La música acompaña a todos los hombres.  ¿Quién  no ha soñado alguna vez que está cantando ante cientos de personas? ¿Quién no ha soñado alguna vez con sacar un disco? En varias ocasiones, uno mismo se autocensura. “Estoy demasiado grande”, pero esa barrera no influye. O, por lo menos, no influyó en Valerio.  Tiene más de 88 años. Luigi, su amigo, con quien tocó mucho tiempo finalmente lo convenció. La idea fue sacar su primer disco, de hobbie, pero sin dejar de lado el profesionalismo. Ahora, Valerio, tiene su CD.

“Yo canto de que nací”, dice sonriente.  Sentado, con un café, se recuesta sobre el respaldo de su silla. Valerio de Seta es italiano.  Nació en la parte sur del país europeo, en la provincia de Cosenza. Mira para adelante y se le transforma la mirada cuando habla de Acquappesa, su lugar natal  Empezó a cantar en la iglesia de su pueblo que tan sólo tenía 3000 personas.  Allí vivió con sus 7 hermanos.  “Éramos Rumilda, Venera, Antonio, Victoria, Alda, yo, Faldo y Marco”“Mi papá murió a los 43 años, yo tenía 8 años cuando me enteré. El hizo varios viajes a Argentina”.

RNB – ¿Trabajaste desde muy chico?

VdS – Yo trabajo desde los 12 años. Caminaba 70 cuadras de ida y 70 cuadras de vuelta para poder trabajar y me pagaban solo para mantener a mi mamá. Mis hermanas y mi mamá tenían hambre. La guerra nos había hecho pedazos. Al que inventó la guerra habría que hacerlo pedacitos.

Italia sufrió dos debacles. La Primera y la Segunda Guerra Mundial afectaron a su población. En este caso,  Valerio habla de la Segunda. Allí, en 1939, cuando los enfrentamientos comenzaron el sólo tenía 12 años.  “Nos daban 150 gramos de pan por día”, cuenta Valerio. Las penas de hambre lo llevaron a hacer mil cosas.  Por ejemplo, robar una longaniza: “Resulta que la madre de un amigo estaba haciendo una longaniza. Pobre mujer, la quería como una madre… Tuvimos que esperar un año para que el embutida se curta. Pero nosotros la mirábamos. ¿Cuándo se curtirá? Yo le decía ‘pensemos en otra cosa, agarra la mandolina y canta´. Pero un día se me ocurrió algo. Podíamos descolgar la longaniza, cortar un poquitito, volver a cerrarle la punta y dejarla igual”.

El hambre, la desesperación por un plato de comida en medio de la guerra hizo estragos en esa longaniza. “Todos los días le sacábamos un poco. Resulta que una vez, llegó la madre y no entendía nada, porque la rosca en lugar de hacer una  U hacía una J.  La pobre madre nos miraba. Pero ¿Qué nos iba a decir? Estábamos muriéndonos de hambre”.

“Entonces le digo yo…. Agarra la mandolina porque si pensamos en la comida, la comemos.  Y cantábamos.  Un día, había pasado un mes,  le digo tengo la solución. “cuando no está tu mamá, vamos la descolgamos, le desatamos la punta, le sacamos un poco y la volvemos a atar. Todos los días sacábamos un poco y resulta que un día, en vez de una U era una J.  La pobre madre no miraba nunca, pero nos miraba”.

La Segunda Guerra Mundial dejó una cantidad enorme de muertos y una pobreza extrema en Italia.  Los días no fueron fáciles bajo las bombas, con la hambruna y, mucho menos, con el saber que eso no era vida, sino supervivencia.  Ahora, Valerio recuerda con risa esa  “Porca miseria” de la que nos hablaban nuestros abuelos. Sin embargo,  él no se olvida.  “Éramos tres. Yo le dije a un compañero que vayamos a caminar por si encontrábamos algún higo.  Y en eso, vemos que la dueña de una casa vieja estaba en una de las colas del aljibe, para sacar agua. Entonces, nos fuimos a tratar de jugar por su casa…”.

Los chicos eran traviesos. Muchas de las cosas que en ese contexto estaban permitidas, hoy estarían penadas. Meterse en una casa para “investigar” es violación de la propiedad. Pero el día a día, la situación y en la época era visto como una travesura.

“…fuimos a su casa. Pero el hijo nos vio y se escondió quería ver que estábamos haciendo. Mientras bajábamos al sótano, escuchábamos que algo hacía ruido. Algo estaba hirviendo. Cuando nos acercamos a la olla vimos que la mujer estaba hirviendo papas y batatas para darle a los chanchos ¿Podes creerlo?  Nosotros con hambre, y ella le daba de comer a los chanchos papa y batata.  Intentamos sacarlas con una cuchara de madera, pero no podíamos, y en eso, el hijo nos asustó. Y nos quiso frenar, fue tan grande el susto que mi amigo metió la mano en el agua para sacar una y nos fuimos corriendo”.

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Las consecuencias del hambre llevaron a que el amigo de Valerio no dudara y metiera la mano en el agua  hirviendo. En ese momento, valía más un bocado de una verdura que la propia mano.  La piel arruinada iba a sanar, pero el hambre también lo hizo, por lo menos un momento.

Valerio de Seta canta.  Las fiestas de las colectividades italianas son una risa con su “voz de ángel”.  Se anima y anima. Hace las dos. Desde que llegó a Argentina,  se suma a las fiestas de las colectividades.  Desde  está junto a la música desde antes de llegar al país, ese lugar al que arribó, por casualidades de la vida, el mismo día que Julio Sosa, la emblemática voz del tango, el 15 de junio del 49.

“La música toca la salud. Al que no le gusta la música es porque no se quiere a él mismo”, dispara mientras se toma un café y recuerda a sus grandes referentes. No le gusta el rock, ni la cumbia: “Hacen mucho ruido”, y por eso recuerda a Oscar Carboni, Carlo Butti y Daniele Serra, entre otros.  No quiere gente que escriba cosas “alegres”, sino letras profundas, aunque entendió que tenía que escribir “La Oruga”, su tema propio, para hacer divertir.  Con 88 años, Valerio sigue cantando todo lo que se le pase por la cabeza, tango, canciones alegres –no tropicales- y pasos dobles: “A mí me sacas la música y yo me muero”.

Las canzonettas italianas están metidas en el fondo de su alma. Es la armonía que lo hace seguir adelante, pero “A Argentina la quiero más que a mi país”, suelta en medio de la charla. La vuelta queda lejos y ni el fútbol lo pudo volver a llevar. “Soy hincha de la Juventus, aunque yo sea del sur. Acá soy hincha de Ferro, soy socio y de Italiano. Mi primo me quiso llevar a la cancha de Boca. Pero una vez entré a la cancha y vi que uno de arriba estaba haciendo pis y que le caía en la cabeza al de abajo. No quise ir más. Me fui”.