Cada día que pasa su locura se vuelve aún más incomprensible. El fútbol jamás va a poder nombrar un profesional de la envergadura de Marcelo Alberto Bielsa, en todos los equipos que dirigió, se ha comprometido al cien por ciento, y ha intentado enseñarles e inculcarles sus nociones tácticas, técnicas y emocionales a cada uno de sus jugadores.
Sería completamente en vano ponerse a contar anécdotas del “loco”, pues ya son bien conocidas en el ámbito futbolístico. Los jugadores del Bilbao , a duras penas están comenzando a descubrir su forma de trabajar y entender la profesión. Esta vez fue en un entrenamiento, en vista al partido que disputarán el próximo domingo contra el Espanyol, que duró aproximadamente tres horas y media, para ser más precisos 270 minutos.
A penas pisaron el terreno, el rosarino dividió la plantilla en dos, nueve de los titulares se quedaron junto a él, mientras que los demás entrenaron con el preparador físico, Luis Bonini. El terreno de juego estaba lleno de marcas, estacas, pantallas y cintas que delimitaban ciertas zonas de influencia. Espacios reducidos en los que el balón tenía que rodar perfecto y pasar justo por donde demandaba Bielsa. Cualquier pequeña desviación conllevaba la oportuna corrección. Si veía algo que no le gustaba, paraba el ejercicio, agrupaba a los futbolistas y les trasladaba con calma sus impresiones. Y de vuelta al ruedo. Esta vez no buscaba la intensidad, sino precisión y continuo cambio de ritmo en la ejecución de los movimientos.
No hubo centros ni disparos a puerta con arquero. Sólo trabajo por parejas o en grupos de tres en casi todas las zonas del campo. Al final del entrenamiento, al filo de la una de la tarde, hubo ejercicios de situación real de dos contra uno y pases largos que había que controlar y luego rematar. Tres horas de entrenamiento, tres horas de perfección.
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