Sig Ragga llegó a Buenos Aires para presentar su último disco “La Promesa de Thamar”. El show fue el 10 de octubre en el Teatro Vorterix y, un día después, brindaron una conferencia para contar los pormenores de su nuevo trabajo. La cita fue en Rockin’ Food ante periodistas y fotógrafos.
Sin poder camuflar su acento santafesino, Gustavo Cortés (voz y teclado), Ricardo “Pepo” Cortés (batería) y Juan José Casals (bajo) charlaron durante más de una hora sobre el proceso de producción del último disco, la mezcla -al igual que “Aquelarre”, fue realizada junto a Eduardo Bergallo, ingeniero de sonido de bandas como Soda Stereo-, la puesta en escena y el arte de tapa, entre otros temas.
RNB: ¿Por qué el título, más críptico que “Aquelarre”?
Gustavo Cortés: En un primer momento cuando tuvimos que elegir el nombre del disco nos hicimos varias preguntas. Primero, el título de cualquier pieza tiene que condensar o sintetizar el concepto general del trabajo. Pero después, hablándolo, lo tomamos desde otro lugar y le pusimos el nombre de una de las canciones del disco. Una de las más significativas, de las que primero salió en las juntadas de composición. Además, el disco tiene como un aspecto de conjunto de cuentos, mundos adentro de mundos. Thamar es un personaje ficticio, que salió de una poesía, nosotros jugamos mucho con el mundo de la fantasía. Es un título abierto, da lugar a múltiples interpretaciones, no baja línea ni es directo. Después “la promesa” tiene sus significaciones, pueden ser un montón de cosas. La promesa de seguir haciendo música, la promesa de un mundo mejor, la promesa de seguir creando, la promesa de un mundo más justo y amoroso. Queda como un misterio que desarrollamos durante el disco.
RNB: ¿Cómo fue el proceso de composición lírica en el disco?
GC: Fue de distintas maneras. En primer lugar, dejé que la música me hablara. La letra no estuvo al principio, a la par de la composición. Teníamos el paisaje armado desde lo musical. Cada tema tiene su historia, su forma, su modo. Fueron muy distintos entre sí, no hubo un método o algo que se repitió. Por ejemplo, Antonia, habla de la llegada de la primera hija del guitarrista, que fue un momento muy lindo para todos. Fue un regalo que yo le hice, como una especie de homenaje hacia ellos, pero también como para honrar la vida y el amor. Esa salió en mi casa, como una tormenta creativa. Por otra parte, Ángeles y Serafines salió de un viaje, arriba de un colectivo. Tenía una secuencia armónica armada, ya había un desarrollo de tonos, drama, esperanza, tragedia, melancolía, incertidumbre. Fue un desafío encontrar la otra parte, y justo la encontré en un viaje que hice hacia Buenos Aires.
RNB: ¿Qué queda de la banda de reggae fusión en “La Promesa de Thamar”?
Juan José Casals: La banda fue evolucionando, no nos sentimos nunca dentro de un género. El mercado te empuja a encasillarte en algún tipo de música para ponerte en la góndola. Siempre pasó que nos pusieron en ese género, en el reggae, son etapas distintas. En un principio escuchábamos mucha música negra y estamos muy influenciados, más que nada en la base. A medida que fue pasando el tiempo fuimos evolucionando, nos manejamos con mucha libertad de composición. Quizás en este nuevo álbum esas cosas no están acentuadas pero si las cosas que teníamos ganas de hacer o lo que veníamos escuchando. No nos gusta ligarnos a un género.
RNB: ¿Cuál es el mayor desafío que enfrentaron?
Ricardo Cortés: Como desafíos hay muchos. Más que nada por la forma en que nosotros lo realizamos. Porque está hecho con mucha liviandad y disfrute, pero también con muchísimos riesgos. Nos pasaba que, cuando abordábamos las canciones, no encontrábamos referencias directas, más que nada trabajamos con un código nuestro, con un interés estético que compartimos, con muchas disciplinas artísticas y la vida misma. No solo desde el arte, sino lo cotidiano y el convivir con amigos. Es como un salto al vacío, porque trabajamos con mucha libertad, pero sin una referencia directa de lo que estamos haciendo. En “Aquelarre” también, en el plano creativo no hay muchas reglas o formulas en cuanto a la composición, viene de distintas circunstancias. Otro desafío grande fue la producción del disco, de tener tiempo en el estudio. Con la supervisión de Eduardo Bergallo, tuvimos libertad y tiempo de hacerlo en 3 años en un proceso donde se fueron combinando las instancias de mezcla y composición.
RNB: En varias entrevistas dijeron que este disco no tiene tanto reggae porque no lo estaban escuchando. ¿Cuáles fueron las influencias para este nuevo trabajo?
RC: Influencias hay, de todo tipo. Desde la banda sonora de una película de animación polaca de 1930, de Andrzej Wajda, o una pintura, un afiche, una poesía, un libro. Todo eso es parte de la influencia musical. Nosotros empezamos a hacer reggae por Bob Marley, fue el gran referente. La mixtura de géneros es algo que nos llamó siempre la atención. Hacer algo nuevo con un género. Las influencias vienen por todos lados, desde música clásica, Claude Debussy, Serguéi Rajmáninov, Frédéric Chopin o Erik Satie. Después, hay mucho de lúdico en el proceso creativo nuestro. Agarrar, recortar, montar, sin pensar en un género. Dejar que las canciones vayan cobrando vida.
