Algunos estábamos subidos a un sueño que trascendía el ambiente del rock, parecía ser hasta un experimento social, la posibilidad de igualar a diferentes clases sociales sin más que un artista en común.
Un artista que canta en un dialecto tan extraño que se termina convirtiendo en un idioma, algo que solo entienden aquellos que gustan de la música que lo acompaña.
Ese colectivo imaginario se movía tras un líder musical, un artista que el tiempo convirtió en mito. Como la mayoría de los líderes su destaque cultural lo mantenía por encima de aquellos que lo seguían y tan raro era el vínculo que esos feligreses no podían parecerse menos.
Formo parte de ese colectivo, juego un juego que conozco bien y que cada vez parece más insólito, creo que las expresiones artísticas marcan la existencia de una persona a un punto tal que sentís que te pertenece.
También entiendo que la relación que tiene el Indio con su público está unida por lo sensorial y hasta tiene ribetes de religioso, frases inconexas que pueden moldearse según se interprete y que la gente adapta a su realidad al punto tal de venerar su obra.
No es un fanatismo bobo, por ahí su forma de vida no es igual a la del resto pero tienen ese punto de conexión único, el público ricotero siente tanto lo que le sucede con esa música que borra todas las líneas sociales vigentes y es más, se ha impuesto asistir a los shows como modo de vida, una suerte de vacación a un mundo sin reglas.
Una suerte de Sodoma y Gomorra que dura 48 horas de las cuales 10 son de suma intensidad, esos contextos ocurren en cualquier lugar dónde el Indio se presente, cada vez más y más y más.
Ciudades invadidas por cientos de miles de personas que poblarán todas las calles y harán de esa ciudad otra ciudad diferente solo por esos días. Sus habitantes se multiplicarán pero no así los servicios que brindan, ni la comida ni tampoco la bebida que nunca alcanza durante ese lapso.
El fenómeno social de esa “ciudad andante” fue haciéndose cada vez más extenso y de manera poco gradual pasaron a colapsar las estructuras de cada show intensificándose hasta puntos críticos. En sus últimas presentaciones el peligro rondó bastante cerca y hubo claras señales que podían prever un desenlace así.
El problema principal es la falta de seguridad y coordinación, los asistentes tienden a querer entrar con cosas que no se pueden llevar a un show, y la estructura de venta de productos adentro es imposible, no se puede comprar nada porque el número que venden es cada vez más chico frente la cantidad gente que asiste.
Digamos que el desastre se venía preparando en fechas anteriores, que se sabía cómo crecía todo y, en lugar de aportar experiencia y buscar maneras mejores de proteger a sus seguidores, decidieron cederle a la municipalidad de Olavarría la organización de un evento histórico a una ciudad que no tenía experiencia en estos menesteres.
El resultado fue espantoso, laberintos de calles con gente caminando a paso de hombre, un terraplén embarrado que hacía que la mitad de los muchos que lo cruzaban terminara en el piso, un lodazal a oscuras antes de ingresar a la zona de puertas, dónde la gente caminaba por las vías para entrar dado el colapso de la calle en la cual debíamos transitar.
Olavarría se vio colapsada en todos los aspectos, sin perjuicio de esto debemos reconocerle la amabilidad a los locales y el compromiso asumido con ganas, pero la cosa se convirtió en un monstruo y tuvieron que pelearle con un tenedor.
La muerte de dos personas es el resultado de organizaciones que fallaban una y otra vez, pero se repetían porque las consecuencias eran tolerables. No importó los cuellos de botella en la salida en Junín, tampoco el barro en Gualeguaychú, ni siquiera la policía reprimiendo a la gente en Mendoza. Nadie pareció tomar esto como alerta de que las cosas estaban fuera de control.
El resultado del experimento de la misa ricotera se tornó en un monstruo de mil cabezas sin barreras sociales que tiende a aumentar su tamaño y ante la falta de controles van sumando comportamientos cada vez más peligrosos.
Ver hombres saltando arriba de una estructura a 20 metros del piso con banderas parece suicida, otros subidos a palos de luz, a baños químicos que se suponen son para usarse, gente que elige subirse a las vallas de contención para poder ver, cuadras y cuadras de oscuridad, un mar de gente irreconocible.
Debo reconocer que acepto todo eso como parte del evento, sin dudas en otro contexto no hubiese compartido mi espacio con gente que se comporta, a mi entender, de manera peligrosa.
Pero por el Indio lo he hecho, no me arrepiento y tampoco siento culpa. No podes vivir en un mundo libre de controles y pretender que todos no quieran imponer su idea, si a eso le sumas un contexto desfavorable la cuenta cierra rápido.
Al Indio se lo comió la libertad que entregó de manera desmedida, cuando él abandonó los estadios sacrificando calidad de sonido, más controles y mejores shows le dio el poder a la gente, nunca más tocaría en un lugar dónde alguien quede afuera.
Hace varios shows que mucha gente no paga su entrada, no tenes controles en la puerta y la situación se descontrola. Ayer se volvieron a ver bengalas y fuegos de artificio, no tenemos la capacidad de aprender a ser libres.
El Indio, la producción y las autoridades de Olavarría serán investigados por estos hechos, yo no soy quién para enjuiciar a nadie para eso está la justicia.
Hoy hay muertos, heridos y extraviados en algo que se suponía era un concierto de rock, un lugar dónde íbamos a escuchar música y divertirnos, a disfrutar de los placeres que nos quedan sin dañar.
Desarrollamos un concepto de libertad demasiado romántico, tanto que se hizo impracticable y terminó cediendo por su propio peso. La libertad es fiebre.
Foto gentileza Gus Arrellaga
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