Puede resultar tedioso hablar sobre el clima para comenzar una cobertura de show, pero la lluvia del martes 25 de abril se empecinó en transformar la velada que los argentinos tenían con Korn en su cuarta visita a nuestro país depositando agua y frío en los cuerpos de aquellos que se acercaron hasta el Estadio Malvinas Argentinas. Igualmente, nada de lo que pasó afuera contrarrestó lo que bajó del escenario pasadas las 21.40 y la llegada de los “ñu metaleros” se hacía realidad.
Henry Rollins (cantante de Black Flag), refiriéndose al género del que son cultores Jonathan Davis y compañía, dijo en una entrevista que si él fuese adolescente sería fan de este tipo de bandas por tener un momento cool, rapeado y pasar a una descarga de energía furiosa, casi bipolar. Quizás ese sea el secreto por el que el público, en cada venida de la banda, se renueve -como diría Mirtha Legrand- con más jóvenes que se suman a las filas suplantando a los viejos a los que ya no les dan ganas de ir a mojarse y golpearse, y no dejar que la audiencia disminuya.
Al igual que en 2013, Korn optó por el Malvinas de ese triángulo de las Bermudas perdido entre Paternal, Agronomía y el Cementerio de la Chacarita, y con un estadio en un 80% de su capacidad, brindó un corto concierto de 75 minutos de duración y catorce temas.
La faena largó pasadas las 20 con A.N.I.M.A.L que encendió los primeros pogos con “Familia”, “Loco Pro” y el clásico final con ronda violenta de “Cop Killer”. Mucho agradecimiento de parte de Andrés Giménez pero casi sin hablar pues el tiempo, según dijo, no apremiaba y debieron ajustarse para meter once temas de lista.
Varios ajustes en los instrumentos de la banda principal por parte de sus asistentes que incluyó un mini show a la hora de probar los tachos de batería gracias a la respuesta del público con un “¡hey!”, y todo quedó listo para Korn.
“… I feel it scratch inside. I wanna slash and beat you. Right now I rip apart the things inside
that live beside you”. (“Siento que raspa adentro. Quiero cortarte y golpearte. Ahora mismo desgarro las cosas que viven dentro de ti”) (“Right now” – Korn).
Se apagan las luces, aparece en escena Ray Luzier para ponerse al frente de la batería y comienza con algunos amagues de intro, hasta que comienza con la base que persigue el riff de “Right now”. Salen Head, Munky y Jonathan Davis, mientras se divisa un enano pelilargo que tiene el tamaño del bajo que carga. No es otro que la versión en miniatura de Rob Trujillo, su hijo Tye, quien suplanta a Fieldy en la gira por Latinoamérica.
No hay tiempo ni para pensar que el riff del primer tema comienza a sonar y el piso del Malvinas tiembla. Korn raspa, te corta, te golpea y desgarra lo que hay en tu interior. Te pasa por encima, te rodea, te atrapa y te consume con su groove, sus gritos y oscuridad.
Tres minutos más tarde y tratando de acomodar el sonido, el intervalo entre temas le da la oportunidad al público de corear “Trujillo, Trujillo”, aprobando la aparición del suplente. Munky y Head con delineador, cara y actitud zombie como en cada oportunidad, payazescas interpretaciones del batero, la infaltable pollera y el micrófono metálico de Jonathan. Todo chequeado, estamos listos, que prosiga la fiesta.
El segundo de la lista fue “Here to stay”, que así como el primero, en vivo dan la impresión de sonar un tanto aletargados (quizás algunos bpm menos que las versiones de álbum) y por ello el público no puede saltar y mantener el ritmo por muchos compases. De todas maneras, todo se festeja, incluso el tercer tema que, por ser del nuevo disco “The serenity of suffering”, era una prueba de fuego pues las nuevas propuestas de bandas clásicas suelen ser difíciles de aceptar y en vivo la gente las recibe fríamente. “Rotting in vain” demostró que Korn es la excepción a la regla pues desde su introducción la gente estalló.
“I’m crying, I’m frying. In a pile of shit. I’m dying, I’m dying, I’m dying!” (“Estoy llorando, me estoy friendo, en un montón de mierda. Estoy muriendo, muriendo, muriendo!”). (“Somebody, Someone” – Korn).
