La noche llegaba a su fin y en uno de los tantos (pero muy breves) intervalos, una música orquestal de esas que se usan para iniciar ceremonias captó la atención del público.

Algunas personas, advertidas (o spoileadas) por lo ocurrido la noche anterior, alistaban sus teléfonos para capturar el momento en la memoria SD en lugar de en la analógica que tenemos los seres humanos. Otras, más desprevenidas, se sacudieron ante la sorpresa de ver al Indio parado en el centro del escenario.

Parecía un pequeño gigante, envuelto en un aura sobrenatural, que se había teletransportado a cantar La oscuridad justo en el primer compás de la voz.

Asimilada la sorpresa inicial, y cogoteando entre la multitud que había colmado el estadio descubierto del Malvinas Argentinas, era fácil advertir que los detalles de apariencia mágica en verdad explicaban la ilusión óptica del holograma que modulaba, movía los brazos y cambiaba su camisa situado en el lugar que le corresponde a la voz de Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado.

El estreno fue sucedido por El callejón de los milagros, dos piezas del último disco (El ruiseñor, el amor y la muerte) que fueron celebradas con la misma intensidad que la docena de clásicos de Los Redondos que sonaron a lo largo de la noche.

Destacaron Gualicho, comandada por el trompetista Miguel Ángel Tallarita; Honolulu, un inédito ricotero que data de fines de los 70 y estuvo a cargo de la corista Luciana Palacios; Salando las heridas, cantada por el Indio desde las pantallas; y Preso en mi ciudad, en los dedos y la voz del bajista Fernando Nalé, pero protagonizada por el público que siguió coreando el riff varios minutos después de terminado el tema.

Los tiempos están cambiando, no es novedad. Carlos Solari se mantiene a la vanguardia estrenando recursos tecnológicos que le permitan ir legando sus canciones a Los Fundamentalistas. Durante este fin de semana, más de 20 mil personas vivieron la ambigüedad de ir a ver al Indio sin el Indio, de ir a festejar los temas de Los Redondos ya sin ninguno de sus ex músicos tocando en vivo.

La luna, 99% llena, parecía ser una espectadora más y, por momentos, se escondía entre las nubes mientras reinaba el desconcierto arriba del escenario.

Enredados en los laberintos de Nueva Roma o huyendo junto al Negro Atila, asombró ver a una banda integrada por músicxs de primerísimo nivel dudando qué parte venía o cuándo cerraba el tema. Debajo del escenario, el riff de El pibe de los astilleros tomaba de rehén las ansiedades del público que se quería saltear las estrofas y quedarse a vivir en el estribillo.

En tiempos de bandas tributo, discos póstumos y recitales con invitados grabados, la nación ricotera empieza a ver su lugar de encuentro completamente teñido por la nostalgia en la vereda Solari.

Skay Beilinson continúa su carrera, Los Decoradores brindan otra alternativa en vivo, pero más temprano que tarde viviremos en un mundo donde no habitará físicamente ningún ex integrante de la banda más grande de nuestro país.

Es importante, entonces, que Solari valide en vida estos encuentros, aún desde su pseudo-retiro. Miles de personas simplemente son felices al juntarse para cantar los clásicos que llevan grabados en su piel, en sus remeras, en sus discursos y en sus almas.

Así como el hit de aquél verano sigue uniendo a las personas en el desprecio al ex presidente, Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado se perfilan como el refugio que algún día será museo: la última casa que habitó Carlos Solari.

Legada en vida, custodiada por un holograma, por el guitarrista Lucas Solari (el único invitado de la noche, sobrino del Indio) y por una marea heterogénea y feliz de personas unidas por el deseo, tan utópico como palpable, de hacer la revolución con una canción de amor.