Semana a semana el análisis del fútbol queda, muchas veces, relegado al arbitraje. No importa si el equipo jugó bien o mal, si se buscaron los espacios, si se perdieron oportunidades importantes. Mientras que haya un error del árbitro, el eje estará ahí. Lo cierto es que los problemas en el arbitraje no son distintos a los problemas en la AFA. Antes de Grondona y después.
La creación en 1988 de un sindicato, el SADRA, paralelo a la Asociación Argentina de Árbitros (AAA) fue, en primera instancia, la solución provisoria frente a un problema ligado a una situación que parece estar por fuera de los márgenes legales laborales. Sin árbitros el fútbol no funciona, y ese es el punto de partida. Entonces, ¿qué pasa si el sindicato que los nuclea decide que las condiciones laborales no son las mejores y llama a una huelga? Teniendo en cuenta la logística, a los clubes, a los hinchas, la seguridad, y los otros tantos factores que se dan de viernes a lunes para que transcurra la fecha en todas las categorías, atender a estas demandas parecería no sólo necesario, sino imperativo. Ahora, ¿qué pasa si hay árbitros en el interior del país que no tuvieron la oportunidad de dirigir, y darían continuidad a la fecha sin negociaciones? Solución mágica. Nuevo sindicato. Y además la oportunidad de mostrarlo como una llamada a la igualdad y el pluralismo, más allá de las circunstancias, porque todo pasa.
Así dio comienzo una rivalidad entre árbitros que lleva casi 3 décadas. Después del 37-37 memorable del pasado diciembre, demostración por demás clara de por donde empiezan los problemas en el fútbol argentino, ¿hay alguien que, sin reírse por lo bajo, pueda defender la transparencia de cómo funcionan las cosas? A lo que concierne a los árbitros, por lo pronto, nada de curso de pretemporada. Y eso para los que entrenan en Capital. Los del SADRA, en cambio, no tienen predio propio, ya que están en diferentes provincias, y deben entrenar por su cuenta. Tampoco les garantizan la indumentaria mínima para poder trabajar, y, dato de color, se les descuenta un 5% para el sindicato del recibo de sueldo. 5%, es decir, 2% más que en cualquier otro sindicato del país.
Así, en el eje de la polémica, un árbitro que no cobra ni por asomo las cifras millonarias del fútbol profesional y que, en muchos de los casos (sobretodo los que dirigen categorías por debajo de la Primera División) tienen que tener un trabajo paralelo que les permita sumar ingresos, tiene que salir a la cancha condicionado a que en ese partido, en una jugada, puede terminar su carrera. El sindicato de la otra vereda podrá aprovechar la situación para sacar partido propio y responder a sus propios intereses. El otro sindicato, a la par, no podrá hacer nada, ya que para la AFA las condiciones y garantías tanto laborales como personales de los árbitros, ¿qué importancia pueden tener a comparación de derechos millonarios televisivos o arreglos políticos con lo más alto del poder? Si es que esas dos cosas pueden separarse. Por su parte la prensa no va a embarrar la cancha sin necesidad: ¿Apuntar a la dirigencia o al arbitraje? ¿Pensar en el fútbol en tanto deporte profesional o en tanto escándalo? ¿Que vende más? Si hay que echar culpas, preferible empezar por abajo, donde siempre se tiene la última palabra, podría pensar algún que otro periodista. Así es como la prensa juega para la hinchada.
No hay que negar que errores se cometen. Que desde que el mundo es mundo hay siempre algún oportunista entre gente honesta, y gente honesta entre otros muchos oportunistas, valga la redundancia. Pero si entramos en la moda de la meritocracia, analicemos desde donde parte cada actor dentro del fútbol, quién gana y quién pierde, y así, tal vez, el fútbol pueda recuperar algo de lo que alguna vez fue.
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