La música es un elemento que permite viajar a través del tiempo. Su inusual capacidad de atravesar el cuerpo humano todo mezcla emociones y construye un conjunto de recuerdos que pueden ser activados en nuestro cerebro con la escucha de una simple canción.
Con Massacre, quienes cumplen 30 años en vivo, ocurre eso. La banda vio su luz allá por mediados de los años 80, cuando los vapores de la primavera democrática comenzaban a desvanecerse. Pero fue durante 1987 que pisaron el escenario por primera vez bajo el nombre de “Masacre Palestina” y dieron comienzo a su vida escénica. Corrían los años de la explosión punk en Argentina y la prehistoria del skateboarding, tiempos de la llegada de la influencia californiana para muchos músicos de aquellos tiempos.
El grupo construyó un camino a base de gustos y no negociar su estirpe. Eran punks, amaban el skate pero también las playas y la ciencia ficción, siempre fueron una suerte de Mistery Van del rock argentino, el gran secreto bajo la alfombra, nuestros Pixies.
Pasaron por todos los lugares que una banda debe tocar: estadios, antros y también estudios de televisión y radio. Su sueño se construyó sobre lo que ellos amaban, nunca se dio a la inversa.
A mediados de los 90 supieron formar parte de la oleada de músicos denominada “Nuevo rock argentino” y aportaban ese atomic punk que tanto encantaba a los adolescentes que buscaban alternativas en el under y que por ahí no conseguían en las radios o en las grandes bandas que regían el rock argentino de aquellos tiempos.
Y así fueron sacando disco tras disco, siempre experimentando, siempre innovando y buscando que su sonido se haga más claro, más potente y único.
Para ello cambiaron muchos integrantes, la familia de Massacre solo mantuvo el trinomio que hoy le sigue dando vida, Guillermo Cidade (podes decirle Wallace o Walas), Pablo Molinari (Supo firmar como Pablo M.) y la legendaria Tori, manager espiritual de la banda.
En el cantante fornido con aires de diva encontramos a uno de los mejores frontman de la argentina. Ayer en el estadio Obras, festejando sus 30 años, entregó un show de calidad, con problemas en el sonido inicialmente pero que se resolvieron con holgura gracias a las facilidades de Walas a la hora de lidiar con los momentos incómodos que el tocar en vivo puede tener.
La gente, de un humor risueño y colmando el mítico templo del rock, cantó las 30 canciones que Massacre tocó durante dos horas y media de manera bestial. Sin dudas la banda pasa por un estadío de madurez que no es casualidad, son décadas de trabajo y dedicación.
El paseo por toda su discografía, omitiendo covers, nos muestra el viaje que la banda realizó a través de mucho tiempo, desde aquellos inicios Punk hasta este cuasi pop que tiene hoy, siempre con un conector común, una línea vital. Massacre suena a Massacre a través de todo ese cancionero.
El arranque con “Diferentes maneras”, del mítico EP “Masacre Palestina”, marcó el inicio de un viaje que nos tiraría por momentos diferentes del tiempo pero siempre a bordo de la misma nave, una suerte de fluido emocional nos lleva hacia diferentes etapas de la banda. La seguidilla de “Te arrepiento”, “3 Walls” y “Te leo al revés” nos metió de lleno en los tiempos más antiguos de la banda, esos hits para seguidores son el subidón anímico que la noche pedía.
“Mi amiga Soledad” y “Tengo captura” movieron a una parte del público, mucho más joven, pero que sentía lo mismo que aquellos más viejos. Massacre siempre fue una brasa en el corazón de los jóvenes, aquellos que escuchan su música la sienten como empática, la banda siempre te hizo sentir parte de algo.
Sin embargo, no todo está separado por épocas en el setlist. La mixtura de “A Jerry García”, “La octava maravilla”, “La nave”, “El Espejo” y “Niña dios” nos muestran que la banda siempre compuso en un tono emocional único que les pertenece, una suerte de mojo transgeneracional que transportan a través de sus discos. Suena a Massacre, más no sea en 1990, en el 2000 o ayer, 23 de Septiembre de 2017.
Tampoco faltaron los amigos como Marcelo Corvalán -bajista de Carajo– que subió a tocar “Violence” y “Try to hide”, arengó a la gente y contagió con su viejo estilo saltimbanqui a la hora de tocar su bajo. Tampoco fue menor la presencia de Sergio Rotman (Los Fabulosos Cadillacs) para tocar “Tanto amor”, ese tema tan puro que el saxofonista decoró con un poco de free jazz y muchos coros enérgicos. Un espectáculo aparte del que supo ser el frontman de Cienfuegos.
Pasaron “La reina de Marte” para delirio de los jóvenes y “Canción de las muñecas” para deleite de los más viejitos. Sin dudas una noche abierta a emociones fuertes como el cierre de lista que incluyó “Ana (1° Parte)”, “Juicio a un bailarín” y “Ana (2°Parte)” en un nivel musical excelso, sin fisuras, dejando las emociones al rojo vivo.
El encore (o bises) trajo un poco de todo pero sumergido en una inmensa emotividad “Plan B: Anhelo de satisfacción”, “Papel Floreado” y “Mi mami no lo hará” (Con la épica Tori en coros) cerraron una noche de intensos viajes, intrépidos recuerdos y dramas solapados por la alegría.
Alguien del público tiró el celular al escenario y Walas dijo que luego lo reclame, como una campera que tenían en la sala que habían arrojado en otro show. Massacre es eso también, una banda que no da nada por suyo y que siempre busca devolver todo. Ya lleva 30 años así y difícilmente cambie, ya que nada de lo que se tenga no sea suyo. Eso es Massacre una banda que alimenta cualquier sueño con su música.
Fotos de Agus Bianco Fotografía
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