Rock

No intentes callar a Symns

Fue monologuista de Los Redonditos de Ricota y de la Bersuit Vergarabat, creó la revista Cerdos & Peces y se manejó como nadie en el mundo del under porteño. Un recorrido por la vida de El Señor de los Venenos.

Symns
Enrique Symns en el pub La Esquina del Sol, durante una presentación de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.

Enrique Symns resurge siempre. En una nota, en un ejemplo y muy probablemente en cualquier conversación que tenga su origen en un bar de San Telmo o Constitución. Algo así pasó el otro día. Hablaba con amigos sobre algunas de las anécdotas que Enrique narra en “Big Bad City Sobredosis” cuando la indómita pregunta -que impulsa esta crónica- irrumpió en la mesa: Symns ¿realmente existe? o es un personaje ficticio, un arquetipo creado por sí mismo. Esa noche no hubo una respuesta, o en todo caso, fue muy vaga. Pero nada que tenga que ver con este periodista, inconformista por naturaleza y exiliado por elección, puede quedar ahí no más.

Cuando pienso en la pregunta de la otra noche y en la genialidad de un tipo como este, que supo como nadie dominar el under de la vida porteña, me es inevitable no acordarme de “Cielo de claraboyas”, un cuento de Silvina Ocampo. La historia es narrada desde la perspectiva de una nena que describe eso que ve -o que cree ver- a través de la claraboya esmerilada en el techo de la casa de su tía. Del otro lado de aquel vidrio poco traslúcido percibe la presencia de otra nena. Lo deduce por el tamaño de sus pies, por su forma de andar, por el modo en que otras pisadas -más grandes- se le acercan. El lector no puede saber si efectivamente eso que la niña ve existe. Algo similar ocurre con Symns. No importa qué pase del otro lado de la claraboya, de la misma forma que no importa si él es o no lo que dice ser.  Symns hace ruido. Provoca. Symns es provocación.

Sexo, drogas, rock & roll… y periodismo

No es tan fácil callar a Symns, porque una vez que lo lees, algo te hace ruido y por algún extraño motivo no se va. Tampoco era fácil callar –a finales de los años 80 y principios de los 90- a  ese heterogéneo grupo del under que reunía a periodistas, artistas y transgresores de todos los tipos. Enrique formaba parte de ese mundo.

Jamás se llamó a sí mismo escritor. Tal vez no lo era. Su ámbito siempre fue el del periodismo y, en concreto, el de las crónicas. Con una visión extremadamente lúcida, narró como nadie episodios de su vida que difícilmente puedan olvidarse una vez que se leen.

Todo intento de biografía que uno quiera hacer de Symns, puede sintetizarse diciendo que tuvo una trayectoria exitosa que se empecinó en destruir. Trabajó en las revistas Satiricón, Eroticón y El Porteño. Dirigió publicaciones exitosas; y fue monologuista de Los Redonditos de Ricota y la Bersuit Vergarabat. Pero así, como un día estaba en la gloria al siguiente, pedía alojamiento en la casa de un amigo con deudas hasta el cuello, que terminaban sofocándolo.

Symns se “enamoró” y se volvió a “enamorar” cientos de veces: de mujeres desdichadas, fieles, impredecibles y capaces de todo. Predijo como nadie el irreversible consumo del paco que comenzaba a llegar a Argentina de la mano de dealers paraguayos que conoció en uno de sus tantos exilios. Vivió -por elección- como un mendigo y fue un exitoso director periodístico luego de fundar Cerdos & Peces. Así de pendular fue su vida.

Se sumergió en historias reales de todo tipo de personajes marginales: putas, changarines, delincuentes, todos. Y escribió. Siempre escribió. Narró cónicas brillantes, de la vida porteña y también platense.

Cuanto más leía sus crónicas, más adictiva  se me iba volviendo su vida. Ni buena, ni mala, ni ejemplar, ni repudiable. Adictiva. Ese tema también late en sus libros. Enrique cuenta con detalles el mundo de los traficantes y su adicción a la cocaína. Describe como nadie el vertiginoso mundo del rock, y también del periodismo. En esos mundos, todo vale.

Lo que siguió después fue efímero. Se fue a Chile –en el 98– y volvió a Buenos Aires en el 2003. De ahí en más se encargó de escribir algunos libros y continuó con los monólogos y las intervenciones teatrales en bares culturales de Buenos Aires, alejados del glamour.

Hoy Enrique asegura que la vejez ha invadido y tomado su capacidad de la palabra. Lo dice convencido, mientras sus crónicas machacan cualquier cabeza y reaparecen constantemente en charlas que tienen lugar en bares oscuros y sucios, de la periferia de Buenos Aires. Symns intenta callarse, pero ya no puede.

Por Gabriela Manchini