Es costumbre en cierta parte del imaginario popular, la creencia de que existen grandes diferencias entre el futbol europeo y el casero, y que en ellas siempre sale desfavorecido el campeonato local.
Hoy en Rock ‘N Ball nos proponemos derrumbar este mito entiendiendo que no hay superioridades ni inferioridades, sino simplemente diferencias.
Competitividad
Todas las ligas del mundo cuentan con clubes más populares, grandes y campeones que el resto. Sin embargo, en el Viejo Continente nos encontramos con una exageración de esta tendencia, surgiendo de esta manera los Real Madrid, Barcelona, Livepool, Machester Utd, Inter, Milan; es decir, clubes que no admiten que el resto de los miembros de la liga puedan salir campeones, y que en algnos casos ni siquiera les permiten entrar entre los cuatro primeros.
En Argentina, si bien hoy Boca es el único puntero, hace algunos años que no existe tal hegemonía de los equipos grandes sobre los chicos. Desde 2008 que no sale campeón un equipo que sea capaz de meter al menos 15 puntos de raiting en sus partidos. Esto, claro está, no se debe a una decisión gerencial de crear un torneo más competitivo, sino a las largas y pésimas gestiones que todos y cada uno de los equipos grandes han tenido en los últimos 15 años.
Lo más parecido a esta superioridad puede encontrarse en los proyectos serios, de clubes sensiblemente menores en cantidad de fanáticos, que han optado por hacer las cosas bien, apostar por las inferiores y no entrar en deudas escandalosas e impagables. Ese es el caso de Vález, Lanús, Estudiantes y Godoy Cruz, que durante los últimos 4 o 5 años han encabezado la tabla con justicia.
Casi sin quererlo, el campeonato argentino cuenta con un dinamismo, una competitividad y una cambiante emoción, tan grandes que hasta que no se escucha el pitido final del último partido, no se sabe quién puede coronarse. Los campeonatos cortos, de los que este medio siempre ha estado (y estará) en contra, tiran más leña al fuego, dándole la posibilidad de ganar torneos a los equipos que sencillamente consiguen una racha en el momento preciso.
Colorido.
En Europa hay bufandas, banderitas, banderones, banderines, camisetas, camperas, y sobre todo, plata para comprar todo eso. Sin embargo, allí no se pueden ni sentar a discutir este punto con los simpatizantes del fútbol local. Lo mínimo que hace un hincha argentino es vestirse con la camiseta, el buzo y el calzoncillo del color de sus amores. Lleva diarios, cuelga trapos identificativos, otros de franjas verticales, un par horizontales sobre los anteriores, toca el bombo, canta canciones pegadizas y algunas muy ingeniosas durante todo el partido, vive el encuentro de punta a punta y en ningún momento se sienta.
Hay colores que son muy nuestros. Los ojos rojos llenos de emoción de los pibes cuando esperan a que aparezca el equipo con los papelitos que cortaron durante el viaje al estadio, son los mismos ojos que tiene el resto de la tribuna, por más grandulones que sean.
Cuando un jugador tira al arco y erra, el casero no salta con un encono especial sobre el futbolista clamando a los cuatro vientos por su sustitución, sino que se lamenta con fuertes alaridos de dolor tomándose la cabeza con las dos manos, sufriendo como si esa pérdida se sintiera como una parte del alma arrancada, para luego dar un aplauso de padre al jugador que al menos lo intentó.
Cuando el equipo va perdiendo, por una cuestión de orgullo, de incondicional e histérico amor, o por estupidez, nadie abandona la cancha, y el que lo hace es pésimamente visto como traidor, o peor, como cagón.
Cuando el club logra el ansiado gol, el festejo no es ni por asomo cauteloso y reservado, ni siquiera con un puño al aire. El grito es con toda la garganta, sale desde la unión entre el pecho y el cuello; los brazos, catapultados se forman en Ve con los puños ferozmente apretados, y aún así, da la sensación de que el cuerpo nos deja cortos en el júbilo y que no logra expresar completamente la procesión interna.
El color, la intensidad y la pasión, que se experimentan en las canchas argentinas no tienen ni siquiera una remota semejanza con lo que pasa en las europeas.
Organización.
