El tango nació en los conventillos del barrio de La Boca, al sur de la Ciudad de Buenos Aires. Considerado como un estilo musical “de negros”, se practicó y disfrutó por inmigrantes pobres y la clase obrera que llegaba desde el interior del país a la gran ciudad para buscar un futuro mejor. “Al tango lo rechazaban por tener letras pícaras -hasta muy groseras-, y por tener un baile considerado obsceno, algo que causaba rechazo en la alta sociedad. Hasta se tenía prohibido escuchar o bailar esta música”, explicó Edmundo Muni Rivero –hijo del cantante y compositor de tango Leonel Edmundo Rivero-, que además remarcó que la música atraía a las personas de distintas clases sociales, quienes bajaban con destino a los suburbios a disfrutar de los arrabales. Luego de que el tango trascendiera las fronteras y desembarcara en Francia, comenzó a formar parte de la clase elite argentina. La música se complejizó, las letras se refinaron y se cambió aquel tinte picaresco y atrevido por una poética nueva.
La cumbia villera nació a fines de la década del noventa, principios de 2000, en las villas de la zona norte de Gran Buenos Aires, cuando finalizó el mandato del ex presidente Carlos Saúl Menem y empezó Fernando De La Rúa, quien ordenó mediante el COMFER en 2001 la prohibición de las letras que contengan contenido “perjudicial” sobre drogas y alcohol, momento en el que lentamente se desató una de las peores crisis económicas del país. La música de los villeros era la identidad de una clase media y baja hundida en la pobreza, que vivía a la sombra de un estado que no reconocía la necesidad de miles de personas. “Creo que ese momento dio la cabida de que nosotros representáramos la voz de la gente. La cumbia villera nació por un momento complicado de la Argentina”, aseguró Traiko Milenko Pinue Pujleizevic –cantante de Meta Guacha-, uno de los creadores de la cumbia villera, de descendencia aborigen, con un fuerte contenido social en sus letras. Al igual que el tango, la cumbia creció y se expandió por todo el país y el mundo. Desde su nacimiento, llevó la alegría a cualquier celebración festiva, sin importar el estrato social.
Aunque parezca distante o errático, ambos tienen un léxico particular. El lunfardo y el tango nacieron juntos y prácticamente se reconocen como aliados en la historia de la música y la cultura criolla argentina. Un lenguaje malevo, guapo, que cantaba la posta sin ocultar nada. Primero se desarrolló en los prostíbulos -meras jergas tomadas por los visitantes del lugar-, por lo que este “diccionario porteño” contiene una enorme cantidad de expresiones referidas al sexo, crimen, diversión, alcohol, comidas y peleas. Desde allí, apareció este vocabulario que todavía usamos: cana (policía), mina (chica), bondi (colectivo), gil (tonto), pibe (chico), entre otros. Además nacieron alusiones clásicas como “se armó el quilombo” (hay lio), “hace un tornillo” (hace frio), “te hago el 7” (básicamente, sexo anal). El Lunfardo fue un común glosario entre los cantantes de tango de la época que enmascararon la crudeza de sus letras con expresiones llamativas, difíciles de identificar en ese tiempo.
En las villas comenzó a generarse un diccionario común, luego de que su prohibición en los medio públicos se hiciera legal. Nació el “lenguaje villero”, “lenguaje tumba”, que entremezcló algunos términos tangueros con algunas exclamaciones nuevas. Las más utilizadas y reconocidas son: “gato” (alguien bien vestido, de buena pinta), “zapato” (gil, estúpido), “piola” (algo que está bueno), “guacho” (pibe) o “guachin” (pibe que perdió a su mamá), entre otros. También aparecieron frases como: “sarpar la lata” (robar algo), “lava taper” (el maltratado de un grupo), “corta la bocha” (es claro el asunto). “El lenguaje que se fue desarrollando en las villas funcionó como escudo de quienes vivían o viven allí, frente a una sociedad que era cada vez más discriminatoria y expulsiva. Entonces comenzó esta lengua común que los identificaba como una tribu, un común denominador”, remarcó el sociólogo Joaquín Pichón.
