de hoy el máximo anotador de su historia con 23 pts por partido. “Me dio una oportunidad cuando nadie en el mundo creía en mí”, recordó “Bubbachuck” – como le decían en su tierra – sobre Thompson. En esos años universitarios a Iverson se lo empezó a conocer como “The answer”: “Cuando mis compañeros querían ganar, yo era la respuesta”, afirmaba.
Pero las necesidades empeoraron para su familia. Su hermana cayó enferma y necesitaba un tratamiento médico costoso. Estas cuestiones apuraron la decisión del base-escolta de presentarse al draft. “Con el número 1 del pick en el Draft 1996 de la NBA, los Philadelphia 76ers seleccionan a Allen Iverson de Georgetown”. Las palabras salieron de la boca de David Stern y posiblemente fueron las primeras y últimas dirigiéndose de manera agradable a aquel jugador polémico. Fue el más bajo en ser elegido en la primera posición del Draft y además en uno que contó nada más ni nada menos que con Kobe Bryant, Ray Allen, Steve Nash, entre otros. Empezaba la historia de “The answer” Professional essay writers en la NBA, historia que iba a estar marcada por la polémica y el talento, la desfachatez y la admiración, los escándalos y las peleas.
En su primer año ya demostró su arsenal de recursos. El “crossover”, el arte de pasar la pelota entre las piernas, se convirtió en su forma de presentarse. No titubeó a la hora de hacérselo a nadie, ni a Michael Jordan cuando lo enfrentó por primera vez. Algunos hablaban de falta de respeto a las estrellas, pero él era claro: “En la cancha no tengo que respetar a nadie”. Actuaciones como la que tuvo ante Cleveland anotando 50 unidades – siendo el primer rookie en hacer semejante cantidad -, más unos promedios tremendos de 23,5 pts y 7,5 asistencias por juego, le valieron el premio a Novato del año, aunque algunos lo desestimaban. “Es solo un jugador de potrero”, decía Charles Barkley.
La temporada del lockout en 1998 marcó a Iverson en muchos aspectos. Llegó Larry Brown y su disciplina y el base aseveró que el entrenador había sido enviado por Dios. Además significó el quiebre entre el jugador y David Stern. “No quiere que juguemos, es un capo y no nos deja hacer lo único que sabemos, me recuerda a Vito Corleone”. La bomba estalló. Sin embargo fue esa la primera temporada en la que los Sixers y Allen vieron playoffs juntos, consiguiendo el primero de cuatro títulos de máximo anotador de la liga.
En el 2000/01 vimos su mejor versión. Se convirtió en el primer jugador después de Michael Jordan en promediar más de 30 pts por encuentro (31,1) y llevó a su equipo a la final de la NBA tras 17 años. Jugó su segundo All Stars, fue MVP del mismo y Jugador Más Valioso de la temporada regular, única vez que logró esa distinción, y el más bajito en hacerlo. “Le agradezco a mis compañeros, porque sin ellos no estaría acá”, dijo sin egoísmo cuando recibió el premio. Pero era Iverson contra todos y podía ganar. Su equipo era él y él era su equipo. En los últimos dos partidos de la final de conferencia frente a Milwaukee Bucks, anotó 46 y 44 puntos. Y en el primer juego de la final contra los Lakers fue un monólogo de 48 para quedarse con la victoria. Pero no pudieron ganar más y los angelinos le quitaron el sueño. En aquellos playoffs, “The answer” anduvo por las 32 unidades por juego. Una locura.
Ese fue su mejor año. Después empezaron los problemas de todo tipo. A punto estuvo de sacar un CD de rap con expresiones homofóbicas y agresivas. El comisionado se refirió a él como un pandillero y maleducado. Iverson no se quedó atrás y contestó describiéndolo como un “abuelo gaga”. La relación ya se había roto del todo. Arrancaron los cortocircuitos con Brown por su falta de profesionalismo, tanto que el entrenador sentenció: “La empresa para la que trabaja Allen es Reebok, no nosotros”. Es histórica la conferencia de prensa de Iverson luego que su coach hable de sus llegadas tardes a los entrenamientos y su falta de compromiso con los mismos. “Se supone que soy el jugador franquicia y estoy aquí para hablar de una práctica”. Aquella palabra, “practice”, fue repetida 25 veces en dos minutos.
