Foto: Franco Trovato Fuoco (EFE)

El mes de diciembre de 2022 quedará grabado en los libros de historia como el período en el que Argentina sobrevivió a su propia escencia. Es dificil de explicar a quienes sientan otra patria lo que se vivió en estos días, porque no lo van a entender. Sin embargo, quizás no seamos conscientes de que sobrevivimos a nuestra propia argentinidad al palo, esa que asusta al sentir ajeno y que, a pesar de todo, nos hace una de las naciones más hermosas del globo.

La argentinidad es como un germen de alegría que se expande a máxima potencia cuando se lo encuentra contenido. Sin ir muy lejos, esta escencia argentina estuvo encapsulada durante la pandemia que nos tuvo distantes de nuestros seres queridos. Un año después, una simpática adulta mayor del barrio porteño de Villa Luro salió a festejar junto a los vecinos en la esquina de su casa.

Quien diría que, con ese gesto, la (ahora conocida como) “abuela la la la” comenzaría un frenesí que puso el foco en todos los “abuelos”, que eran invitados a participar del júbilo desde un lugar protagónico. Quienes no estaban en el centro de la ronda, los llevaban en andas. Y quienes no podían salir de sus hogares, recibían el calor de un público que los aclamaba como rockstars cuando se asomaban por sus ventanas. Porque, a pesar de la locura colectiva, la argentinidad no discrimina por edades y hace que todxs sean parte de la fiesta.

Pero cuando uno dice que la argentinidad invita a “todos” a ser parte, lo dice en el sentido literal de la palabra. Ya la Constitución Nacional comprende en su concepción la idea de cobijar no solo a los nativos, sino a “todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”. Porque lo más lindo de la argentinidad es que invita a todos los que quieran ser parte de esta locura, sin ningún tipo de distinciones. ¿O acaso dudan que lo que se vivió en las calles de Bangladesh y la India fue argentinidad “for export”? ¿Quién podría negar que de haber elefantes en nuestros ecosistemas no hubiesen aparecido en el Obelisco? ¿Y las gigantografías de Messi en el Río Ganges?

El Medio Oriente lo vivió con la misma intensidad que acá, y bancaron a la selección codo a codo con nosotros. Por eso, a pesar de las distancias, son de los nuestros, tal como dicta nuestra Constitución. Y ese amor se lo retribuímos con la reapertura de la Embajada en Bangladesh.

En una tierra tan bendecida como la nuestra, estamos tan acostumbrados a parir leyendas que nos damos el lujo de rescribir constantemente los límites de la grandeza. Desde San Martín a Favaloro, el “Che”, Borges, Piazzolla… siempre hay un argentino escribiendo las páginas de la historia en su respectivo campo. Por esta razón, más que buscar próceres, buscamos herederos. Y Messi no era cualquier heredero. Él tenía sobre sus hombros la presión de tomar el trono del dios pagano más grande de su pueblo, el representante corporeo de la argentinidad.

Y mientras escribía su propia leyenda, los detractores injustamente no le perdonaban el hecho de haber tenido que seguir el camino del héroe exiliado, por aquella maldita enfermedad que lo obligó a mudarse a Barcelona. Sin embargo, eso nunca le impidió mantenerse cerca de su tierra, nunca renunció a hablar en rosarino, y con solo ver el celeste del cielo y el blanco de las nubes le alcanzaba para recordar sus raíces.

El haber visto al líder que muchos reclamaban dentro y fuera de la cancha terminó de abrir el camino de la ilusión. “¿Qué mirás, bobo?” será una frase de remeras, cuadros, uno de los episodios más recordados cuando, con el correr de los años, los testigos narren historias sobre Qatar 2022.

Quizás el Diego, con su forma final como deidad, le dio la fuerza extra que necesitaba el enano para poner de rodillas a los refutadores de leyendas. Lo cierto es que, a pesar de tantas piedras que pusieron en su camino, finalmente la “pulga” logró abrir las puertas de nuestro panteón de héroes y sentarse a la derecha del 10 (o a la zurda).

Pero la argentinidad del mes de diciembre brotó en su máxima expresión en la redensión de un grupo que buscaba ser parte de la historia. Dos generaciones que vivían de los cuentos de sus padres y abuelos, los mitos y leyendas de acontecimientos y héroes que nosotros no tuvimos el privilegio de ver. “No sabés lo que era ver jugar al Diego”, “Me acuerdo qué estaba haciendo el día de la final”, “La calle era una locura”. Mientras tanto, esta generación con ilusión en los ojos seguía viendo como se le negaban las puertas de “El Dorado”, ese paraíso de alegría del cual le hablaban sus ancestros.

Finalmente, a pesar de tantas lágrimas de frustración derramadas, nuestra camada tiene su propio mito para contarle a las siguientes. Uno de un líder “Messiánico” que fue vestido con una capa árabe para recibir el objeto más preciado del planeta, un demente bailarín con cabeza de bandera que provocó la ira de toda la Unión Europea, y una multitud de ¿5?, ¿7?, ¿10 millones de personas? recibiendo a sus héroes.

Foto: TOMAS CUESTA / AFP

Hablando del demente, hay que agradecerle a Europa por ocupar el lugar que ocupó, porque toda gran historia de héroes necesita un villano a vencer. Desde aquella crítica de Kylian Mbappé de que “en Sudamérica el fútbol no está tan avanzado como en Europa”, el menosprecio no paró de llegar. Incluso durante el torneo, primero con Van Gaal, la prensa española y los futbolistas de Francia en la previa de la final. Ese desdén fue el motor de un equipo que se dedicó demostrar y silenciar ataques hacia su propio talento. ¿Quien fue el “Alfred” de nuestro Batman? El psicólogo del Dibu.

Finalmente, un mensaje para aquellos que no entienden de argentinidad. Por un lado, los alérgicos del júbilo ajeno que ante la más mínima expresión popular arrojan un soberbio “deberíamos celebrar así el día que mejore la economía”. Por otro lado, los sobrepolitizados que realizan un análisis Gramsciano de la selección y un paralelismo atado con alambre de la fiesta del 20 de diciembre 2022 con la crisis del 2001.

A los primeros, decirles que cuando no se sientan tocados por la alegría popular, lo mejor es hacer silencio y dejar que el otro disfrute. Y a los segundos, contarles que capaz la vida es más simple. Que no hay demasiado análisis político detrás de la felicidad que genera un grupo de personas corriendo atrás de una pelota. La mirada es más emocional, histórica. Porque, como decía el escritor Javier Marías, “el fútbol es la recuperación semanal de la infancia” y “pertenece más al terreno de la ficción que a otra cosa”. Por esto, a persar de la crisis económica, a pesar de los intentos de “agrietar” a la Scaloneta, a pesar de todo, el pueblo hoy es feliz. Y cuando no lo sea, tendrá en ese recuerdo un puntal de cual sostenerse cuando sienta que todo se derrumba.

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