De Issues, el cuarto disco del grupo que fue editado en 1999 (Que vejez, por Dios) se desprendió el hit “Somebody, someone”, para sacarse las tripas con sus tempos lentos y pesadísimos, transformando el hedbanging en un movimiento desde la cadera hasta la nuca doblando todo el cuerpo repetitivamente hasta que las vértebras sientan la presión. Imposible recordarse como aquel conflictuadito de la adolescencia que sufría por todo. Contradiciendo ese dolor poético, la banda prosiguió con “Word up”, el cover del ochentoso Cameo para intentar hacer bailar a esas almas perdidas.
En una montaña de rusa de emociones, volvieron al más profundo de los avernos con “Coming undone”, y aprovechando la base de la bata “tu-tu-pa”, le pegaron el estribillo de “We will rock you”. A su término se le pegó “Insane” el segundo y último de los que tocarían de la nueva placa.
El infaltable momento de cada recital, conocido como tribuneo, llegó en la voz de Davis, que comentó si la estaban pasando bien, pidió a la gente que grite fuerte, y después lanzó: “En los recitales tengo que cantar pero ustedes cantan más que yo”, para inflar los egos argentinos. Pide que canten “fuck that” para introducir “Y’All Want A Single” y producir, nuevamente, el desmadre en la marea de gente que a pesar de las descargas y empujones propios del pogo metalero, se portó muy bien durante toda la noche. Se le pegó “Make me bad” y luego, tras un breve corte, Jonathan apareció con su gaita, lo que no podía significar otra cosa que era el turno de “Shoots and ladders”, uno de los primeros éxitos no solo de Korn, sino del nu metal en general.
En medio del tema le colaron parte (la más poguera) de “One”, para luego dejar lugar al virtuosismo. El cantante se encargó de presentar formalmente a Tye Trujillo diciendo que es uno de los mejores músicos con los que tuvo la oportunidad de tocar y el pendejo hizo un mini solo acompañado por Ray.
Hablar del bajista precisa de un párrafo aparte. Los constantes aplausos y canticos de los seguidores de Korn eran señal de respeto, más que por su apellido, por lo que logró en el bajo: suplantar al histórico Fieldy y, más allá de su ADN, soportar el peso de hacer que no importe que el gordito de trencitas esté ausente. Todos sabemos que no importa que hablemos de uno de los subgéneros más bastardeados del metal, el tradicionalista es fundamentalista y odia los cambios. Por ello vale doble el cariño del público.
Tras un solo del baterista que podría haber sido intercambiado por una canción más por no revestir nada más que un rato de entretenimiento, comenzó a sonar el ride con campana con el que todos adivinaron que se venía “Blind”. El primer tema del primer disco de Korn, que va in crescendo desde esos compases de platillos hasta el “Are you ready?” desgarrado del líder y de nuevo los saltos de todo el estadio, forman un momento tan especial en sus shows, que hasta los ajenos a la banda se asombran de la comunión de miles en respuesta al estímulo ofrecido por los artistas.
La vieja escuela seguiría con “Twist” y “Good god”, ambos temas de Life is peachy. Tristemente, el show se iba acabando con este falso final, a la espera de los bises.
“Something takes a part of me. You and I were meant to be”. (“Algo toma una parte de mi. Tu y yo estamos hechos el uno para el otro”). (“Freak on a leash” – Korn)
Con un sampleo loopeado, el quinteto (si no contamos al tecladista Zac Baird, presente durante todo el show pero solo considerado colaborador) regresó al escenario para “Falling away from me” con los clásicos machaques del subgénero que no paran un segundo durante sus estribillos. Arriba, el trío que formaban las rastas de los guitarristas y el pelo lacio salido de un comercial de Pantene del pequeño Trujillo, eran ejemplo de lo que sucedía abajo: Miles de cabezas despreocupadas del apocalipsis que podía estar ocurriendo afuera, y solo disfrutando físicamente de la música.
Así, en sintonía banda-fans, el concierto llegaba a su oclusión. El último fue “Freak on a leash”, para coronar una noche con espíritu adolescente a pesar de las tres décadas de muchos allí presentes. Hechos el uno para el otro, como cada seguidor con su banda cuando siente que le habla en cada verso y en cada riff, se fueron los locos de negro, antes denigrados y hoy considerados precursores de un estilo que reinó en los ’90 y hoy, gracias al apego de aquellos seguidores, sigue vigente.
Fotos de Héctor Palacios // Grizzly FV
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