A quien le interese profundizar en la cinética, por más antipático que suene, puede hacerse cargo de su propia búsqueda. No vamos a ponernos técnicos hoy en esta entrega. Al alcance de la mano está, como casi todo lo que quiera ser definido por cada quién en esta era, la satisfacción o desgracia que proponga el resultado de cada buscador amigo (o enemigo). Nuestra definición será una afirmación reducida y antojadiza, como toda afirmación: según la cinética, la profundidad es proporcional a la velocidad del impacto.
“La depresión cinética” parece ser un salmo sanador en las filas que siguen con pasión a El Mató a un Policía Motorizado, desde hace años. ¿Por qué juntar esas palabras en una misma oración? ¿Qué quieren transmitir con eso? Haremos un intento acaso un poco atrevido, por interpretar el mensaje que colmó el Movistar Arena el pasado domingo 16 de junio en Villa Crespo.
“El Tesoro” probablemente sea la canción más conocida de la banda. Vaya uno a saber si por decisión propia o no, margen de maniobra, inconsciente colectivo, o todas ellas juntas; en cualquier caso, sería lógico dudar que alguien que se haya puesto a escuchar la banda, tenga o no conocimiento previo de ella, y niegue la premisa anterior (qué problema interesante sería, al menos para quien escribe, si fueran sus autores quienes lo hicieran). Debe ser que hay algo de incógnita en su forma de comunicar, algo que parece una continuidad permanente. De la primera a la última de sus interpretaciones hay un hilo conductor que subyace, otra vez, como un salmo: una plegaria común que permite que aquella profundidad proporcional ocurra conforme a la velocidad del impacto. La cinética.
No se nos vayan a enojar sus seguidores: no intentamos profesar religionerías acá. Todo lo contrario. Es que nos preguntamos cómo es posible mantener un hilo conductor que haga obra de principio a fin, hacer de cuenta que es un álbum un recital, y que no cambie el estadío, ni de quien emite, ni tampoco de quien recibe el mensaje. Y no puede ser otra cosa que la cinética, pensamos.
Parece ser ese el mensaje que intenta transmitir El Mató. Arrancaron con llamas a su alrededor y un gran juego de luces. Hay algo democrático que los gobierna en cada momento y es digno de destacar: no hay referencias sonoras en la banda, más allá de la preeminencia que pueda tener más una imagen que otra. Todos suenan igual. Todos se ven igual. Todos destacan igual. Todos se hacen cargo de esas luces y esas llamas. El tono que dialoga no busca fama, sino sanar. Sanar en conjunto. Los hits siempre serán hits, lo sabemos todos y todas. Pero nada de eso es más importante que las ganas tan implícitas como explícitas de estar mejor. Así corea el estadio entero “la mejor versión de mí”.
El toque arrancó a las 21:30. Se fue al interludio a las 23:00. Terminó a las 00:00. Nunca perdieron el hilo. Mejor aclaración posible, la melodía en loop del interludio: una suerte de introducción a “White Trash” antes de explotar. Esta vez no hubo skabadubadé. Hay una luz que arrasa con todo. Y no es que no quiera explotar, es que ya lo hizo. Vuelta del interludio, otra vez las llamas y entonces “nada nos puede hacer mal” (¿si ardemos?).
El público no guardó reparo en decir de qué se trata ello en su gran mayoría: otra vez la consigna mayoritaria fue la patria no se vende, aunque no sin dejar en claro que el que no salta votó a Milei. Probablemente haya una necesidad de hacerse eco, otra vez, de un hilo conductor que no abandone a su público. Al revés. ¿Qué mayor eco hay, que el que dice a través de? No debe haber mayor orgullo para una banda.
Cerraron la noche diciendo todo lo que ves, será nuestro. No sé qué piense quién lea de todo este soliloquio. En lo que a nosotros respecta, nada suena a depresión. Sí a cinética. Que quien haya ido al Movistar Arena lo desmienta. Y quien no, también.
Fotos: Gisele Alejandra PH
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