Cuando uno va a ver una película de terror sobre tiburones, sabés que el cliché va a ser insoportable, pero ya lo tenés adjunto. Bueno, la exacerbación siempre es negativa. El director de esta “película” es David R. Ellis, responsable de la segunda y cuarta parte de Destino Final, dos secuelas tan olvidables como divertidas de una saga tan olvidable como divertida.
Aquí titularon la película como “Terror en lo profundo”, y están en lo cierto porque para encontrar terror acá tenes que irte bien a lo profundo. Arranca como una comedia adolescente, de esas copias truchas de American Pie dónde los personajes tienen diálogos como “Que sabés como le entro”, “Que la rubia está re fuerte”, “Que el culo que tiene la morocha es tremendo”, que hablan tanto de coger que nos terminan cogiendo a nosotros que nos tenemos que soportar semejante bodrio. Luego intenta crear una historia de amores frustrados, tratando de mezclar romanticismo con suspenso. Uno de esos “si se la juega toda..”. Chica conoce chico, se enamora, conoce al otro chico con el que estaba antes la chica, el chico ese quiere a la chica de vuelta, el chico no quiere perder a su chica, etc. Busqué el logo de “El Canal de las Estrellas” arriba y no lo encontré. Pero carece de sentido todo ese escenario.
Y aparecen los tiburones. No esperés los mecánicos. Puro CGI del flojo. Lo que ocurre es que, claro, no pudieron gastar tan plata en hacer tiburones propios porque se gastaron toda la guita en contratar a Sarah Paxton, Dustin Milligan y Chris Carmack …¡¿Quién los conoce?! ¿Usted, lector, los conoce? Mándeme la ficha.
La historia trata sobre un grupo de adolescentes de treinta años (porque en Hollywood parece que crecen tarde) que se toman un fin de semana vacacional en una casa en el lago. Una trama inédita y original. Y la joda arranca, pero la película termina. Termina porque deja de ser entretenida. Y eso que dura una hora y media pero pasa tan lento como un partido de golf.
Aclaro algo. Los tiburones ya fueron. O quizás hayan sido siempre un miedo burgués, porque en nuestras tierras sudamericanas, tenemos que tener mucha mala leche para cruzarnos con un tiburón. Pero ninguna otra película de las dosmilquinientas que salieron luego de Tiburón pudieron lograr igualar el punto de quiebre, ni siquiera sus posteriores secuelas, valga la redundancia.
Lo positivo: que las actuaciones son tan flojas que te dan ganas de irte a Miami y hacer un casting. Te preguntás “Si estos boludos pueden, ¿Porqué yo no?”. Pero quizás lo más positivo sea que cuando llegan los créditos, te descorchas una champaña y festejás. Eso sí, esa hora y media que perdiste no vuelve. No vuelve más. Acórdate de esto antes de mandarle Play.
Pero a fin de cuenta el spot publicitario tenía razón. Vas a sufrír.
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