En Argentina las probabilidades de participar de un amontonamiento en algún momento yendo a la cancha, son del 100%. No hay chance alguna de evitar largos contactos con gente que uno no conoce. Los contiguos, por alguna razón siempre son hombres con un intenso olor a chivo, piel pegajosa y sobrepeso de no menos de 15 kilos. Lo que más llama la atención es que la gente no se queja más allá del pasaje del apretujamiento, sino que se olvida y lo internaliza como algo de todos los días, como le pasa en el colectivo o en el subte cuando va y vuelve a trabajar.
En Europa la cosa está un poquito menos vacunamente pensada. A falta de 30 minutos para que empiece el partido, no hay un alma en la cancha, pero cuando faltan cinco, todos entran en masa y se ubican en sus lugares. ¿Cómo hacen? Tienen pasillos anchos y mayor cantidad de molinetes. Los estadios no huelen a meo en todos los esquineros. ¿Cómo hacen? Ponen más baños. La salida del estadio no es un inmediato caos de tránsito. ¿Cómo hacen? Sacan más colectivos y subtes a la hora en que termina el encuentro para desagotar. No hay ning;un sector de la cancha en el que de miedo estar.¿Cómo hacen? No tienen barrabravas que controlen al club mediante la violencia.
Tal vez parezca que la frialdad en sus sentimientos les permite todo esto, pero no. En Argentina nunca se ha pensado en la comodidad de la masa, siempre se ha dejado de lado todo cuidado en los espectáculos populares.
Previa/Post
En todos los lugares del mundo, lo que garpa es la previa. Lo sabemos en Rock ‘N Ball, todas las notas sobre encuentros anteriores y estadísticas de algún gran partido, son muy consumidas por el público. Por supuesto que también existe una intensión de marketing, de venta y de intereses algo más espurios, pero lo cierto es que existe en todos lados.
En Argentina pasa algo raro con el post-partido. No se te vaya a ocurrir verte con tus amigos, ir al trabajo, salir con tu pareja ni de tu casa, el día en que tu equipo pierda contra su enterno rival, mucho menos si lo hace por goleada y menos aún si fue de local. El bochorno es universal, lo novedoso es la gastada. Es eso lo que no nos da ánimos de nada.
Pero existe algo particular incluso en la cargada; es constante, la chicana futbolistica es eterna, no para nunca, si entra un tipo a una reunión y dice que es de Racing, seguro le dirán un chiste, si es de San Lorenzo, de Quilmes de Boca o de River, también va a ser así, la gastada no tiene fin y se reinventa a sí misma.
Capital.
En este punto sucede algo an;alogo a la economía global. Argentina posee la materia prima, la cual produce y exporta como nadie en el mundo (exceptuando a Brasil). Los jugadores son la soja, el cuero, el trigo, el maíz y las vacas. Todo tipo de producción agrícola-ganadera, pero siempre primaria. En Europa, lo cierto es que no tienen tierras tan fértiles, o están abocadas a otra cosa. Por lo tanto, deciden comprar a los jugadores/materia prima argentinos por unos pocos euros, sacarles todo el jugo, inyectarles valor agregado en sus clubes y luego venderlos por el doble o el triple del dinero invertido a los clubes más poderosos, a los multinaciones.
Las instituciones del fútbol europeo, industrializan a los jugadores argentinos y esto les deja un saldo diferencial. La producción primaria, siempre es conveniente para algunos pocos, ya que no hace que intervenga mucha mano de obra y la enorme diferencia siempre la sacan las personas que no deberían hacerlo. En este caso, la mano de obra en los futbolistas locales, es mucha y existe un gran esfuerzo detrás de cada pibe que llega, sin embargo no reciben lo que merecen gracias a los intermediarios. Los representantes y grupos de empresarios, son los latifundistas del deporte; se quedan con el dinero que debería ir a parar a los clubes, para que desde allí se comienze nuevamente el ciclo, abortando el circulo virtuoso y generando déficit en las instituciones.
Por supuesto que existen muchas más diferencias entre estas cosmovisiones deportivas, sin embargo fenómenos como la calidad de los céspedes, las cantidades de programas dedicados enteramente al fútbol, las realidades económicas de todos los clubes, la aparición de equipos como Chelsea o Machester City, que de un día para otro son comprados por multimillonarios y pasan a ser grandes, las camorras, el Tano Passman, o Diego Maradona, son entendibles a partir de estas cinco diferencias en las que radica la base socio-economico-cultural de ambas regiones futbolísticas aparentemente destinadas a ser siempre paralelas.
Comentarios