A la hora de cantar, no se trató de meras palabras en el viento. El tango fue un pedido social y político que mostró la realidad de la época, el hambre y la miseria, que de a poco se transformó en un estilo romántico y lírico.
Con canto de protesta, Enrique Santos Discépolo escribió Cambalache: Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé, / en el quinientos seis o en el dos mil también; / que siempre ha habido chorros, / maquiavelos y estafaos, / contentos y amargaos, valores y dublé. / Pero que el siglo veinte es un despliegue / de maldá insolente ya no hay quien lo niegue, / vivimos revolcaos en un merengue / y en el mismo lodo todos manoseaos.
Para las cuestiones del corazón, un hombre francés de corazón argentino, llamado Carlos Gardel, escribió tangos amorosos como El día que me quieras: El día que me quieras, / la rosa que engalana / se vestirá de fiesta / con su mejor color. / Y al viento las campanas / dirán que ya eres mía, / y locas las fontanas / se contarán su amor.
La cumbia villera también tuvo su condimento especial. Aunque los timbales, la guitarra, el güiro y el piano suenen con ánimo festivo, las letras de sus canciones están cargadas de afecto, emoción, protesta social y amor.
En el tema Alma blanca de Meta Guacha, el pedido de igualdad es claro: Que me estás diciendo, me estas ofendiendo / no me digas negro soy igual que tú, / si quieres probarme vamos a la calle / voy a demostrarte que tengo coraje, / que su amor es mío porque lo gane. / No vale que sientas que tienes dinero, / que vivo en el barro y tú en la gran ciudad, / soy negro de abajo con el alma blanca, / yo soy de la cumbia, soy de la resaca / y de los boliches de la capital.
En Sentimiento villero de Pibes Chorros, el amor se expresa así: Solo y triste me refugio en mi guarida, / con un vino estoy calmando mi dolor, / el recuerdo de tu voz que me decía / larga el faso las pastillas y el alcohol. / Sin embargo yo seguí dándole duro sin pensar / que por drogón te iba a perder, / vos te fuiste con tu madre para el chaco / y en la villa sin tu amor yo me quede.
Las armas también son compartidas. El piano en el tango fue el elíxir que perfumó un sonido más balanceado, como soporte rítmico que puede realizar arreglos completos, incluso de manera independiente. Junto al bandoneón son como una pareja de tango: se acompañan, pero en cierto punto se separan para deleitar al público con su finura. Pero finalmente se unen, ya que ambos formaron un dúo incomparable que hacen vibrar al mundo con su sonata. Uno de los primeros en introducir el piano en el tango fue Roberto Firpo, que en el año 1912 conformó la estructura clásica de tango que hoy conocemos. “Es la base, necesitas tener al piano para ubicarte. A partir de las notas que va tocando el pianista, van jugando los demás elementos, vas armando una historia que primero se transforma en música y después en letra”, aseguró el tanguero Fernando Soler.
Tal vez no sea el piano de cola lo que se utilizó en la cumbia villera, pero el órgano con diversidad de efectos fue el corazón del sonido. Los arreglos, las entradas, los “punteos”, hicieron que un tema sea reconocible frente a otros. “El pianito lo tengo siempre conmigo, para componer, para tocar en cualquier lugar. De acá sale la inspiración, el resto de los instrumentos en la cumbia acompañan, no suelen variar mucho, la magia está en el teclado”, explicó Ariel “El traidor” Salinas, cantante de Pibes Chorros.
Puede resultar una mera coincidencia o que se esté buscando “el pelo al huevo”. Pero ambos estilos musicales tienen raíces imposibles de discutir: criollos, atrevidos y reflejos de una realidad que muchos no se atreven a contar. Los sonidos son distintos, sus lenguajes particulares y sus historias nacen divididas. Sin embargo, la esencia es la misma: son la sangre del grito argentino.
Por Alex Cardozo.
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