Cada vez eran más los escándalos. Posesión de armas, drogas, problemas con su mujer, amenazas, mal comportamiento en lugares públicos, “The answer” se perdía un poco más y más cada año que pasaba. Los enfrentamientos con Stern no cesaron hasta su retiro. En el 2005, por él, el comisionado sancionó el Código de Vestimenta NBA, el cual prohibía utilizar ropa rapera. “Asociar la ropa hip hop con la violencia, las drogas o una mala imagen es de racistas”, acusó. Era el chico malo para la liga y las autoridades de la misma, y a él le sentaba bien el papel.
En el 2006, Iverson dejó Philadelphia para jugar en Denver Nuggets, junto a Carmelo Anthony. “Hay que traer dos balones, si no es imposible”, comentó un compañero suyo. Aquellos años fueron los últimos estabilizados en un lugar. Dos años después, la tienda oficial de NBA anunciaba oficialmente que su remera era la tercera más vendida en los últimos 15 años, detrás de Jordan y Kobe. De allí se fue a Detroit Pistons donde cambió su dorsal por el 1 y de Detroit a Memphis Grizzlies, todo entre el 2008 y 2009. “Admiro la gente que sale y juega de la banca, pero yo soy un líder y un ganador, no nací para esto” Buy Generic Tadalafil Australia Discount Prices Tadalafil No Prescription Can You buy Cialis Super Active In Amsterdam Yes Here buy Cialis Super Active 20В , dijo. Solo tres partidos disputó con los Osos.
En noviembre del 2009 informó al mundo su retiro del básquet. Pero volvió una vez más a Philadelphia para ayudar a salir del pésimo momento al equipo aunque fue un paso tan fugaz como los últimos. Comenzó una aventura con el Besiktas turco, la cual duró una decena de partidos. El 8 de enero del 2011 jugó su último juego profesional frente al Anadolu Efes, anotando 17 puntos. Se fue a recuperar de una lesión a Estados Unidos esperando ofertas que nunca llegaron, solo de la Liga de Desarrollo, las cuales un tipo de su orgullo y calibre no estaba dispuesto a aceptar. “Mi intención es jugar en la NBA, pero no depende solo de mí”, dijo hace unos meses, creyendo en un posible complot de su máximo enemigo, David Stern.
Hace unos días, más precisamente el 22 de octubre, uno de los últimos jugadores que deslumbró con un talento traído del playground, con una electricidad capaz de levantar a todos de sus asientos y con tanta magia como escándalos, anunció su retiro, esta vez de forma definitiva. En la Halloween norteamericana tuvo lugar su despedida, en el estadio que lo vio debutar y que siempre lo llevará en su alma, dejando su lugar junto a gigantes como Dr. J. Indudablemente Allen Iverson ha marcado una época y a muchos jugadores que hoy son figuras en la NBA, como Dwyane Wade quien lleva el 3 en su honor. “Era mi segundo jugador favorito detrás de Jordan, tomé de él su determinación, medía 183 centímetros pero parecía gigante, es uno de los grandes definidores que vi”, aseguró un tal LeBron James, hace unos días.
Sin anillo, como Elgin Baylor y tantos otros cracks, pero con el reconocimiento eterno de una generación de fanáticos y deportistas, el joven Bubbachuck que salió de ese lugar en donde “nadie sale adelante”, como le decían sus amigos, pasará al Salón de la Fama pese a Stern y a cualquiera que se oponga. Es que su poca estatura para la NBA nunca le impidió llegar más alto que todos. “Le di al básquet todo lo que tenía”, comentó hace muy poquito. Y por eso nosotros te daremos siempre las gracias, Allen.
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