RNB: ¿Quedaron temas afuera? ¿Cómo eligieron el orden?
GC: Quedaron muchas cosas afuera. Teníamos una carpeta con más de 50 ideas. El método de selección fue decantando, cuando uno hace algo lo va esculpiendo. Todo tuvo que ver con la búsqueda de una armonía general. Hay temas que nos gustaban mucho pero que quedaron afuera porque no los veíamos conviviendo con los otros temas. En cada tema buscamos que haya cosas que no se repitan. Como en una película, donde se arman las secuencias, pasa algo después pasa otra cosa. Pero también es caprichoso, podría haber sido de otro modo. Queríamos hacer hincapié en la calidad, ese fue otro desafío. Por más que son ocho canciones, cada tema era un barco. Muchos tienen muchas partes, muy distintas entre sí. Fue un desafío para la mezcla también, con muchas capas, muchos tracks. Pueden ser pocos temas, pero tienen el trabajo de dos discos.
RNB: ¿Cómo creen que recibe el público sus canciones?
JJC: Nuestras letras tienen un contenido que no suelen estar en los canales de televisión. El recibimiento es buenísimo, y la gente lo hace notar. El 10 de octubre tocamos temas nuevos en el Vorterix y el público ya los conocía. Eso da una pauta de que está todo bien. A la vez, hacemos lo que hacemos porque nos gusta y tenemos amor a crear y hacer música. Este disco tiene otro tinte que quizás no tenía Aquelarre, con diferentes cosas que nos fueron pasando. En “La promesa de Thamar” hay una cuestión de los nacimientos, de otro estado entre nosotros.
GC: El tema del recibimiento es muy subjetivo. ¿Cómo reciben las letras? ¿Quiénes? Uno cuando habla no lo hace para todos, piensa en una comunidad. Creo que hay mucha gente que se tiene que haber sentido interpelada. Por ejemplo, los que se indignan a que haya gente muriéndose de hambre. Hay otros que no, no les importa. Entonces a algunos les va a llegar y a otros no. Es todo un tema a quién le habla uno, los efectos de un discurso. Uno a veces piensa ¿a quién le hablo? ¿A los que están de acuerdo conmigo? ¿Entonces es una auto-afirmación? ¿Puedo convencer al que piensa lo contrario? Estamos en esa lucha, de poner las cosas sobre la mesa. El silencio es lo peor. Hay gente que se acerca y otros que les molesta, pero bueno, que se la banquen.
RNB: ¿Hay un cambio estético en “La promesa de Thamar”?
RC: Nuestra historia está llena de muertes y nacimientos. Nosotros creamos dejando que las cosas sucedan de forma azarosa. Hay cosas que quedan, otras mueren, otras resurgen. En cuanto a la puesta en escena creo que es una continuidad con un desarrollo que venimos haciendo. Sí hay una actualización de vivirlo diferente, y que el momento de estar en vivo haciendo música hace que siempre sea diferente, porque es algo que nosotros buscamos. Hay miles de circunstancias, somos seres humanos. Hay una fantasía inventada en el público que cree que vos tenés que estar ahí y vas a estar siempre. La realidad es que hay un montón de cosas que te pasan y vuelven ese momento único. Uno valora llegar y que el público este ahí. Más por lo que fue nuestra historia. Entonces esa caracterización y ese personaje que somos nosotros, y que está intensificado en lo que es la construcción de la puesta en escena, también va siendo otro entre canción y canción, entre segundo y segundo. Lo vivimos como un ritual, el hecho de pintarnos y salir es parte de algo que se volvió importante. Inventado por nosotros y que se va a seguir inventando.
RNB: ¿Cómo está creado el arte visual del disco?
RC: Se hizo en la última fase. Lo hice yo en la totalidad. Está realizado con distintas técnicas. La figura principal la saqué del video que había hecho para “Ángeles y Serafines”, que fue el proyecto más grande. Fueron dos o tres semanas que dejé de existir. Nos gustaba la idea de que sea como un libro de cuentos. Yo me imaginaba ir a una librería y encontrarte con algo que no te explique todo, que sea una sinécdoque con cierta belleza en las formas.
RNB: ¿Qué pasó desde que empezaron a grabarlo hasta que lo presentaron?
JJC: Fue muy distinto. Veníamos de “Aquelarre” donde se grabó todo muy rápido. En este disco nos propusimos hacer todo con tiempo. Fue el desafío de grabarlo nosotros en nuestro estudio, con nuestros tiempos. Construimos nuestro propio estudio, tardamos un año. A partir de ahí fue una experiencia muy grande para nosotros.
RC: Íbamos en bicicleta cinco kilómetros ida y vuelta en invierno para construirlo. Eso estuvo en el medio del proceso, por eso fue largo. Tiene un valor grande para nosotros, la satisfacción de haber estado en todos los planos. Desde la pre-producción hasta la mezcla final con Eduardo Bergallo, que fue súper generoso con nosotros. Nos gusta compartir las cosas con él. Como nos conoce, intenta potenciarnos, sin decirnos mucho. Nos ayudó a aprender, nos dio confianza y consejos.
Fotos: Sofía Pedraza
Comentarios