Calor, mucho calor hacía cuando las puertas se abrieron. Eso fue a las 20 hs, cuando ya la fila se acortaba y la gente se agolpaba en el interior cerca de las vallas, para poder verlo de cerca a Andrés. Calor, muchísimo calor hacía cuando después de casi dos horas de show, la gente estaba exhausta por el calor (asfixiante de la Plaza de la Música), pero sobre todo por haber bajado “al infierno un poco”, junto con Calamaro.
El concierto fue un sinfín de éxitos, uno tras otro, que arrancó muy bien y que “El Salmón” se encargó de que fuera in crescendo a medida que se enumeraban las canciones. Por eso, después de una versión diferente de Bohemio y el primer coro a voces con Cuando no estás, llegó Verdades afiladas para cantarlo a los gritos y decirle por lo bajo a Andrés que “no espere que se apague de repente el recuerdo”, porque él se ha encargado de mantenerlo vivo con himnos de siempre como Para no olvidar, la primera gran ovación, para uno de los grandes temas del legado de Los Rodríguez.
Cuando sonó Me arde y, sobre todo en un lugar que parecía “como el viento caliente del desierto”, varios se fueron en busca de nuevos aires, ya fueran los que entraban desde los portones o los que bajaban desde los ventiladores. Pero en ningún momento dejando de cantar y de saltar, porque “Andrelo” atraviesa siempre los sentidos y el cuerpo.
All you need is Calamaro
Después de All you need is pop, llegó uno de los momentos más importantes de la noche. Es que en estas tierras, una cordobesa se llevó por un momento los aplausos “andresísticos”. Fue Zoe Gotusso, quien fue presentada como “la artista cordobesa universal”, para hacer una versión de Tantas veces con creces. Complicidad musical al máximo, como sólo ese tipo de artistas pueden hacer. Además de su banda que estuvo conformada por Germán Wiedemer (piano y teclados), Mariano Domínguez (bajo), Julián Kanevky (guitarras) y el cordobés Martín Bruhn (batería), a quien presentó como “oriundo de los barrios jimeneros”.
Viola, teclado, maracas y cencerros fueron ejecutados para la fiesta. Para tenerlos a los presentes como Rehenes, cuando sonó esa canción; para hacerlos bailar con el final de Los aviones al sonar El Ratón de Cheo Feliciano. Se sabe que el ex Abuelos de la Nada es un admirador de la salsa, tanto que en su remera llevaba la imagen de Willie Colon. Tanto que en Tuyo siempre, más adelante en el show, la cumbia también fue presente. Alguien por ahí le pedía “más rock”, pero alguien gritó más fuerte “genio”. Y eso fue lo único importante. No importaba el cómo si no el qué. Y el qué, era que estaba Calamaro cantando, después de tres años. Y todo lo que necesitábamos.
Algo me hace sentir inmortal
“No estoy viendo, estoy escuchando a Calamaro” dijo alguien que se había ido al fondo, porque el calor continuaba. Un poco presagiando lo que minutos más tarde se viviría. Es que cuando sonó Maradona, nadie más volvió a verlo. Por el ambiente de tribuna que se armó, por las imágenes de Diego con momentos de su carrera, con la manija mundialista a tope y con la emoción por ese “guerrero” que “tiene el don celestial de tratar muy bien al balón”.
Porque a Maradona hay que hablarlo en presente. Porque se volvió eterno en México, en aquel Estadio Azteca, que fue la canción que le continuó a Esperame en el cielo, para cantarle a un “amor tan grande que nunca termina”. Esa estela maradoniana continuó con Mi enfermedad, la canción que conectó al “10” con Andrés y Para siempre, que popularizó y reversionó Juanse post despedida del astro del fútbol mundial.
Ese fue un antes y después en la noche. Porque de golpe todo se convirtió en una especie acto profano llena de canciones que “parecían todas mundialistas” como dijo Tomás. Esas que no recordamos que están en la memoria y que aparecen de golpe, para cantarse de principio a fin, como si fuesen goles de Maradó: “Una no se acuerda de cuantas canciones sabe de Calamaro. Es como ‘¡Uy, obvio que sé esta canción!’”, decía Florencia.
Y tuvo razón cuando en la última parte Calamaro se despachó con La parte de adelante, Loco, Sin documentos, El salmón, Flaca y Paloma. Para bajar un poco los decibeles, susurrarse pegados “Voy a vivir para repetir otra vez/Este momento” y gritárselo a Andrés.
Los bises llegaron con Crímenes perfectos y Los chicos, Con esa canción se proyectaron quienes suponemos que no se van del todo: Pappo, Miguel Abuelo, Luis Alberto Spinetta, Gustavo Cerati, Federico Moura, Willy Crook, Pil Trafa, Marciano Cantero, Palo Pandolfo y sí, Diego Maradona.
La ovación que no terminaba confirmó que ese, fue el mejor cierre de una de las mejores noches en cuanto a conciertos de Córdoba. Porque en esas casi dos horas no sólo fueron una especie de playlist en carne y hueso de Calamaro. Si no que fue un sinfín de momentos musicales, con su voz. Porque dio gusto escucharle el recitado de Estadio Azteca: “Porque ante tanto rigor y habiendo perdido tanto, no perdí mi amor al canto, ni mi voz como cantor”.
Porque cuando se prendieron las luces y sonó el pasodoble “Nerva”, parecía estar toreando a la muerte, esquivándola. Como diciéndole “algo me hace sentir inmortal”, como si fuese Diego, y como si la gente le confesara que sí con los aplausos y que eso es atravesarlos tanto y con tantas canciones dejándolos quedarse “un poco en las alturas”.
Más fotos en @juanjofotos12
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