Cuando el cantante de Massacre cruzó la puerta del Samsung Studio me acordé de la primera vez que le vi la panza. Estaba presentando “12 Nuevas Patologías” en La Trastienda, año 2003. Hacía unas semanas mi amigo Hugo me había regalado un Cd grabado con ese disco, pero no tenía Google tan a mano como para saber que el cantante era un chabón que usualmente tocaba en calzas de animal print. El prejuicio me hizo dudar los primeros dos temas del recital, pero después hicieron Try to Hide y me vi obligada a meterme mis propias vacilaciones en el orto
Cuando Walas cruzó la puerta del Samsung Studio, decía, por más que intentaba eyectarme de los sillones rojos de la recepción, la inmovilidad que solo genera la acumulación de ansiedad me mantenía fija, emulando movimientos torpes, nadando sobre el almohadón colorado con una destreza digna de foca que han arrojado en una reposera en contra de su voluntad. “¡Qué buenas zapas!”, me dijo. Todavía intentando pararme, pero con la velocidad que amerita una posible e histórica idea de intercambio de pepés, arremetí con un “¿Cuánto calzás?”. Pero sus dedos llegaban a un 42 y los míos a un 39. Chau plan.
Nos sentamos en un sillón que era como esas tazas giratorias de los parques de diversiones, solo que no giraba, ni tenía forma de taza. La musculosa no le apretaba la barriga y llevaba encima una campera que se le caía y dejaba verle un hombrito. El Gordo es una invitación al saludo en el medio de la calle, pero reconoce que una especie de la fauna urbana logra desquiciarlo: “El cholulo sin contenido, ese me rompe los huevos. Un pibe que me sacó una foto y cuando se la muestra al amigo le dice: Viste, Vicentico, me pasó. Parece el sketch de Calabró, pero me pasó en serio. El chabón o la mina que te dice hola, pero no sabe quién sos, solamente porque te vio en una foto, eso sí me fastidia. O esas madres que te dicen Ai Vení, te presento a la nena, gente que cero rock que es solamente por el famoso, famoso entre comillas, eso no me cabe”.
Celebridad de las ligas menores
“Por ahora puedo ir a COTO tranquilo”, afirma, mientras con la mente toca una madera mental para que no se le de vuelta la tortilla: “Me está gustando que cada tanto me pidan la foto, el autógrafo, espero no llegar a ese estado Fito Páez que se rayaba con el público, que no quería saber más nada, que es entendible también. A mí me encanta estar con la gente, me gusta viajar en subte, ir a las ferias de libros, de discos, de antigüedades, porque eso es lo que nutre el contenido de las letras, lo vincular, escuchar a ver qué dicen”.
Cuando salió “El Mamut” en el 2007, el cantante de Massacre se autoproclamaba libre de terapia y de Internet. Hoy, a un mes y monedas de tocar con Sonic Youth en el marco del Personal Fest 2011, no solo recuerda avisarle a su psicóloga que no podrá ir el Día de la Primavera porque tiene que hacer un show relámpago en Rosario, sino que también vive en conflicto con el éxito: “No sé si soy más feliz ahora que soy rockstar que cuando vivía arriba de la tabla y no tenía un sope”, piensa en voz alta: “Como cuando tenía un solo par de zapatillas… Ahora viene una marca y me llena el placard. Hoy colecciono skates y antes tenía uno solo, no necesariamente soy más feliz ahora”.
Walas cuenta que ajustar la pata de la difusión de los discos de Massacre fue clave para este reconocimiento mediático que comenzó a darse desde “El Mamut”: “Nosotros éramos siempre muy cerrados, muy endogámicos, muy codificados, muy que hacíamos lo que se nos daba la gana siempre, que es una cuestión normal de cuando sos chico, te llevas el mundo por delante, te creés que sos el mejor, no te importa lo que dicen los demás. Después, ya de adulto, yo por lo menos necesito la mirada, la crítica de los otros. Ahí es donde incorporamos al sexto miembro, un veedor general, un Juanchi Baleirón, un Ale Vázquez”, productores artísticos de los últimos trabajos de la banda.
“Yo antes estampaba las remeras de Massacre”, recuerda entre nostálgico y puramente anecdótico: “Llegaba a las seis de la tarde y volaba a ensayar. Esa era mi vida, estampaba remeras de rock y después iba a ensayar. En un momento la agenda empezó a demandar cada vez más tiempo y cuando dije ya no puedo fabricar más las remeras ni estamparlas, ahí me di cuenta que vivía de los contratos, de los cachés, de la venta de discos, de eso… De la música”.
