Está claro que los músicos que desfilaron por los instrumentos a lo largo de la noche pueden hacer “lo que quieran” en términos de virtuosismo. Podemos suponer que la parte a cargo de la organización del evento habrá sugerido no avivar demasiado la llama siempre encendida que significa ser convocados por algún eco de Patricio Rey, lo cual es lógico dado el contexto de regreso paulatino.
Sin embargo, la fortuna dio muestras de un comportamiento algo desleal al propiciar un corte de luz en medio de “Templo de Momo“, nada menos. La Mono encendía la primera vela de la invocación, pero ni medio tema llegó a escucharse antes de que el soplido se llevara el sonido y los primeros fervores.
“Evidentemente no están preparados todavía para tanto. Vamos a cerrar con algunos temas nuestros porque es demasiado arrancar tan temprano a toda mostaza” bromeó Gaspar Benegas cuando la energía eléctrica volvió a proponer el milagro de amplificar sonidos para un estadio de fútbol 5, guiñándole el ojo a la parte que no llegó a cantar. Sobre el desempeño del trío que completan Ramiro Naguil en batería y Lucas Argomedo en bajo, las palabras quedan cortas: el nivel de contundencia que tiene la banda en la amplitud de colores con los que pintan sobre ese extenso e interminable lienzo que llamamos “rock”, es admirable.
El primer intervalo ofrecía la oportunidad de entretenerse intentando descifrar cómo debería haber funcionado la organización de los sectores si hubiese estado un poco más a la altura de las circunstancias. Era moneda corriente ver grupos de personas deambulando durante largos minutos en busca de su “isla”, tratando de copar las que estaban ocupadas o improvisando alguna en sectores destinados a ser de paso. En el primer anillo que bordea la cancha sucedía algo similar, aunque con el correr de las horas las personas con camperas de seguridad abandonaron su interés sobre ese sector, quizás más preocupadas por asegurarse de que nadie encienda un cigarrillo o se siente en un rincón para descansar las piernas.
El set de Baltasar Comotto arrancó con una potencia aplastante… durante 30 segundos. Otra vez un corte de luz sobre el escenario detuvo al instante la manija que se empezaba a desatar de la mano de músicos tan talentosos como enérgicos. Tras largos minutos de espera, las luces volvían a iluminar al guitarrista tan incendiario como siempre, ahora en versión platinada y acompañado por Macabre y el baterista de Todo Aparenta Normal, Juan Pablo Alfieri. El reciente lanzamiento del EP “Empezó la cacería” fue el hilo del show que en ningún momento bajó los decibeles.
Con el público un poco más acomodado, el segundo intervalo planteó un clima de alegría general gracias a la selección de hits populares que sonaban durante la espera: La Renga, Las Pelotas, Viejas Locas, Divididos… se notaba que había ganas de cantar de a muchos y a los gritos. El famoso “Vamo’ lo’ Redo’” viajó hasta el escenario cuando Gaspar volvió a asomar acompañado por Pablo Sbaraglia. Una vez más, la efervescencia fue rápidamente desestimada por un set que fue de menos a más en intensidad y complicidad.
Sbaraglia cuenta con un repertorio mucho más cancionero que los Fundamentalistas que lo precedieron dirigiendo la batuta, aunque compensó la diferencia de energía con un carisma único.
Con el correr de los temas apareció el último segmento de la noche: una lista de covers que empezó por The Beatles y enseguida viajó hacia acá con dos clásicos de Los Abuelos de la Nada (Lunes por la madrugada fue cantado por Gato Azul Peralta, hijo de Miguel Abuelo). Sucio y desprolijo y Sucio gas contaron con la presencia de Fernando Nalé, que se adueñaría del bajo para cantar Preso en mi ciudad y permitir que, finalmente, la multitud se haga coro. El pibe de los astilleros dejó algunas postales que permanecían guardadas en los recuerdos pre-pandemia: gente saltando abrazada, bebidas espirituosas en alto y un rugido ensordecedor, que son todo el tesoro que nos podemos permitir por ahora.
“Vamos a hacer el último tema, a agitarlo, y nos vamos. Hay que ser respetuosos con la gente que está trabajando acá. Estamos volviendo de a poco, somos la resistencia del rock” se despidió Gaspar antes de invitar al escenario a Lucas Solari junto con la exigencia de estar a la altura de su sangre. Luzbelito y las sirenas dejó la temperatura en el lugar donde antes solían empezar estos encuentros, pero la promesa del último tema fue cumplida. ¿Y este insomnio de quién es?.
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