En contra de mi propio éxito
“Soy un bocón”, arrancó, cuando ni siquiera habíamos prendido el grabador: “Propongo cosas que en muchos casos son censurables: libertad individual, pensamiento individual, ser dueño de uno mismo, ambigüedades sexuales y morales. Soy un tipo que propone la felicidad, buscar caminos para ser felices y en algunos casos juego en contra de negocios y de intereses, incluso de mi propio éxito. Yo salgo a un recital y digo: los que van a tocar en media hora acá, que son los Green Day, son putos igual que Massacre; entonces ahí hay gente que me ama y gente que me odia”.
Walas plantea al sexo como alternativa a la droga y dice: “Chicos, no le den guita a un dealer, denle guita al dueño de un telo. Y ahí el capo del narcotraficante me odia, el tipo que se llena de guita vendiendo paco me odia, el tipo dice este rockero debería hacer como todos los rockeros y todos los cumbieros que es hacer apología, propaganda, de la cosa que yo vendo. No les sirve, les pateo en contra y eso hay gente que le rompe las pelotas”.
Y como todo círculo oriental de equilibrio, por cada bola de mal en el bien, hay una bola de bien en el mal. Tal es así que, de acuerdo a lo que cuenta el cantante, después de la aparición de los carteles de censura al nuevo trabajo de la banda, “Ringo”, todas las disquerías que habían pedido una cantidad de álbums, automáticamente pidieron el doble. “Es un viaje mental que pasa por la psicodelia, por lo concreto, por lo rítmico, por lo recontra pesado, por lo atmosférico, por lo surrealista”, describe.
Nunca imaginó que La Virgen del Knock Out, parte del último trabajo, sería usada como himno en la celebración del cumpleaños de Ringo Bonavena. Mucho menos creyó que esta nueva producción, parida nomás en mayo, estaría a punto de llegar a Disco de Oro por primera vez en la historia de los Massacre, pero estas son las cosas que pasan cuando llega el telegrama con las credenciales del rock y uno está en la puerta listo para recibirlo.
Capitalizar la censura generada en el lanzamiento de “Ringo” demanda inteligencia; la posibilidad de haberla simulado, y que les saliera bien, también. Cada uno elija su propia aventura y dele el mérito que crea necesario.
El Lunático y los Sobrios
El tipo iba a la colonia de verano en Ferro, pero cuando jugaba con los otros nenes se daba cuenta que no servía para lo colectivo, que él necesitaba ser dueño de sí mismo. Hasta le decían “El Lunático” porque estaba siempre en la luna. Descubrió el skate, eso que necesitaba para manejarse a su antojo, totalmente individual: “No me gusta lo colectivo, no me gusta lo masivo, el cardumen, no me gusta el concepto de rebaño, yo con el skate voy para el lado que quiero, no necesito que nadie me guíe para ningún lado”… raro que no nos haya salido solista el nene.
Tampoco le copa demasiado la figura de líder, Walas disfruta de ser lo que tiene ganas de ser, como y cuando tiene ganas de serlo. Sin embargo, no duda un segundo en dejar un punto bien claro: “Dentro de la banda sí o sí los necesito a los chicos del grupo para lograr el equilibrio, para ponerme límites porque yo soy un desbocado que si no tuviera a los sobrios de Massacre, no sé dónde estaría”.
Los fans son otro de los cables a tierra del Gordo. Los que entendieron sin que hubiera que explicar demasiado, esos que arrancaron desde abajo remando con ellos y ahora capaz que putean si tienen que ir a verlos a un festival grande por 25 minutos, pero terminan yendo igual. “Son los más críticos”, dice el cantante, orgulloso cual padre primerizo de un labrador obediente: “No nos dejan hacer boludeces, y son los que nos ponen ciertos límites, por eso nunca fuimos tan grandes ni tan masivos”.
Walas es como los gatos que se ven por primera vez en un espejo, no del todo conscientes del propio reflejo. Será por eso que todavía se considera una celebridad de las ligas menores, un famoso entre comillas. Pero la realidad es contundente: Antes, cada vez que tocaba Massacre había que explicar que no ibas a secuestrar grillos en potecitos de Off, sino que ibas a ver a una banda, no tan conocida, pero que la rompía en el under. Hoy, no hay nada que explicar.
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